la Iglesia de Cristo no siempre ha sido igual, ni tampoco lo han sido sus necesidades. El desarrollo de nuestro conocimiento ha sido tal que cada época ha recibido una revelación adaptada a su necesidad. Más que esto: la propia situación de cada época ha creado la necesidad modificada, y ha sido empleada por Dios para dar un entendimiento más claro de la verdad. Y sin embargo, cualquiera que sea el aumento en la claridad y madurez del conocimiento en cuanto al secreto del Señor a través de los tiempos, el secreto mismo ha permanecido igual. Nada se le ha añadido. Y el misterio del apostolado es que, por las labores de sus miembros, todo el secreto del Señor se dio a conocer a la Iglesia bajo la infalible autoría del divino Inspirador, el Espíritu Santo.
A través de los apóstoles la Iglesia recibió algo no poseído por Israel ni impartido por Cristo. Cristo mismo declara:
Jua 16:12-13 Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.
San Pablo habló con no menos claridad, diciendo:
Rom 16:25 Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto…
Y de nuevo:
Efe 1:10 de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.
Y una vez más:
Col 1:26 el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos,
Finalmente, San Juan declara que los apóstoles atestiguan de aquello que habían visto con sus ojos, y sus manos habían tocado de la Palabra de la Vida, que estaba con el Padre, y que se manifiestó.
Aunque no negamos que la semilla del conocimiento salvador fue dada en el Paraíso, a los Patriarcas, y a Israel; la Escritura enseña claramente que la verdad que fue revelada a los Patriarcas, era desconocida en el Paraíso; la que fue revelada a Israel, era desconocida para los Patriarcas; y la que vino por Jesús, fue una verdad que estaba oculta a Israel. De manera similar, la verdad no declarada por Jesús fue revelada a la Iglesia por el santo apostolado. Contra esta última afirmación, sin embargo, se han planteado objeciones: Muchos escritores no creyentes del presente siglo han afirmado frecuentemente que, no Jesús, sino Pablo fue el verdadero fundador del cristianismo; mientras otros nos han exhortado frecuentemente a abandonar la teología ortodoxa de San Pablo, y a volver a las simples enseñanzas de Jesús; especialmente a Su Sermón del Monte.
Y realmente, mientras más se estudia la Escritura, más obvia parecerá la diferencia entre el Sermón del Monte y la Epístola a los Romanos. Esto no significa que ambos se contradigan, sino que de esta forma, que el último contiene elementos de verdad, nuevos rayos de luz, no encontrados en el primero.
Si uno objeta las doctrinas de los apóstoles, como lo hace la Escuela de Groninger, es natural posicionar a los evangelios por encima de las epístolas. De ahí el hecho de que muchos pseudocreyentes reciben las Parábolas y el Sermón del Monte pero rechazan la doctrina de la justificación, como la enseñaba San Pablo; mientras aquellos que desean romper completamente con el cristianismo se inclinan a considerar la epístolas paulinas como su real exponente, pero sólo para rechazarlas junto con todo el cristianismo Paulino. Para la Iglesia del Dios vivo, que recibe a ambas, hay en esta tendencia impía una exhortación a tener un ojo abierto a la diferencia entre los evangelios y las epístolas, y reconocer que nuestros oponentes tienen razón cuando la denominan una marcada diferencia.
Sin embargo, mientras nuestros oponentes usan la diferencia para atacar, ya sea a la autoridad de la doctrina apostólica o aquella del cristianismo mismo, la Iglesia confiesa que no hay nada sorprendente en esta diferencia. Ambas son partes de la misma doctrina de Jesús, con esta distinción: que la primera parte fue revelada directamente por Cristo, mientras la otra la dio a Su Iglesia indirectamente mediante los apóstoles.
Por supuesto, en tanto los apóstoles sean considerados como personas independientes, enseñando una nueva doctrina por su propia autoridad, nuestra solución no resuelve la dificultad. Pero al confesar que son santos apóstoles, es decir, instrumentos del Espíritu Santo a través de quienes el propio Jesús enseñó a Su gente desde el cielo, entonces todas las objeciones son respondidas, y no existe ni sombra de conflicto. Porque Jesús simplemente actuó como un padre terrenal en la preparación de sus hijos, que les enseña de acuerdo a su comprensión; y por si acaso muere, con su labor aún no terminada, dejará instrucciones escritas para ser abiertas después de su partida. Pero Jesús murió para alzarse de nuevo, y aun después de su ascensión Él continuó estando en contacto vivo con Su Iglesia a través del apostolado. Y lo que nosotros escribiríamos antes de nuestro deceso, Jesús hizo que fuera escrito por Sus apóstoles bajo la dirección especial del Espíritu Santo. De esta forma se originan las Escrituras del Nuevo Testamento, un Nuevo Testamento en un sentido ahora más fácilmente entendido.
La exactitud de esta representación queda demostrada por las propias palabras de Cristo, que nos enseñan:
Primero, que hubo cosas declaradas a los apóstoles antes de Su partida, y hubo cosas no declaradas, porque en ese momento no las podían entender.
Segundo, que Jesús declararía las últimas también, pero a través del Espíritu Santo.
Tercero, que el Espíritu Santo revelaría estas cosas a ellos, no aparte de Jesús, sino tomando las de Cristo y declarándolas a ellos.
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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper