La relación religiosa, que es trans-cósmica y trasciende así el tiempo, incluyendo toda la existencia histórica del hombre, se halla más allá del análisis lógico. Es la presuposición fundamental de todo el razonamiento del hombre, pero se halla, en sí misma, más allá de la comprensión lógica puesto que nuestra existencia en el pacto con Dios es insondable como tal y es un asunto del ser, no una función. Por lo tanto, el fundamento religioso de la vida hace posible la filosofía y no es, en sí mismo, una cuestión filosófica, pues se halla más allá de la frontera de la investigación filosófica. Es solamente en su religión, por medio de la fe, que el hombre se conoce a sí mismo y a su llamado en relación con Dios. La auto-conciencia presupone la conciencia de Dios.
La religión apóstata es el resultado del temor (ansiedad), que caracteriza la vida del hombre apóstata. Esto se ve claramente en el caso de Caín después que hubo asesinado a su hermano Abel. La humanidad apóstata, con su pseudo-religión, trata de desviar el mal y salvaguardar la vida por medio de muchas ceremonias sagradas. De esta forma, todo el ámbito de lo sagrado llega a ser funcional y es traído bajo la categoría de lo relativo al culto, bajo la jurisdicción sacerdotal. De esta forma, se eclipsa la distinción entre religión y cultura, puesto que toda actividad de la vida asume proporciones y significado cultural. De allí la presencia del médico brujo, y las supersticiosas ceremonias de un Católico contemporáneo realizando un cierto ritual para bendecir el nuevo Hotel Riviera de doce millones de dólares (en La Habana, Cuba) en su noche de inauguración, con un centenar de visitantes, quienes han sido identificados por la policía como conocidos gánsteres y apostadores, procedentes de grandes ciudades Americanas. Puesto que la iglesia, o alguna forma de religión organizada, normalmente está a cargo de todas las prácticas relacionadas con el culto, el resultado calamitoso en la historia ha sido que la vida completa queda bajo la tutela jerárquica. Cuando, en la providencia de Dios, el Evangelio es predicado en una cultura primitiva en la que predomina este totalitarismo cultual, es aún más difícil liberar a esa cultura de las influencias sacerdotales y enseñar la distinción entre la relación espiritual la cual es la verdadera religión y la práctica cultural, la cual es una manifestación externa de la religión. La iglesia medieval ejerció ese tipo de control sobre la vida completa de sus miembros a través del sacerdocio, y le correspondió a la Reforma Protestante quebrar el dominio completo de la jerarquía en el mundo Occidental.
Por otro lado, el peligro del secularismo, la negación de que la religión es significativa para la vida total, separando ciertas áreas a las cuales la religión no tiene acceso, es igualmente falso y nocivo. Constituye una amenaza a la cultura moderna y es esencialmente una religión falsa. Este es el defecto de aquellos que rasgan la totalidad de la vida dividiéndola en sagrada y profana, y luego proceden a excluir a Dios y sus demandas de la última división. Este es el pecado de Esaú, de quien leemos que era una persona profana (Heb. 12:16), puesto que vendió su primogenitura por una porción de lentejas; no consideró a Dios en todos sus caminos. El Calvinismo siempre ha sostenido que Dios tiene el derecho sobre todo el ser del hombre. La religión, para el calvinista, es una empresa radical puesto que controla la raíz de la existencia del hombre y desde allí inunda todo su mundo funcional. La religión como tal es pre-funcional, y el culto del hombre no es sino una función de aquella religión, bajo la administración de la iglesia.
El carácter radical y totalitario de la religión es tal, que determina tanto el culto como la cultura del hombre. Es decir, la relación consciente o inconsciente con Dios en el corazón del hombre determina sus actividades completas, sean estas teóricas o prácticas. Esto es cierto con respecto a la filosofía, la cual se basa en presuposición religiosa no teórica. Así, la moralidad y el aspecto económico del hombre, su jurisprudencia y estética, son todas orientadas y determinadas religiosamente.
Esta es la razón por la cual la apostasía produce, no solo una falsa religión, sino también una falsa cultura, es decir, una cultura que no busca a Dios ni le sirve como el bien más alto.
Esta cultura apóstata tuvo su florecimiento en los días de los hijos de Lamec, quienes inventaron instrumentos musicales, tiendas móviles e instrumentos de guerra. Escucha la canción de combate de la cultura apóstata, el hombre glorificándose a sí mismo y buscando su propia gratificación y venganza (Gén.4:16-24). Este espíritu también motivó a los constructores de la torre de Babel, cuando los hombres rehusaron cumplir el mandato cultural de propagar la raza y sojuzgar la tierra. Esta cultura apóstata alcanzó su apoteosis en los tiempos antiguos con Nabucodonosor, quien orgullosamente hizo alarde con la magnífica Babilonia que había edificado y desafió al Dios del cielo. Por esto fue arrojado de su alta posición para aprender humildad, alimentándose de hierba con los animales por siete largos años hasta que aprendió a bendecir al Altísimo, y a alabar y honrar al que vive para siempre, hasta reconocer que “todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y Él puede humillar a los que andan con soberbia.” (Dan. 4:37).
No puede haber duda que el antagonismo histórico del cristianismo con la cultura pagana fue debido, en gran medida, al el carácter apóstata de esta última. Los cristianos no solo rechazaron la idolatría con sus prácticas religiosas, sino que también los cristianos rechazaron el teatro, el servicio militar (debido al impacto de la religión apóstata que requería la adoración al emperador) y muchas prácticas sociales que eran pecaminosas. Los creyentes no solo se opusieron a la adoración de Venus y Baco como idolatría, sino también a la acompañante promiscuidad sexual, la fornicación, la juerga y la borrachera.
Rechazaron todos los deportes populares de la arena, evidencia de la decadente cultura Romana. Sorprende poco que la cultura erótica del paganismo, en la cual la prostitución y la homosexualidad eran representadas con encanto por poetas y filósofos (cf. Ovidio, Platón), fue identificada con el paganismo mismo. La preocupación pagana con el ritual cultural había contaminado también ciertas formas y costumbres culturales, de manera que los cristianos se abstenían completamente, como en la carne sacrificada a los ídolos. Incluso A. Kuyper, aquel genial partidario de la cultura, admite, “De manera que, en tanto que la batalla con el paganismo siguiera siendo una batalla de vida o muerte, la relación del cristianismo con el arte no podía ser sino una batalla hostil.” Sin embargo, existe una tensión con la cultura no-Cristiana, no solo sobre la base de su decadencia y degradación moral, sino también en sus más exaltadas expresiones, como en ciertas formas de arte, donde el sujeto es cautivado y gradualmente separado del dominio de Cristo a alguna forma de esteticismo.
Aunque la Biblia llama al hombre un rebelde en su estado de apostasía, esta rebelión puede ser camuflada en formas elevadas, pensamiento profundo, el éxtasis artístico o alguna proyección idealista de la mente. T. S. Eliot sostiene que la diferencia entre una sociedad neutral y una sociedad pagana es mínima, puesto que ambas niegan el cristianismo. Sin embargo, la negativa neutral científica de un liberalismo estéril que propone medicina de curanderos para la sanidad de las naciones no hace juego con el estridente paganismo de nuestros días. El problema de vivir una vida cristiana en una sociedad no cristiana es crítico, puesto que la mayoría de nuestras instituciones sociales no son cristianas, advirtiendo además que se hallan en manos paganas. La familia permanece como el único transmisor fiable de la cultura cristiana. Eliot da en el blanco cuando dice, “No importa cuán intolerante pueda sonar el anuncio, el cristiano no puede satisfacerse con nada menos que una organización cristiana de la sociedad… lo cual no equivale a una sociedad que consista exclusivamente de cristianos devotos”. Pero los cristianos deberían insistir en un código social religioso unificado de conducta y la educación sería cristiana en el sentido que “tiene como propósito el ser dirigida por una filosofía cristiana de la vida”.
Entonces, este es el problema para el pueblo de Dios en nuestro día. Toda religión pagana tiene su propia expresión cultural; el cristianismo medieval desarrolló su propia cultura, aunque controlada por la iglesia bajo la tutela sacerdotal. Desde el advenimiento del pensamiento de Copérnico, del darwinismo y las revoluciones kantianas, el humanismo ha introducido un nuevo paganismo, de manera que el cristianismo ya no controla los medios de la cultura, y ya no es el poder motivador en el impulso cultural de Occidente.
Hoy Occidente enfrenta una crisis cultural de primera magnitud. Y los dioses que los hombres han hecho para sí mismos (como los ídolos de Micaías en Jueces 17 – 18) han fracasado, ¿y qué más es lo que queda? Este es el clamor trágico no solo de los filósofos, poetas y dramaturgos existencialistas, sino también del hombre común de nuestros días.
Ciertamente es locura que el pueblo de Dios piense que puede vivir en dos mundos separados, uno para su vida religiosa y sus ejercicios devocionales, y el otro usurpando todo el resto del tiempo, la energía y el dinero a un área a la que aspiran los sacerdotes del secularismo. Uno no puede mantenerse evangelizando al mundo sin interferir con la cultura del mundo.
Por lo tanto, le corresponde al pueblo de Dios el batallar por una “condición de la sociedad que nos dé el máximo número de oportunidades para llevar vidas totalmente cristianas y el máximo número de oportunidades para que otros se vuelvan cristianos”, como sigue diciendo Eliot. Dividir la vida en áreas sagrada y secular, dejando que nuestras devociones se hagan cargo de la primera mientras nos volvemos reformadores seculares durante la semana, es errar en entender el verdadero fin del hombre.
Aquellos que notan el gran peligro de una religión diluida en la apariencia externa de una sociedad cristiana señalan un punto crítico. Tal sociedad constituye un obstáculo a la conversión, como más de un predicador puede testificar, tendiendo así a inmunizar a los hombres con una forma ligera de religiosidad cristiana, otorgándoles inmunidad contra la gran infección.
En consecuencia, están aquellos que se vuelven a alguna forma de separatismo Anabaptista, con las palabras de Pablo como slogan, “Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor” (II Cor. 6:17), mientras otros sostienen que el concepto de una cultura cristiana ha sido siempre una trampa y una ilusión, un sueño irrealizable bajo condiciones terrestres. Los barthianos han repudiado especialmente la idea de una cultura cristiana en nuestro día. Para ellos no hay una forma social, política y económica que esté más en el espíritu del Evangelio que otra ( Op. cit. , p. 86). Barth mismo se ha mofado de la idea de un partido político cristiano o sindicatos cristianos. Sin embargo, la miseria de esta escatología parcial de Barth, aparte de cualquier crítica teológica adversa que uno pudiera tener, es que no deja espacio para que el poder de la gracia cambie a los hombres y a la sociedad aquí y ahora. Para Barth no es el hombre como pecador quien yace bajo el juicio de Dios, sino el hombre como “criatura”, con toda su cultura, es quien se encuentra bajo juicio. Esta falsa antítesis entre Dios y el hombre, entre la eternidad y el tiempo, no es escritural sino que pertenece al marco de referencia existencialista de Kierkegaard.
Para concluir, religión y cultura son inseparables. Toda cultura es animada por la religión. Una religión restringida al claustro de oración es, a la luz de la definición anterior, una monstruosidad e históricamente ha probado ser infructuosa. La verdadera religión cubre todo el rango de la existencia del hombre. La relación de pacto básica en la cual el hombre permanece para con Dios llega a expresarse tanto en su culto como en su cultura. De allí que la cultura nunca sea algo casual, el color añadido como en el caso de las naranjas y la margarina, para satisfacer al ojo. La sugerencia de Kroner de que la historia de la caída pertenece a una categoría igual a la de Prometeo, quien robó el fuego divino y comenzó así los logros culturales del hombre, por lo cual fue castigado, es errónea.
Esto haría de los esfuerzos culturales del hombre una adición dudosa a la intención divina. Esta es, con seguridad, una mala interpretación flagrante de la narrativa bíblica, la cual presenta al hombre como criatura y como colaborador con Dios para cumplir su voluntad creativa desde el principio. El primer pecado del hombre consistió en un acto de deslealtad al aceptar la interpretación de Satanás con respecto al cosmos y al lugar del hombre en él, en lugar de vivir por la palabra de revelación de Dios. Kroner está en lo correcto al sostener que el hombre nunca recobra el paraíso por sus propios esfuerzos, pero está con toda certeza errado al sostener que se le debe echar la culpa a la cultura como tal por el fiasco trágico del hombre. En el análisis final Kroner no puede alcanzar una integración de cultura y fe porque mira la antítesis entre Dios y Satanás como una tensión inmanente en la “creación” desde el principio. Esto no es solo teológicamente censurable, puesto que cambia la reconciliación de una transacción ética centrada en la expiación vicaria de Cristo en el Calvario a una de carácter ontológico (aquello que está relacionado con el ser), trastocando de ese modo el mensaje central del Evangelio a la “encarnación.” Pero sobre esta base, no es posible ninguna cultura cristiana, puesto que entonces todas las obras del hombre están bajo el juicio de Dios sobre la base de su condición de ser criatura. Sin embargo, en Cristo el hombre es restaurado para con Dios como criatura cultural para servir a su Hacedor en el mundo y como gobernante sobre el mundo en nombre de Dios.
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Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)