El problema con muchos de nosotros, como lo fue con el salmista de aquel tiempo, es que hemos llegado a la vida cristiana y comenzado en un nivel espiritual para luego, en determinados problemas, volver atrás racionalizando los problemas de forma mundana. En lugar de pensar de forma espiritual, retrocedemos y pensamos en los problemas como si fuéramos hombres y mujeres de este mundo. Es algo que tiende a sucedemos durante toda la vida cristiana. A menudo he escuchado a creyentes que se encuentran perplejos y, al expresar su problema, me he dado cuenta de que su dificultad se debía plenamente al hecho que habían retornado al nivel racional-terrenal de pensamiento.
LA IMPORTANCIA DE PENSAR ESPIRITUALMENTE
Cuando pensé para saber esto,
Fue duro trabajo para mí,
Hasta que entrando en el santuario
de Dios, Comprendí el fin de ellos.
Por ejemplo cuando algo nos sucede que no entendemos, en el momento que empezamos a experimentar una sensación de resentimiento contra Dios, podemos estar seguros de que ya hemos vuelto a aquel nivel racional. Cuando nos quejamos que lo que nos sucede no parece justo, entonces estamos rebajando a Dios al nivel inferior de nuestro entendimiento. Esto es exactamente lo que hizo este hombre. Pero en la vida cristiana todo debe ser enfocado desde el punto de vista espiritual. La totalidad de esta vida es espiritual. Todo acerca de nosotros debe ser considerado espiritualmente; toda fase, toda etapa, todo interés, todo desarrollo.
Permítanme expresarlo así. En última instancia los problemas y dificultades de la vida cristiana son todos espirituales, de modo que al momento de entrar en esta esfera debemos pensar de una manera espiritual y dejar atrás los otros modos de pensar. Esto es especialmente cierto en relación con el problema integral de entender los caminos de Dios con respecto a nosotros. Este fue el problema del salmista. «¿Por qué Dios permite estas cosas? —dice. ¿Por qué los impíos prosperan? Si Dios es Dios, ¿por qué no los barre de la faz de la Tierra? Y, por el otro lado, si Dios es Dios, ¿por qué me permite sufrir como estoy sufriendo en este momento?» Este fue el problema, el procurar entender los caminos de Dios. En último análisis hay una sola respuesta a todo esto. Se halla en Isaías 55:8: «Porque mis pensamientos no son vues¬tros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová”. Esta es la respuesta final. La primera cosa que debemos reconocer —nos dice Dios— es que cuando venimos a El y a sus caminos, no lo debemos hacer en ese nivel bajo en el cual hemos estado acostumbrados, porque «mis pensamientos son más altos que vuestros pensamientos y mis caminos son más elevados que vuestros caminos”. Pero aun como pueblo cristiano, ¿no somos acaso culpables constan¬temente de este error? Insistimos en pensar como hombres y mujeres naturales en estos temas. Vemos que la salvación nos llama a un pensamiento espiritual, pero en las cosas que nos suceden, nuestro pensamiento es proclive a volverse nuevamente racional-terrenal. No debiéramos sorprendernos entonces si no entendemos los caminos de Dios, porque son totalmente diferentes a los nuestros. La diferencia entre los dos enfoques es la diferencia entre el cielo y la tierra. Entonces, cuando algo nos sucede que no entendemos, lo primero que debemos decirnos a nosotros mismos es: ¿Estoy enfrentando este problema espiritualmente? ¿Tengo presente que esto tiene que ver con mi relación con Dios? ¿Estoy seguro que mi pensa-miento es espiritual en este punto, o he vuelto inconscientemente a mi manera natural de pensar?
Permítanme dar una ilustración obvia. A menudo he conocido a creyentes que han vuelto completamente del pensamiento espiritual al racional cuando hablan de política. En este tema no parecen hablar ya como personas espirituales. Todos los prejuicios del hombre natural se manifiestan, así como los argumentos mundanos y las distinciones de clases. No podríamos deducir de sus conversaciones que son cristianos. Si les hablamos de la salvación no tendrán duda alguna; pero si les hablamos acerca de cosas terrenas y mundanas, son culpables de todos los prejuicios del hombre natural, el orgullo de la vida y la forma mundana de enfocar todas las cosas. Como cristianos se nos enseña a no amar el mundo con »los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida». Nuestras vidas deben ser consecuentes. Tienen que ser consecuentes en todos sus puntos: no debe haber divergencias en lugar alguno. El creyente debe mirar a todas las cosas desde un punto de vista espiritual.
Spurgeon dijo una vez a sus alumnos que ellos encontra¬rían personas que en reuniones de oración oraban como verdaderos santos, se comportaban en general como santos, pero que en reuniones de la Iglesia, súbitamente se convertían en demonios. Lamentablemente la historia de la Iglesia prueba que lo dicho por Spurgeon es demasiado cierto. Lo vemos, ya que cuando oran a Dios piensan espiritualmente: luego entran en las actividades de la Iglesia y se convierten en demonios. ¿Por qué? La razón es que comienzan de una forma no espiritual: presumen que existe alguna diferencia esencial entre una reunión de la Iglesia y otra de oración. Tienen en sí un espíritu sectario y éste se manifiesta. Sencillamente se olvidan que en todo deben pensar espiritualmente. El primer principio que debemos asentar, entonces, es que debemos aprender a pensar espiritualmente siempre. Si no lo hacemos, pronto nos encontraremos en la misma situación peligrosa que el salmista describe de forma tan gráfica.
Extracto del Libro: «la fe a prueba» del Dr. Matin Lloyd-Jones