En el estudio de este pasaje referente a nuestra actitud para con los enemigos, fijémonos de manera exclusiva en la expresión, ‘¿qué hacéis de más?’, que se encuentra en el versículo 47: ‘Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?’ Después de la exposición detallada que ha ofrecido acerca de cómo su pueblo debía tratar y considerar a los enemigos, nuestro Señor, por así decirlo, conduce toda la sección y toda la enseñanza a una culminación grandiosa. A lo largo de su enseñanza, como hemos visto, no se ha preocupado tanto por los detalles de su conducta cuanto porque entendieran y captaran bien qué eran y cómo debían vivir.
Y ahora lo sintetiza todo en esta afirmación sorprendente que aparece al final del mismo: ‘Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.’ Esta es la clase de vida que tenemos que vivir. No hay otra actitud respecto al Sermón del Monte tan ridícula como la que lo considera un programa ético, una especie de programa social. Ya hemos estudiado esto, pero debemos volver a analizarlo, porque me parece que este pasaje sólo es suficiente para excluir de una vez por todas cualquier noción falsa respecto a este gran Sermón. Este solo pasaje contiene lo que podríamos llamar la característica más esencial de todo el evangelio del Nuevo Testamento, y que es la paradoja que lo penetra todo. El evangelio de Jesucristo, aunque no me gusta gran parte del uso actual del término, es esencialmente paradójico; hay una contradicción aparente en él desde el principio hasta el fin. La encontramos aquí, en la médula misma de este mensaje.
El carácter paradójico del evangelio lo expresó el anciano Simeón, cuando sostuvo en sus brazos al Niño Jesús. Dijo, ‘He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel.’ Ahí está la paradoja. Está puesto al mismo tiempo para caída y para levantarse de nuevo. El evangelio siempre hace estas dos cosas, y a no ser que nuestra idea del mismo contenga estos dos elementos, no es verdadera. Aquí tenemos una ilustración perfecta de ello. ¿No hemos sentido esto a medida que hemos ido avanzando en el estudio de este Sermón? ¿Conocemos algo que sea más descorazonador que el Sermón del Monte? Tomemos este pasaje desde el versículo 17 hasta el final del capítulo 5 — estas ilustraciones detalladas que nuestro Señor ofrece en cuanto a cómo hemos de vivir. ¿Hay algo más descorazonador? Nos parece que los Diez Mandamientos, las normas morales ordinarias de decencia, ya son suficientemente difíciles; pero examinemos estas afirmaciones acerca del no mirar con deseo, del ir una segunda milla, del dar la capa además de la túnica, y así sucesivamente. No hay nada más descorazonador que el Sermón del Monte; parece ponernos al descubierto, y condenar todos los esfuerzos antes de comenzarlos. Parece completamente imposible. Pero al mismo tiempo ¿conocemos algo más alentador que el Sermón del Monte? ¿Conocemos algo que nos halague más que este Sermón? El hecho mismo de que se nos mande hacer estas cosas implica que es posible. Esto es lo que se supone que debemos hacer; se sugiere, por tanto, que lo podemos hacer. Es descorazonador y alentador al mismo tiempo; está puesto para caída y levantamiento.
Y nada es más vital que tengamos siempre bien presentes en la mente estos dos aspectos.
El problema de esa idea necia, llamada materialista, del Sermón del Monte, es que no veía ninguno de los dos aspectos del Sermón con claridad. Los limitaba ambos. En primer lugar limitaba las exigencias. Sus seguidores decían: ‘El Sermón del Monte es algo práctico, algo que podemos hacer.’ Bien, la respuesta a esos tales es que lo que se nos pide que hagamos es, que seamos perfectos como Dios, tan perfectos en eso de amar a los enemigos como lo es Él. Y en cuanto nos enfrentamos con las exigencias concretas, vemos que resultan imposibles para el hombre natural. Pero esas personas no han comprendido esto. Lo que han hecho, desde luego, es aislar ciertas afirmaciones y decir: ‘Sólo tenemos que hacer esto.’ No creen en pelear bajo ninguna circunstancia. Dicen, ‘Tenemos que amar a los enemigos;’ y por ello se convierten en pacifistas. Pero el Sermón del Monte no se limita a esto. El Sermón del Monte incluye este mandato: ‘Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.’ Nunca se han enfrentado con el rigor de esta exigencia.
Al mismo tiempo nunca han visto el otro lado, que es que somos hijos de Dios, insólitos y excepcionales. Nunca han visto la gloria y grandeza y carácter único de la situación cristiana. Siempre han pensado en el cristiano como en alguien que hace un esfuerzo moral mayor que nadie y que se mortifica a sí mismo. En otras palabras, la mayor parte de los problemas que esas personas experimentan respecto a este Sermón del Monte, y en realidad respecto a toda la enseñanza del Nuevo Testamento, es que nunca entienden bien qué significa ser cristiano. Este es el problema fundamental. Los que experimentan dificultades respecto a la salvación en Cristo tienen esa dificultad porque nunca han entendido qué es realmente el cristiano.
En esta expresión tenemos, una vez más, una de esas definiciones perfectas en cuanto a lo que constituye al cristiano. Se presenta el aspecto dual; desaliento y aliento; la caída y el levantamiento. Aquí está: ‘¿Qué hacéis de más?’ La traducción del Dr. Moffatt expresa muy bien la idea, ‘Si saludáis sólo a los amigos, ¿qué tiene esto de especial?’ Esta es la clave de todo. Encontramos este pensamiento no sólo aquí sino también en el versículo 20. Nuestro Señor comenzó diciendo: ‘Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.’ Los escribas y fariseos tenían normas elevadas, pero la justicia de la que nuestro Señor habla es más que esa justicia; hay algo especial en ella.
Examinemos este gran principio en la forma de tres principios subsidiarios. El cristiano es en esencia una clase única y especial de persona. Esto es algo que nunca se puede subrayar lo suficiente. No hay nada más trágico que el fracaso de muchos que se llaman cristianos en darse cuenta del carácter único y especial del cristiano. Nunca se lo puede explicar en términos naturales. La esencia misma de la posición cristiana es que es un enigma. Hay algo insólito, algo inexplicable, algo elusivo acerca de él desde el punto de vista del hombre natural. Es algo completamente distinto y aparte.
Ahora bien, nuestro Señor nos dice en este pasaje que esta característica especial, este carácter único, es doble. Ante todo es un carácter único que lo separa de todo el que no es cristiano. ‘Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?’ Ellos pueden hacerlo, pero vosotros sois diferentes. El cristiano, como ven, es diferente de los demás. Hace lo que hacen los demás, es cierto; pero hace algo más. Esto es lo que nuestro Señor ha venido poniendo todo el tiempo de relieve. Cualquiera puede llevar la carga por una milla, pero el cristiano es el que va la segunda. Siempre hace más que los demás. Esto es, sin duda, tremendamente importante. El cristiano al mismo tiempo, y por definición, es alguien que está aparte de la sociedad, y no se lo puede explicar en términos naturales.
Sin embargo, debemos ir más allá. El cristiano, según la definición de nuestro Señor, no sólo es alguien que da más que los demás; sino que hace lo que otros no pueden hacer. Esto no es quitarle nada a la capacidad y habilidad del hombre natural; pero el cristiano es alguien que puede hacer cosas que nadie más puede hacer. Podemos poner esto más de relieve de esta forma. El cristiano es alguien que está por encima, y va más allá, del hombre natural mejor del mundo. Nuestro Señor lo demostró aquí en su actitud respecto a la norma moral y de conducta de los escribas y fariseos. Eran los maestros del pueblo, y exhortaban a los demás. Dice a los que escuchaban: ‘Debéis ir más allá.’ También nosotros debemos ir más allá. Hay muchas personas en el mundo que no son cristianos pero que son muy morales y éticos, hombres cuya palabra es sagrada, y que son escrupulosos, honestos, justos. Nunca se los encuentra haciendo nada sospechoso a nadie; pero no son cristianos, y lo dicen. No creen en el Señor Jesucristo y quizá han rechazado toda la enseñanza del Nuevo Testamento con burla. Pero son completamente rectos y honestos. El cristiano, por definición, es alguien que es capaz de hacer algo que el mejor hombre natural no puede hacer. Va más allá y hace más; supera. Está separado de todos los demás, y no sólo de los malos, sino también de los mejores. Se esfuerza en la vida diaria por demostrar esta capacidad del cristiano de amar a sus enemigos y de hacer el bien a los que lo odian, y de orar por aquellos que lo ultrajan y persiguen.
El segundo aspecto de este carácter único del cristiano es que no es como los demás, sino que ha de ser positivamente como Dios y como Cristo. ‘Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos… Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.’ Esto es increíble, pero es la definición esencial del cristiano. El cristiano ha de ser como Dios, ha de manifestar en su vida diaria en este mundo cruel algo de las características de Dios mismo. Tiene que vivir como vivió el Señor Jesucristo, seguir sus normas e imitar su ejemplo. No sólo será distinto a los demás. Ha de ser como Cristo. Lo que tenemos que preguntarnos, pues, si queremos saber con certeza si somos o no verdaderos cristianos, es esto: ¿Hay eso en mí que no se puede explicar en términos naturales? ¿Hay algo especial y único en mí y en mi vida que nunca se encontrará en un no cristiano? Hay muchos que piensan en el cristiano como en alguien que cree en Dios, en alguien moralmente bueno, justo, honrado y todo lo demás. Pedro esto no hace que uno sea cristiano. Hay quienes niegan a Cristo, los musulmanes, por ejemplo, pero que creen en Dios y que son muy honestos y rectos en su trato. Tienen un código moral y lo observan. Hay muchos en esa situación. Nos dicen que creen en Dios, y son muy éticos y morales; pero no son cristianos, niegan específicamente a Cristo. Hay muchos hombres, como el difunto Gandhi y sus seguidores, quienes sin duda creen en Dios; además, si uno mira sus vidas y acciones, es difícil encontrar algo que criticar; pero no son cristianos.
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones