En ARTÍCULOS

“Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.”—Rom. 5:5

 Claramente, en los días del antiguo pacto, la gracia salvadora obró en el individuo, pero siempre mantuvo una característica preliminar y especial. Creyentes del antiguo pacto “no recibieron lo prometido, proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros.” (Heb. 11:39-40) Y la dispensación de la salvación personal, en su carácter normal, sólo comenzó cuando, finalizada la obra de reconciliación y habiendo resucitado Emanuel, llegó silenciosamente el otro Consolador a enriquecer a los miembros del Cuerpo de Cristo.

De ahí que el propósito del Dios Trino mueva todas las cosas inexorablemente hacia esta gloriosa consumación. La compasión divina no puede dejar de trabajar hasta que la obra de salvación del alma no haya comenzado. En toda la obra preparatoria, Dios se dirige persistentemente a sus escogidos; no tan sólo después de la caída sino incluso antes de la creación, Su sabiduría se deleitaba en el mundo terrenal, y “Sus delicias eran con los hijos de los hombres.” (Prov. 8:31) Desde la eternidad Él conoce a todos los que recibirán Su gloriosa luz. No le son extraños aquellos quienes, al pasar las edades, Él descubre que son sin fruto al ser examinados, o a ser forjados para llegar a ser sujetos apropiados y útiles de acuerdo a sus respectivos méritos; no, nuestro fiel Dios de Pactos, nunca es un extraño ante ninguna de Sus criaturas. Creó a todos, y decretó cómo debían ser creados; no han sido creados y luego predestinados; sino predestinados y luego creados. Aun así, la criatura no es independiente del

Señor, ya que antes de que haya palabra en Su boca, conoce todas las cosas; no por información de lo que ya existía, sino por conocimiento divino de lo que habría de venir. Aun las relaciones de causa y efecto que conectan las etapas de su vida se encuentran desnudas y abiertas delante de Él; nada se esconde de Él; y Dios conoce mucho más íntimamente al hombre de lo que el hombre se conoce a sí mismo.

Las aguas de salvación que descienden de la cima de la montaña de la santidad de Dios no corren hacia campos desconocidos. Sus cauces están preparados, y recorriendo los montes se encuentran con los pastizales que han de regar.

Por tanto, aunque la mayor claridad demanda divisiones y subdivisiones en la obra de gracia, éstas en realidad no existen; la obra de gracia es una unidad, es un hecho eterno y continuo, que procede del vientre de la eternidad, avanzando sin parar hacia la consumación de la gloria de los hijos de Dios que será revelada en el gran Día del Señor. Por ejemplo, aunque en el momento de la regeneración Dios llamó a las cosas que no eran, con todo lo que contienen inherentemente como en un germen, esto no debe ser representado como si Dios abandonara el alma del hombre por veinte o treinta años. Porque aun este aparente abandono es una obra divina. Contenido por su amor, hubiera preferido volcarse a sus escogidos, a sus criaturas perdidas, para encontrarlos y salvarlos inmediatamente. Pero Él mismo se abstuvo, si así podemos expresarlo; pues este mismo abandono, este temporal esconder de su rostro, obra finalmente para bien como medio de gracia en la hora del encuentro del amor para lograr la eficacia de la gracia en aquella alma amada.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper 

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