En el Antiguo Testamento hay más de veinte palabras utilizadas para expresar la ira con relación a Dios; y muchas otras palabras relacionadas únicamente con el enojo humano. Existen por lo menos seiscientos pasajes. Pero, además, no se tratan de pasajes aislados y no relacionados entre sí, como si fueran la obra de un escritor melancólico que luego otro redactor tan melancólico como éste editó en el texto del Antiguo Testamento, sino que este aspecto de su Ser lo encontramos en: la Ley, la vida del hombre sobre la tierra, la desobediencia por parte del pueblo de Dios y la escatología.
Las primeras menciones sobre la ira de Dios están en relación con la entrega de la Ley en el monte de Sinaí. Las referencias mas antiguas aparecen dos capítulos después del relato sobre los Diez Mandamientos. «A ninguna viuda ni huérfano afligiréis. Porque si tú llegas a afligirles, y ellos clamaren a mí, ciertamente oiré yo su clamor; y mi furor se encenderá, y os mataré a espada, y vuestras mujeres serán viudas, y huérfanos vuestros hijos» (Ex. 22:22-24). Diez capítulos más adelante, en un pasaje sobre el pecado del pueblo al haberse fabricado y adorado al becerro de oro, Dios y Moisés hablan sobre la ira. Dios dice: «Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma». Y Moisés le suplica: «Oh Jehová, ¿por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte? ¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo: Para mal los sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra? Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo» (Ex. 32:10-12).
Es obvio que en este pasaje la apelación de Moisés a Dios no se basa en la supuesta inocencia del pueblo (no eran inocentes, y Moisés lo sabía), ni en la idea de que la ira no era digna de Dios. Moisés apela sobre la base del Nombre de Dios y sabe que sus hechos serán mal interpretados por los infieles. No hay ninguna duda expresada sobre la ira, sino que más bien esta es considerada como una reacción apropiada del carácter de Dios contra el pecado. La ira divina presenta una primera característica, exclusivamente bíblica, que inmediatamente la diferencia de la ira desplegada por las deidades paganas: su consistencia. La ira de Dios no es arbitraria, como si Dios por cualquier hecho menor o según su propio capricho simplemente se volviera contra aquellos que antes había amado y favorecido. Por el contrario, la ira es la duradera e inquebrantable resistencia de Dios frente al pecado y la maldad. En el primer pasaje, la ira es suscitada por el pecado hacia los otros, las viudas y los huérfanos. En el segundo pasaje, la ira es suscitada por los pecados contra Dios.
Es posible dar muchos otros ejemplos. En los últimos capítulos de Job, los amigos de Job provocan la ira de Dios, por sus consejos necios y arrogantes (Job 42:7). El pasaje de Deuteronomio 29:23-28 nos habla de la ira de Dios que se derrama sobre Sodoma y Gomorra, y otras ciudades, por causa de su idolatría. En Deuteronomio 11:16-17 al pecado se le describe como el servir «a otros dioses» y adorarlos. Esdras nos habla de la ira de Dios contra todos «los que le abandonan» (Esd. 8:22).
Hay algo más que resulta evidente en estos pasajes. Como el pecado que provoca la ira de Dios es esencialmente el volverle la espalda o rechazarlo, la ira es algo que los seres humanos eligen por sí mismos. Podríamos decir que la ira de Dios es aquella perfección de la naturaleza divina en la que quedamos inmersos por nuestra rebelión. Esto no significa, por supuesto, que la ira de Dios es pasiva, ya que en realidad obra activamente y lo hará en una medida perfecta en el juicio final. Cuando descubrimos este aspecto de su carácter, lo encontramos tan real como los demás atributos de la naturaleza de Dios. No es posible dejar fuera a Dios, ni siquiera por el pecado. Todo lo que hacemos es intercambiar la relación con Dios por otra. Si no aceptamos el amor y la gracia de Dios, tendremos que soportar la ira de Dios. Porque Dios no puede tolerar el mal.
La ira de Dios siempre tiene un elemento judicial. En consecuencia, como resulta evidente que la justicia nunca podrá lograrse plenamente en este mundo (ya sea por una razón o por otra), los escritores del Antiguo Testamento contemplaban un día en el futuro cuando se desplegaría la perfecta ira de Dios contra el pecado, cuando las cuentas fueren saldadas.
Hay repetidas referencias «al día de la ira de Jehová» o a su juicio. El primer capítulo de Nahúm es un ejemplo.
Jehová es Dios celoso y vengador; Jehová es vengador y lleno de indignación; se venga de sus adversarios, y guarda enojo para sus enemigos. Jehová es tardo para la ira y grande en poder, y no tendrá por inocente al culpable. ¿Quién permanecerá delante de su ira? ¿Y quién quedará en pie en el ardor de su enojo? Su ira se derrama como fuego, y por él se hienden las peñas. Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en él confían. Más con inundación impetuosa consumirá a sus adversarios. (Nahúm 1:2-3, 6-8)
El segundo salmo nos habla sobre la ira de Dios que se dirige contra las naciones paganas de su día. [El Señor] luego hablará a ellos en su furor, y los turbará con su ira. Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte. Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás. (Sal. 2:5-9)
Amós dirige las advertencias de Dios contra aquellos que son nominalmente religiosos, que piensan erróneamente que el día de la ira de Jehová será un día para su reivindicación.
¡Ay de los que desean el día de Jehová! ¿Para qué queréis este día de Jehová? Será de tinieblas, y no de luz; como el que huye de delante del león, y se encuentra con el oso; oh como si entrare en casa y apoyare su mano en la pared, y le muerde una culebra. ¿No será el día de Jehová tinieblas y no luz; oscuridad, que no tiene resplandor? (Amos 5:18-20). La acumulación del pecado y la creciente necesidad de una justicia final y retributiva hacen que el énfasis sobre el futuro día de la ira de Jehová sea cada vez mayor en los últimos libros del Antiguo Testamento.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice