​Podemos asegurar que fue el calvinismo quien proveyó el impulso espiritual que le llevó a la victoria, y con su perseverancia infatigable, puso fin a la tutela injustificada de la iglesia sobre toda la vida humana, incluido el arte.

​Y así llego a mi tercer y último punto. Encontramos que la falta de un estilo artístico propio, en vez de ser una objeción contra el calvinismo, al contrario indica la etapa más avanzada de su desarrollo. Después hemos considerado la interpretación exaltada de la naturaleza de las artes que fluye desde el principio calvinista. Y ahora veremos cuan noblemente el calvinismo incentivó el progreso de las artes tanto en principio como en práctica.

Y aquí, en primer lugar, dirijo vuestra atención al hecho importante que el calvinismo fue el primero que reconoció la importancia de las artes, al liberarlas de la vigilancia de la iglesia. No niego que el renacimiento tuviese la misma tendencia, pero esta fue manchada por una preferencia unilateral por lo pagano, y una pasión para ideas más paganas que cristianas; mientras Calvino, por otro lado, mantuvo firmemente las ideas cristianas, y de manera más cortante que cualquier otro reformador, se opuso a toda influencia pagana. Sin embargo, para ser justos hacia la iglesia antigua, tenemos que dar una explicación más completa.

La religión cristiana apareció en el mundo griego y romano, que aunque desmoralizado, todavía mostraba su civilización avanzada y su esplendor artístico. Por tanto, para oponerse a un principio con otro principio, el cristianismo tuvo que reaccionar en contra de la sobreestimación de las artes que dominaba en aquel tiempo, para así quebrantar la influencia peligrosa del paganismo. Por tanto, mientras la lucha contra el paganismo era una lucha a muerte, la relación del cristianismo con las artes tuvo que ser hostil. A este período siguió la invasión de las tribus germanas bárbaras en el Imperio Romano altamente civilizado. Después de que estas tribus fueron rápidamente bautizadas, el centro del poder se movió poco a poco desde Italia hacia el lado norte de los Alpes, dando a la iglesia desde el siglo VIII un señorío casi exclusivo sobre toda Europa. Debido a esta constelación, la iglesia se convirtió durante varios siglos en el ayo de la vida humana desarrollada, y alcanzó un resultado glorioso. En el sentido literal de la palabra, todo desarrollo humano de aquel período dependía enteramente de la iglesia. Ninguna ciencia y ningún arte pudo prosperar sin el escudo de la protección eclesiástica. Y de allí se originó aquel arte específicamente cristiano, que en su primera pasión intentó expresar el máximo de esencia espiritual en un mínimo de forma y pintura y notas. No era ningún arte copiado de la naturaleza, sino un arte invocado desde las esferas celestiales, que ató la música en las cadenas gregorianas, que con su pincel y cincel anhelaba creaciones acósmicas, y que solamente en la construcción de catedrales realmente alcanzó lo sublime y la fama. Pero toda vigilancia educacional lleva a su propia disolución. Un ayo de actitud recta intenta hacer que su vigilancia sea superflua lo más pronto posible, y aquel que intenta prolongar su control aun después que su alumno haya alcanzado la madurez, crea una relación no natural y provoca resistencia. Cuando la primera educación del norte de Europa fue completada, y la iglesia seguía levantando su cetro absoluto sobre el dominio entero de la vida, cuatro grandes movimientos empezaron desde lados diferentes: el renacimiento en el dominio de las artes, el republicanismo de Italia en la política, el humanismo en la ciencia y lo más central, en la religión, la Reforma.

Sin duda, estos cuatro movimientos recibieron su impulso de principios muy diferentes que en algunos casos estaban en conflicto entre ellos mismos. Pero todos estaban de acuerdo en un punto: Intentaron escapar de la tutela eclesiástica y crear una vida propia, en acuerdo con su propio principio. Entonces no nos sorprende que en el siglo XVI, repetidamente estos cuatro poderes actuaran de manera concertada. Era la única vida humana que buscaba de todas maneras un desarrollo más libre, y por tanto, cuando el viejo ayo intentó a la fuerza atrasar la declaración de la madurez, estos cuatro poderes naturalmente se animaron una a otra a resistir ferozmente hasta alcanzar la libertad. Sin esta alianza cuádruple, no solo hubiera permanecido la tutela de la iglesia sobre Europa, sino su señorío se hubiera vuelto incluso más opresor e intolerable después de aplastar la rebelión. Gracias a esta cooperación, la empresa audaz tuvo éxito, y los combatientes, con su energía combinada, trajeron las artes y la ciencia, la política y la religión, al disfrute pleno de su madurez.

¿Sería justo, sobre esta base, asegurar que el calvinismo liberó la religión, pero no las artes, y que el honor de la emancipación de las artes pertenece exclusivamente al renacimiento? Yo concedo que el renacimiento participó en la victoria, especialmente en cuanto estimuló a las artes a reivindicar su libertad por medio de sus producciones maravillosas. El genio estético, si puedo llamarlo así, fue implantado por Dios mismo en los griegos, y solo al redescubrir las leyes fundamentales de arte que el genio griego había descubierto pudo el arte justificar su exigencia de una existencia independiente. Pero esto por sí solo todavía no hubiera logrado la liberación deseada. La iglesia de aquellos días no se oponía ni en lo mínimo a las artes clásicas como tales. Al contrario, ella dio la bienvenida al renacimiento, y el arte cristiano no vaciló en enriquecerse a sí mismo con lo mejor que el renacimiento ofrecía. En el auge del renacimiento, Bramante y Da Vinci, Miguel Ángel y Rafael, llenaron las catedrales romanistas con tesoros de arte nunca superados. Así, el viejo lazo seguía uniendo la iglesia y las artes. La verdadera liberación de las artes requería mucho más energías patentes. Desde un principio, la iglesia tuvo que ser obligada a retirarse a su ámbito espiritual. El arte, que hasta entonces se había limitado a las esferas sagradas, tuvo que entrar al mundo social. Y en la iglesia, la religión tuvo que despojarse de sus vestimentas simbólicas, para que ascendiese al nivel espiritual superior y su aliento de vida animase el mundo entero. Como observa Von Hartmann acertadamente: «Es la religión puramente espiritual que con una mano despoja al artista de su arte específicamente religioso, pero con la otra mano le ofrece en cambio un mundo entero para ser animado religiosamente.»

Por cierto, Lutero deseaba una religión pura, espiritual, pero el calvinismo fue el primero en captarla. Primero bajo los impulsos del calvinismo, nuestros padres rompieron con el «splendor ecclesiae», o sea, con su brillo exterior, y con sus posesiones amplias, con las cuales mantenía atado el arte económicamente. Aunque el humanismo se rebeló contra este estado opresivo y no natural de las cosas, nunca pudo esperar lograr un cambio radical desde sus propios recursos. Solo piensen en Erasmo. El triunfo en la lucha de aquel tiempo no pertenecía al hombre que luchó por la libertad religiosa solo criticando, sino solo a aquel que desde un nivel superior de desarrollo religioso superó la religión simbólica como tal. Y por tanto, podemos asegurar que era el calvinismo que proveyó el impulso espiritual que llevó a la victoria, y con su perseverancia infatigable, puso fin a la tutela injustificada de la iglesia sobre toda la vida humana, incluido el arte.

Este resultado hubiera sido puramente accidental, si el calvinismo no hubiera al mismo tiempo llevado a una interpretación más profunda de la vida humana y así del arte humano. Cuando bajo Víctor Manuel, con la ayuda de Garibaldi, Italia fue liberada, el día de la libertad amaneció también para los valdenses; pero ni el galantuomo, ni Garibaldi, pensaban jamás en los valdenses. De igual manera era posible que en su lucha por la libertad humana, también el calvinismo cortó la atadura que hasta entonces había cautivado el arte, pero sin tener la intención de hacerlo, solo por virtud de su principio. Y por tanto tengo que ilustrar el segundo factor, que únicamente decide este caso. Ya mencioné, más de una vez, la importancia de la doctrina calvinista de la «gracia común», y por supuesto en esta exposición sobre las artes tengo que mencionarla otra vez. Lo que quiere ser eclesiástico, tiene que llevar el sello de la fe; por tanto, un arte genuinamente cristiano puede venir solo de los creyentes. El calvinismo, al contrario, nos enseñó que todas las artes son dones que Dios imparte tanto a creyentes como a no creyentes, e incluso que estos dones han florecido en una medida mayor fuera del círculo sagrado. «Estas irradiaciones de la luz divina», escribió, «brillaron más entre gente incrédula que entre los santos de Dios.» Y esto, por supuesto, revierte el orden propuesto de las cosas. Si limitamos el disfrute del arte a la regeneración, entonces este don es exclusivamente la porción de los creyentes, y debe tener un carácter eclesiástico. En este caso sería el resultado de la gracia particular. Pero si la experiencia y la historia nos persuaden de que los instintos artísticos son dones naturales, y por tanto pertenecen a aquellos dones que a pesar del pecado siguieron brillando en la naturaleza humana por medio de la gracia común, entonces se sigue que el arte puede inspirar tanto a creyentes como a incrédulos, y que Dios es soberano para impartirlo según Su voluntad, a naciones paganas y cristianas por igual. Esto se aplica no solamente a las artes, sino a todas las expresiones naturales de la vida humana, y es ilustrado por la comparación entre Israel y las naciones en los tiempos antiguos. En cuanto a las cosas sagradas, Israel es elegido, y no solamente es bendecido por encima de todas las naciones, sino que es único entre todas las naciones. En el asunto de la religión, Israel no solamente tiene una porción más grande, sino que Israel solo tiene la verdad, y todas las otras naciones, incluso los griegos y los romanos, están bajo el yugo del error. Cristo no es parcialmente de Israel y parcialmente de las naciones; Él es de Israel solo. La Salvación viene de los judíos. Pero en la misma proporción como Israel brilla en el dominio de la religión, está atrasado cuando comparamos el desarrollo de su arte, ciencia, política y comercio con el de las naciones que lo rodean. La construcción del Templo requería la venida de Hiram de un país pagano; y Salomón, en quien se encuentra la sabiduría de Dios, sabe que Israel está atrasado en la arquitectura y necesita ayuda desde afuera; y con su acción demuestra públicamente que él, como rey de los judíos, no se avergüenza de la venida de Hiram, sino lo considera una ordenanza natural de Dios.

Entonces el calvinismo, a base de las Escrituras y de la historia, llegó a la confesión de que dondequiera que el Santuario se abre, todas las naciones incrédulas se quedan fuera; pero en su historia secular, ellas son llamadas por Dios a una vocación especial, y por su misma existencia son un eslabón indispensable en la larga cadena de fenómenos. Toda expresión de vida humana requiere una disposición especial en la sangre y descendencia, y tanto la adaptación de la suerte como el ambiente natural y los efectos climáticos contribuyen a su desarrollo. En Israel, todo esto fue adaptado a la herencia sagrada que recibió en la revelación divina. Pero si Israel fue elegido por causa de la religión, esto no impidió de ninguna manera una elección paralela de los griegos para el dominio de la filosofía y las revelaciones del arte, ni de los romanos para el desarrollo clásico en el dominio del derecho y del estado. Un fenómeno como las artes llegan a la revelación de los fundamentos de su existencia inalterable una sola vez, y esta revelación, una vez dada a los griegos, permanece clásico y para siempre dominante. Y aunque un desarrollo futuro pueda buscar nuevas formas y material adicional, la naturaleza del hallazgo original permanece la misma.

Así el calvinismo tuvo que confesar que por la gracia de Dios, los griegos eran la nación primordial del arte; que debido al desarrollo griego clásico, el arte conquistó su derecho de una existencia independiente; y aunque debía irradiar también en la esfera de la religión, no debería ser injertado de ninguna manera en el árbol eclesiástico. Por tanto, al ser un regreso del arte a sus líneas fundamentales, el renacimiento no se presentó al calvinismo como un esfuerzo pecaminoso, sino como un movimiento ordenado divinamente. Y como tal, el calvinismo animó el renacimiento no por accidente, sino con conciencia clara y propósito definido, de acuerdo con su principio más profundo.

Este documento fue expuesto en la Universidad de Princeton en el año 1898 por Abraham Kuyper (1837-1920) quien fue teólogo, Primer Ministro de Holanda, y fundador de la Universidad Libre de Ámsterdam.

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