Es un punto práctico muy interesante e importante. El primer efecto del cristiano en el mundo es general; en otras palabras, es más o menos negativo. He aquí un hombre que se ha hecho cristiano; vive en sociedad, en la oficina o taller. Como es cristiano de inmediato produce un cierto efecto, un efecto de control, que antes estudiamos. Sólo después de esto tiene esta función específica y concreta de actuar como luz. En otras palabras, la Biblia, al tratar del cristiano, siempre subraya primero lo que es, antes de comenzar a hablar de lo que hace. Como cristiano, debería siempre producir este efecto general en los demás antes de producir este efecto específico.
Dondequiera que me encuentre, de inmediato ese ‘algo diferente’ que hay en mí debería producir efecto; y esto a su vez debería llevar a los demás a contemplarme y decir, ‘Hay algo especial en este hombre.’ Luego, al observar mi conducta, empiezan a hacerme preguntas. En este punto entra en juego el elemento de ‘luz’; puedo hablarles y enseñarles. Muy a menudo tendemos a cambiar el orden. Hablamos en una forma muy ilustrada, pero no siempre vivimos como sal de la tierra. Tanto si nos gusta como no, nuestra vida debería ser siempre la primera en hablar; y si los labios hablan más que la vida de poco servirá. Con frecuencia la tragedia ha sido que las personas proclaman el evangelio de palabra, pero su vida y comportamiento es negación del mismo. El mundo no les hace gran caso. No olvidemos nunca este orden que el Señor escogió deliberadamente; ‘la sal de la tierra’ antes de ‘la luz del mundo.’ Somos algo antes de comenzar a actuar como algo. Ambas cosas deberían siempre ir juntas, pero el orden y la secuencia debería ser la que El establece en este pasaje.
Teniendo esto presente, considerémoslo ahora de forma práctica. ¿Cómo ha de mostrar el cristiano que es realmente ‘la luz del mundo’? Esto se transforma en una pregunta sencilla: ¿Cuál es el efecto de la luz? ¿Qué hace en realidad? No cabe duda de que lo primero que hace la luz es poner de manifiesto las tinieblas y todo lo que pertenece a las tinieblas. Imaginemos una habitación a oscuras, y luego de repente se enciende la luz.
O pensemos en las luces delanteras de un automóvil que discurre por una oscura carretera. Como lo dice la Biblia, ‘Todo lo que manifiestas es luz’. En un sentido no estamos conscientes de las tinieblas hasta que la luz no aparece, y esto es fundamental. Hablando de la venida del Señor a este mundo, Mateo dice, ‘El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz.’ La venida de Cristo y el evangelio son tan fundamentales que se pueden expresar así; y el primer efecto de su venida al mundo es que ha puesto de manifiesto las tinieblas de la vida del mundo. Esto es algo que siempre, e inevitablemente, hace cualquier persona buena o santa. Siempre necesitamos algo que nos muestre la diferencia, y la mejor manera de revelar una cosa es por contraste. Esto hace el evangelio, y todo cristiano lo hace. Como dice el apóstol Pablo, la luz aclara lo oculto de las tinieblas,’ y por ello dice, ‘los que se embriagan, de noche se embriagan.’
El mundo todo se divide en ‘hijos de la luz’ e ‘hijos de las tinieblas.’ Gran parte de la vida del mundo está bajo una especie de capa de tinieblas. Las cosas peores siempre ocurren bajo el manto de las tinieblas; incluso el hombre natural, degenerado y en estado de pecado, se avergonzaría de tales cosas a la luz del día. ¿Por qué? Porque la luz pone de manifiesto.
El cristiano es ‘la luz del mundo’ es esa forma. Es inevitable. Por ser cristiano muestra un estilo diferente de vida, y esto de inmediato pone de manifiesto la verdadera índole y naturaleza de la otra forma de vivir. En el mundo, por tanto, es como una luz que se prende, y de inmediato la gente comienza a pensar, a maravillarse, a sentirse avergonzada. Cuanto más santa una persona, desde luego, tanto más claramente tendrá lugar esto. No le hace falta decir ni una palabra; sólo por ser lo que es hace que los demás se sientan avergonzados de lo que hacen, y de este modo actúa verdaderamente como luz. Proporciona un modelo, muestra que hay otra manera de vivir que es posible para el género humano. Pone por tanto de manifiesto el error y el fracaso de la forma de pensar y de vivir del hombre. Como vimos al tratar del cristiano como ‘sal de la tierra,’ lo mismo se puede decir de él como ‘luz del mundo.’ Todo verdadero reavivamiento espiritual ha producido este efecto. Unos cuantos cristianos en una región o grupo afectarán la vida del todo. Ya sea que los demás estén de acuerdo o no con sus principios, les hacen sentir que después de todo el sistema cristiano es adecuado, y el otro indigno. El mundo ha descubierto que ‘la honestidad es la mejor política.’ Como alguien lo ha dicho, esta es la clase de tributo que la hipocresía siempre rinde a la verdad; ha de admitir en el fondo del corazón que la verdad tiene razón.
La influencia que el cristiano tiene como luz en el mundo es demostrar que estas otras cosas pertenecen a las tinieblas. Prosperan en las tinieblas, y sea por lo que fuere no pueden resistir la luz. Esto se afirma en forma explícita en Juan 3, donde el apóstol dice, ‘Esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.’ Nuestro Señor añade que tales hombres no vienen a la luz porque saben que, si lo hacen, recibirán reprobación por sus obras, y no quieren esto.
Esa fue, desde luego, la causa final del antagonismo de los escribas y fariseos contra nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Esos hombres, maestros de la ley, expertos, en un sentido, de la vida religiosa, odiaron y persiguieron al Señor. ¿Por qué? La única respuesta adecuada se encuentra en la pureza absoluta de Cristo, su santidad total. Sin decir ni una sola palabra contra ellos al comienzo —porque no los acusó hasta el final— su pureza hizo que se vieran como realmente eran, y por ello lo odiaron. Lo persiguieron y por fin crucificaron, sólo porque era ‘la luz del mundo.’ Reveló y manifestó lo oculto de las tinieblas que había en ellos. Ustedes y yo hemos de ser así en este mundo; con sólo vivir la vida cristiana hemos de producir este efecto.
Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martin Lloyd-Jones