En tiempos del Antiguo Testamento el nombre bajo el cual fue anunciado el Mesías y Mediador es, «JEHOVA, JUSTICIA NUESTRA» (Jer. 23:6). Daniel predijo explícitamente que Él vendría aquí para «terminar con la transgresión, para acabar con el pecado, para expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable» (9:24). Isaías anunció «Y se dirá de mí: Ciertamente en Jehová está la justicia y la fuerza: a Él vendrán, y todos los que contra Él se enardecen, serán avergonzados. En Jehová será justificada y se gloriará toda la generación de Israel» (45:24, 25). Y de nuevo, Él representa a los redimidos exclamando, «En gran manera me gozará Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió de vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia» (Isa. 61:10).
En Romanos 4:6-8 leemos, «Como también David dice ser bienaventurado el hombre al cual Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón al cual el Señor no imputó pecado.» Aquí se nos muestra la inseparabilidad de dos cosas: Dios imputando «justicia» y Dios no imputando «pecados.» Las dos nunca son divididas: a quien Dios no imputa pecado Él imputa justicia; y a quien Él imputa justicia, Él no imputa pecado. Pero el punto específico por el que estamos más preocupados es entender es, ¿ De quién es La «justicia» que Dios imputa o pone en la cuenta de aquel que cree? La respuesta es, aquella justicia que fue forjada por nuestro Fiador, aquella obediencia a la ley que fue cumplida de forma vicaria [en nuestro lugar] por nuestro Garante, es decir «la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo» (2 Pedro 1:1). Esta justicia no es solo «para todos» sino también «sobre todos los que creen» (Rom. 3:22). Ésta es llamada «la justicia de Dios» porque fue la justicia del Dios-hombre Mediador, de la misma manera se le llama en Hechos 20:28 la sangre de Dios.
La «justicia de Dios» que es mencionada tan frecuentemente en la Epístola a los Romanos no se refiere a la justicia esencial del carácter divino, porque ella no es posible que pueda ser imputada o transferida legalmente a ninguna criatura. Cuando se dice en 10:3 que los judíos «ignoraron la justicia de Dios» sin dudas no significa que ellos estaban a oscuras en cuanto a la rectitud divina o que ellos nada conocían acerca de la justicia de Dios; sino que significa que ellos eran ignorantes acerca de la justicia que el Dios-hombre Mediador ha traído en forma vicaria [en representación] para Su pueblo. Esto es abundantemente claro por el resto de ese versículo: «y procurando establecer su propia justicia» –no una rectitud o justicia propia de ellos, sino haciendo obras por las cuales ellos esperaban merecer aceptación ante Dios. Tan firmemente se aferraron a esta ilusión, que ellos «no se sujetaron a la justicia de Dios»: es decir, ellos rehusaron abandonar su justicia propia y poner su confianza en la obediencia y los sufrimientos del Hijo de Dios encarnado.
«Explicaré lo que queremos significar por la imputación de la justicia de Cristo. A veces la expresión es tomada por nuestros teólogos en un sentido más amplio, por la imputación de todo lo que Cristo hizo y sufrió por nuestra redención con lo cual somos libres de culpa, y permanecemos justos ante los ojos de Dios; y así la imputación implica tanto la satisfacción [la reparación o el pago] como la obediencia de Cristo. Pero aquí yo la uso en un sentido más estricto, como la imputación de aquella justicia o virtud moral que consiste en la obediencia de Cristo. Y por esa obediencia imputada a nosotros, se quiere decir no otra cosa que esto, que esa justicia de Cristo es aceptada para nosotros, y admitida en lugar de aquella perfecta justicia interior que debería estar en nosotros mismos: la perfecta obediencia de Cristo será puesta a nuestra cuenta, así que tendremos los beneficios de ella, como si nosotros mismos la hubiéramos realizado: y así asumimos, que se nos es dado un derecho a la vida eterna como la recompensa de esta justicia» (Jonathan Edwards).
El pasaje que irradia la más clara luz sobre aquel aspecto de la justificación que ahora estamos considerando es 2 Corintios 5:21, «Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él.» Aquí tenemos las contra imputaciones: de nuestros pecados a Cristo, de Su justicia a nosotros. Como la enseñanza de este versículo es de tan vital importancia permítanos empeñarnos en considerar sus términos lo más detenidamente. ¿Cómo fue Cristo «hecho por nosotros pecado»? Por la imputación que Dios hizo sobre Él de nuestra desobediencia, o de nuestras transgresiones a la ley; de igual manera, nosotros somos hechos «justicia de Dios en Él» (en Cristo, no en nosotros mismos) por la imputación que Dios nos hace de la obediencia de Cristo, de Su cumplimiento a los preceptos de la ley por nosotros.
Como Cristo «no conoció pecado» ni por impureza interior ni por cometerlo personalmente, así nosotros no «conocimos» o tuvimos justicia propia ni por conformidad interior a la ley, ni por obediencia personal a ella. Como Cristo fue «hecho pecado» por haber sido nuestros pecados puestos a Su cuenta o cargados sobre Él de un modo judicial, y como no fue por una conducta criminal de Sí mismo que Él fue «hecho pecado,» así no es por alguna actividad piadosa de nosotros mismos que llegamos a ser «justos»: Cristo no fue «hecho pecado» por la infusión de maldad, ni nosotros somos «hechos justos» por la infusión de santidad. Aunque personalmente santo, nuestro Garante, entrando a nuestro lugar legal, se entregó a sí mismo de oficio sujeto a la ira de Dios; y así aunque personalmente malvados, tenemos, a causa de nuestra identificación legal con Cristo, derecho al favor de Dios. Como la consecuencia de que Cristo fue «hecho pecado por nosotros» fue, que «Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros» (Isa. 53:6), así la consecuencia de que la obediencia de Cristo fue puesta a nuestra cuenta es que Dios atribuye justicia «sobre todos los que creen» (Rom. 3:22). Como nuestros pecados fueron el fundamento judicial de los sufrimientos de Cristo, sufrimientos por los cuales Él satisfizo a la Justicia; así la justicia de Cristo es el fundamento judicial de nuestra aceptación con Dios, por lo que nuestro perdón es un acto de Justicia.
Nótese cuidadosamente que en 2 Corintios 5:21 es Dios quien «hizo» o estableció legalmente a Cristo para que fuera «pecado por nosotros,» aunque como Hebreos 10:7 muestra, el Hijo gustosamente accedió a esto. «Él fue hecho pecado por imputación: los pecados de todo Su pueblo fueron transferidos a Él, cargados sobre Él, y puestos a Su cuenta y teniéndolos sobre sí, Él fue tratado por la justicia de Dios como si Él hubiera sido no solamente un pecador, sino una masa de pecado: porque ser hecho pecado es una expresión más fuerte que ser un pecador» (John Gill). «Para que nosotros fuésemos hecho justicia de Dios en Él» significa ser legalmente constituidos justos delante de Dios –justificados. «Esta es una justicia ‘en Él,’ en Cristo, y no en nosotros mismos, y por lo tanto debemos dar a entender la justicia de Cristo: así llamada, porque es forjada por Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas, el verdadero Dios, y la vida eterna.
El mismo intercambio que ha estado ante nosotros en 2 Corintios 5:21 es encontrado de nuevo en Gálatas 3:13, 14, «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición; (porque está escrito: Maldito cualquiera que es colgado en madero:) Para que la bendición de Abraham fuese sobre los Gentiles en Cristo Jesús.» Como el Fiador de Su pueblo, Cristo fue «hecho súbdito a la ley» (Gál. 4:4), ubicado en la posición judicial y en lugar de ellos, y teniendo todos sus pecados imputados a Él, y la ley encontrándolos todos sobre Él, lo condenó a Él por ellos; y así la justicia de Dios lo entregó a la infame muerte de la cruz. El propósito, así como la consecuencia, de esto fue «que la bendición de Abraham fuese sobre los Gentiles»: la «bendición de Abraham» (como muestra Rom. 4) fue la justificación por la fe a través de la justicia de Cristo.
Extracto del libro «la justificación» Arthur W. Pink