Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal. (Mateo 6:34)
En este versículo, nuestro Señor concluye el tema que ha venido tratando en toda esta sección del Sermón del Monte, a saber, el problema que nos plantea nuestra relación con las cosas de este mundo. Es un problema con el que todos nos enfrentamos. Las formas en que esto sucede son diferentes, como hemos visto. A algunos les tientan las posesiones mundanas que les quieren dominar en el sentido de que desean acumularlas. A otros les perturban en el sentido de que están preocupados por ellas; no es el problema de la sobreabundancia en este caso, sino el problema de la necesidad. Pero, en esencia, según nuestro Señor, es el mismo problema, el problema de nuestra relación con las cosas de este mundo, y de esta vida. Como hemos visto, nuestro Señor se esmera en elaborar el argumento referente a este asunto. Se ocupa de ambos aspectos del problema y los analiza.
Aquí, en este versículo, concluye esta exposición y lo hace así. En tres ocasiones emplea la expresión, ‘No os afanéis’. Es tan importante, que de forma deliberada lo expresa así tres veces, y específicamente respecto a la cuestión de la comida, la bebida y el vestir; y elabora el argumento, como recordarán, respecto a estos asuntos. Aquí tenemos la conclusión de todo el tema, y estoy seguro de que muchos, al leer por primera vez este versículo en su contexto, deben haber sentido casi una sensación de sorpresa de que nuestro Señor lo quisiera añadir. Parece haber alcanzado un punto culminante en el versículo anterior, el 33, en el que resumió su enseñanza positiva en las memorables palabras, “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Esto parece como una de esas afirmaciones finales a las que no se les puede añadir nada, y a primera vista el versículo que ahora examinamos parece ser casi un anticlímax. Uno no puede imaginar nada más elevado que, “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia”. Haced lo adecuado acerca de esto, dice nuestro Señor, y entonces no tendréis que preocuparos por las otras cosas; os serán dadas por añadidura. Hay que estar en una relación adecuada con Dios y Dios cuidará de uno. Pero luego pasa a decir, no os afanéis por el mañana, el futuro: porque el mañana traerá consigo su propio afán: “Basta a cada día su propio mal”.
Cuando uno se enfrenta con un problema como este, siempre conviene hacerse una pregunta. Podemos tener la seguridad completa de que no se trata de un anticlímax; existe alguna razón muy buena para esta afirmación. Nuestro Señor nunca pronuncia palabras simplemente porque sí. Habiéndonos ofrecido esta enseñanza positiva, maravillosa, vuelve a ella y la plantea en esta forma negativa. Concluye de modo negativo y es esto, a primera vista, lo que constituye el problema. ¿Por qué lo hizo? Es porque en realidad es una extensión de su enseñanza. No es simple repetición, o simple síntesis; es eso, pero es más que eso. Al añadir esto agregó algo a su enseñanza. Hasta ahora, ha examinado este problema en cuanto nos concierne en el presente inmediato; ahora se refiere a él en cuanto abarca también el futuro. Lo extiende, lo aplica, para que abarque toda la vida. Y, si se puede utilizar esta forma de hablar y esta expresión respecto a nuestro bendito Señor, con ello muestra su profunda comprensión de la naturaleza humana y de los problemas que se nos plantean a diario en esta vida. Todos debemos convenir en que no se puede encentrar en ningún otro libro un análisis más profundo del afán, la ansiedad y la preocupación que tiende a destruir al hombre en este mundo, que la que se encuentra en este párrafo que hemos venido examinando en detalle.
Aquí nuestro Señor muestra su comprensión definitiva de la situación. La preocupación, después de todo, es una realidad concreta; es una fuerza, un poder, y tan pronto comenzamos a entenderla nos damos cuenta de que ejerce una tremenda influencia. Muy a menudo tendemos a pensar acerca del estado de la preocupación como si fuere algo negativo, un fracaso por nuestra parte en hacer ciertas cosas. Es eso; es un fracaso en aplicar nuestra fe. Pero lo que debemos enfatizar, es que la preocupación es algo positivo que se apodera de nosotros y nos controla. Es un poder muy fuerte, una fuerza activa, y si no nos damos cuenta de ello, podemos tener la seguridad de que nos derrotará. Si no puede hacernos estar con ansiedad, agobiados y deprimidos debido al estado y condición de las cosas con las que nos enfrentamos en el momento actual, dará el paso siguiente y centrará su atención en el futuro.
Habremos descubierto esto nosotros mismos, quizá cuando hemos tratado de ayudar a otras personas que están sufriendo debido a las preocupaciones. La conversación empieza con el hecho concreto que las ha traído hasta nosotros. Entonces se ofrecen las respuestas, mostrando cuan innecesario es preocuparse. Uno descubre, sin embargo, que casi invariablemente agregan, ‘Sí, pero.”. Esto es típico de la preocupación, siempre da la impresión que no quiere realmente aliviarse. La persona desea el alivio, pero la preocupación no se lo permite; y tenemos derecho a establecer esta distinción. Nuestro Señor mismo lo hace cuando habla acerca del mañana, que trae sus propios afanes. Esto es personalizar la preocupación, la considera como un poder, casi como una persona, que se apodera de uno, y a pesar de uno mismo sigue argumentando y diciéndonos ahora una cosa y luego otra. Conduce a ese curioso estado perverso en el que uno casi no desea ser aliviado ni liberado: y a menudo funciona de esta forma concreta que estamos ahora examinando. Cuando a esas personas se les dan todas las respuestas y una explicación completa, dicen, “Ah sí, esto está muy bien por ahora; ¿pero qué pasa en cuanto a mañana? ¿Qué hay en cuanto a la semana próxima? ¿qué hay en cuanto al próximo año?” y así van siguiendo, hacia el futuro; en otras palabras, si no puede elaborar su propio caso basado en los hechos que tiene frente a sí, no vacila en imaginar hechos. La preocupación tiene una imaginación activa, y puede representar toda clase de posibilidades. Puede representarse en eventualidades raras, y con su terrible poder y actividad puede transportarnos al futuro en situaciones que todavía no han ocurrido. Y ahí nos encontramos preocupados, perturbados y agobiados con algo que es puramente imaginario.
No hace falta seguir con esto porque todos sabemos exactamente qué es. Pero la clave para entender cómo tratar el tema es caer en la cuenta de que estamos frente a una fuerza y poder extremos. No deseo exagerarlo demasiado. Hay casos en que este estado es sin duda producto de la acción de los espíritus malos; podemos ver claramente que hay otra personalidad actuando. Pero incluso sin recurrir a la posesión directa debemos reconocer el hecho de que nuestro adversario, el diablo, lo hace de diferentes formas, sirviéndose de una situación física deteriorada o aprovechándose de una tendencia natural hacia el exceso de preocupación, con lo cual ejerce su tiranía y poder sobre muchos. Tenemos que entender que luchamos por sobrevivir contra un poder tremendo. Nos enfrentamos con un adversario poderoso.
Veamos cómo nuestro Señor trata este problema, esta preocupación y ansiedad por el futuro. Lo primero que debemos recordar es que lo que dice ahora se halla en el contexto de su enseñanza anterior. También aquí sería fatal tomar esta afirmación fuera de contexto. Debemos recordar todo lo que nos ha venido diciendo, porque todo sigue siendo aplicable. De ahí proseguimos hasta el argumento que utiliza ahora, en el cual nos muestra la necesidad de estar preocupados. Muestra lo necio que es esto al preguntar de hecho: ¿Por qué os permitís estar preocupados de esta manera acerca del futuro? “El día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal;’ Si el presente, tal como es, ya es suficientemente malo, ¿por qué pensar en el futuro? El vivir día a día es suficiente en sí mismo, hay que contentarse con eso. Pero no sólo esto. La preocupación acerca del futuro es completamente inútil y vana; no consigue absolutamente nada. Somos muy lentos en ver esto; y sin embargo ¡cuán verdadero es! De hecho, podemos ir más allá y decir que la preocupación nunca sirve para nada. Esto se ve con especial claridad cuando uno mira hacia el futuro. Aparte de otras cosas, es un simple desperdicio de energía porque, por mucho que uno se preocupe, no se puede hacer nada respecto al mismo. De cualquier modo, las catástrofes que se ciernen son imaginarias; no son ciertas, quizá nunca sucederán.
Pero sobre todo, dice nuestro Señor, ¿no podéis ver que en un sentido, estáis hipotecando el futuro al preocuparos por él en el presente? En realidad, el resultado de preocuparse por el futuro es que uno se paraliza en el día presente; está disminuyendo su eficiencia respecto al día de hoy, y con ello reduce toda su eficacia respecto a ese futuro al que tendrá que llegar. En otras palabras, la preocupación es algo que se debe a un fracaso absoluto en entender la naturaleza de la vida en este mundo. Nuestro Señor parece describir la vida así. Como resultado de la Caída y del pecado siempre hay problemas en la vida, porque cuando el hombre cayó, se le dijo que en adelante iba a vivir y a comer el pan “con el sudor de su frente”. Ya no estaba en el Paraíso, ya no podía limitarse a tomar los frutos y a vivir una vida fácil y placentera. Como resultado del pecado, la vida en este mundo se ha convertido en una dificil tarea. El hombre tiene que esforzarse y enfrentarse con pruebas y problemas. Todos sabemos esto, porque todos estamos sometidos a las mismas tribulaciones y pruebas.
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones