No hay duda de que, simplemente como resultado involuntario de su oposición contra la jerarquía de Roma, el calvinismo iba al mismo tiempo a animar la emancipación de las artes. Reclamó esta liberación y necesariamente la logró, dentro de su propio círculo, como consecuencia de su cosmovisión.
El mundo después de la caída no es un planeta perdido, solo destinado a proveer para la iglesia un lugar donde luchar; y la humanidad no es una masa de personas sin meta que sirve solo al propósito de hacer nacer a los elegidos. Al contrario, el mundo, ahora como en el inicio, es el escenario para las obras poderosas de Dios, y la humanidad sigue siendo una creación de Su mano, que aparte de la Salvación, completa en esta dispensación presente aquí en la tierra un proceso poderoso, y en su desarrollo histórico tiene el deber de glorificar el Nombre del Dios Todopoderoso. Para este fin, Él ordenó para la humanidad todo tipo de expresiones de vida, y entre estas, el arte ocupa un lugar independiente. El arte revela ordenanzas de la creación que ni la ciencia, ni la política, ni la vida religiosa, ni siquiera le revelación, pueden traer a la luz. Es una planta que crece y florece desde su propia raíz, y, sin negar que esta planta requiere la ayuda de un soporte temporal, y que en los tiempos antiguos la iglesia proveía este soporte de una manera excelente, sin embargo, el principio calvinista exigió que esta planta de la tierra adquiriera fuerza para crecer sola y extender sus ramas en todas las direcciones. Y así confesó el calvinismo que, como los griegos descubrieron primero las leyes que gobiernan el crecimiento de esta planta del arte, son ellos los que siguen encargados de atar todo futuro crecimiento del arte a su primer desarrollo clásico; no para quedarnos parados en Grecia, ni para adoptar su forma pagana sin poderla criticar. El arte, como la ciencia, no puede permanecer en sus orígenes, sino tiene que seguir desarrollándose más y limpiándose de cualquier cosa que equivocadamente sea mezclada con la planta original. Solo que la ley de su crecimiento y vida, una vez descubierta, tiene que seguir siendo la ley fundamental del arte para siempre; una ley, no impuesta desde afuera, sino saliendo de su propia naturaleza. Y así, soltando toda atadura no natural, y manteniendo todo lazo natural, el arte tiene que encontrar la fuerza interior necesaria para mantener su libertad.
Calvino, por tanto, no separa el arte, la ciencia y la religión uno del otro; al contrario, lo que él desea es que toda la vida humana sea impregnada por estos tres poderes vitales juntos. Tiene que haber una ciencia que no descanse hasta que haya reflexionado sobre el cosmos entero; una religión que no puede sentarse tranquila hasta que haya impregnado cada esfera de la vida humana; y también un arte que adopte en su mundo espléndido lo entero de la vida humana, la religión incluida.
Esta sugerencia de la extensión amplia del dominio del arte introduce mi último punto: que el calvinismo efectivamente y de manera concreta hizo avanzar el desarrollo de las artes. Está claro que, en el ámbito del arte, el calvinismo no pudo jugar el papel de un brujo, y pudo trabajar solamente con los hechos naturales. Que el italiano tiene una voz más sonora que el escocés, y que el alemán se deja llevar por un impulso más apasionado en su canto que el holandés, son hechos simples que el arte tiene que reconocer, tanto bajo la supremacía romana como bajo la calvinista. Por eso no es lógico ni honesto reprochar al calvinismo por lo que son solamente diferencias nacionales. Es igualmente obvio que el calvinismo no era capaz de producir, como por arte de magia, mármol o pórfido en el suelo; y que por tanto las artes de escultura y arquitectura se desarrollaron más rápidamente en aquellos países donde estos tipos de piedra abundan, que en Holanda donde el suelo consiste en barro y lodo. Solo la poesía, la música y la pintura podemos considerar como artes que son casi independientes de los recursos naturales. Aun así, las ciudades flamencas y holandesas ocupan una posición propia de honor entre las creaciones de la arquitectura. Louvain y Middelburg, Amberes y Ámsterdam siguen siendo testigos de lo que el arte holandés produjo en piedra. Y aquel que ha visto las estatuas en Amberes y en la tumba de Guillermo el Silencioso, esculpidas por Quellino y por De Keyser, no cuestiona la habilidad de nuestros artistas del cincel. Pero esto es sujeto a la objeción de que el estilo de nuestra Sala Municipal surgió mucho antes de que el calvinismo apareciera en Holanda, y que aun en su desarrollo posterior no exhibe ningún rasgo que nos recuerde al calvinismo. Por causa de su principio, el calvinismo no edificó catedrales ni palacios ni anfiteatros, ni pudo poblar los nichos de tales edificios con adornos esculpidos.
De hecho, los méritos del calvinismo en cuanto a las artes se encuentran en otro campo. No en las artes objetivas, sino en las más subjetivas, que no dependen del auspicio de las riquezas ni requieren de mármol, sino que surgen espontáneamente en la mente humana. La poesía no la puedo mencionar en este contexto; para este propósito tendría que abrir ante Uds. los tesoros de la literatura holandesa que ha sido excluida del mundo en general, por causa de los límites de nuestro idioma holandés. El privilegio de convertir su poesía en un fenómeno mundial está reservado para aquellas naciones grandes cuyo idioma, hablado por millones y millones, es un vehículo de comunicación internacional. Pero aunque el dominio del idioma es limitado para las naciones más pequeñas, el ojo es internacional, y la música que oye el oído, la entiende todo corazón. Para trazar la influencia del calvinismo en el desarrollo del arte, tenemos que limitarnos entonces, en el sentido internacional, a la pintura y a la música.
De estas dos artes tenemos que declarar que, antes de los días del calvinismo, volaban muy por encima de la vida común de las naciones, y solo bajo la influencia calvinista descendieron a la vida de los pueblos. En cuanto a la pintura, solo recuerden las producciones holandesas en los siglos XVI y XVII. El nombre de Rembrandt es suficiente para evocar todo un mundo de tesoros artísticos ante nuestras mentes. Los museos de cada país y continente siguen compitiendo por alguna pieza de sus obras. Y aun en nuestros días, los maestros en todo el mundo siguen prestándose sus motivos de mayor efecto de lo que era, en aquel tiempo, una escuela completamente nueva de pintura. Por supuesto, esto no significa que todos aquellos pintores eran personalmente calvinistas convencidos. En la escuela de arte anterior, que florecía bajo la influencia de Roma, los «buenos católicos» eran tampoco en la mayoría. Esta clase de influencias no operan personalmente, sino imprimen su sello sobre el ambiente y la sociedad, sobre el mundo de percepciones, representaciones y pensamientos; y como resultado de estas impresiones variadas, aparece una escuela de arte.
En este sentido, la antítesis entre el pasado y el presente en la escuela de arte holandesa es inequívoca. Antes de aquel período, la gente no se tomaba en cuenta; solo aquellos fueron considerados que eran superiores al hombre común: los sacerdotes de la iglesia, los caballeros y príncipes. Pero desde entonces, el pueblo maduró, y bajo el auspicio del calvinismo, el arte de la pintura era como una profecía de la vida democrática de tiempos posteriores, proclamando primero la madurez del pueblo. La familia dejó de ser un anexo de la iglesia, y defendió su significado independiente. En la luz de la gracia común, se vio que la vida no-eclesiástica era también muy importante y un motivo artístico. Después de haber estado bajo la sombra de distinciones de clase por muchos siglos, la vida común del hombre salió de su escondite como un mundo nuevo en toda su realidad. Fue la emancipación amplia de nuestra vida terrenal, y el instinto por la libertad, que cautivó el corazón de las naciones y las inspiró con el gozo de tesoros que tanto tiempo habían descuidado ciegamente. Aun Taine alabó la bendición del amor calvinista por la libertad en el ámbito de las artes; y Carriere, igualmente lejos de simpatizar con el calvinismo, sin embargo proclama que solo el calvinismo era capaz de arar el campo donde el arte libre pudo florecer.
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Este documento fue expuesto en la Universidad de Princeton en el año 1898 por Abraham Kuyper (1837-1920) quien fue teólogo, Primer Ministro de Holanda, y fundador de la Universidad Libre de Ámsterdam.