Cierto hombre, de reconocida santidad, en ocasión de que Dios le había concedido una gran petición, dijo: "Dado que Dios no me ha denegado nada de lo que le he pedido, ahora le pongo a prueba a menudo, y en adelante confiaré en Él". Si oír las oraciones de otros nos alienta a dirigirnos a Dios (Salmo 32:6: "Por esto orará a ti todo santo"), mucho más cuando observamos y tenemos experiencia de que las nuestras son oídas. Dice David: "Porque ha inclinado a mí su oído, le invocaré por tanto en todos mis días" (Salmo 116: 2); como si dijese: "Ahora que Dios me ha oído, ya sé a quién recurrir: esta experiencia, aunque no tuviera otra, es suficiente para alentarme a orar siempre a Dios; por ella he aprendido a invocarle en todos mis días".
LA RESPUESTA A LA ORACIÓN
Por Thomas Goodwin
Razón 6ª.— Si la gloria de Dios, en cierto sentido, queda mermada, también vosotros perderéis la experiencia que podríais haber adquirido. Experiencia tanto de Dios como de su Realidad, la cual producirá en vosotros esperanza y confianza en Él para otras ocasiones, si una y otra vez habéis comprobado que contesta a vuestras peticiones. Además, observando las respuestas de Dios a vuestras oraciones, adquiriréis gran discernimiento de vuestros corazones, caminos y oraciones, por cuyo medio podéis aprender a juzgarlos. Así vemos, en el Salmo 66:18, 19, que la certidumbre que David tenía de no mirar a la iniquidad en su corazón fue fortalecida al comprobar que Dios había oído sus oraciones. Razonaba David de esta manera: «Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, Dios no me hubiera oído; pero Dios me ha oído». Por lo tanto, si Dios no os concede lo que le pedís, tendréis deseos de averiguar la razón de su proceder; y de este modo llegaréis a escudriñar vuestras oraciones y la condición de vuestros corazones, para ver en ello si no pedisteis mal; pues dice la Palabra: -Pedís, y no recibís, porque pedís mal» (Santiago 4: 3). Si enviáis recado a un amigo que generalmente es puntual en contestar, y no suele fallar, y no recibís respuesta suya, empezaréis a pensar que algo ocurre. También en el caso que nos ocupa; si se os niega una petición, tendréis celo por saber a qué se debe; y al hacer este estudio alcanzaréis a ver algo en vuestras oraciones que podéis corregir la próxima vez o bien, si recibís respuesta, debido a que Dios suele proceder en consonancia con vuestras oraciones, como observaríais quizá si os fijarais en su proceder hacia vosotros, llegaréis a tener gran discernimiento tocante a la aceptación y aprobación en que Dios tiene vuestros caminos. Os daréis cuenta de que su proceder para con vosotros y el vuestro para con Él son en gran manera paralelos y se corresponden: mantienen, por decirlo así, una relación mutua. Leemos en el Salmo 18:6: «En mi angustia invoqué a Jehová»; y en los vs. 7 y siguientes prosigue describiendo su liberación, fruto de aquellas oraciones. En los vs. 20 y siguientes añade la enseñanza que ha sacado de ambas cosas: «Conforme a la limpieza de mis manos me ha vuelto`, etc. «Limpio te mostrarás para con el limpio.»
Razón 7ª.— Si no prestáis atención a las respuestas de Dios, perderéis gran parte de vuestro consuelo. No hay mayor gozo que ver cómo son contestadas las oraciones, o ver almas convertidas por nuestro medio: «Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido» (Juan 16:24). Recibir respuesta hace que el gozo abunde y rebose. Más aun, cuando oramos por otros y nuestras oraciones son contestadas, la alegría nos invade, y tanto más cuando se trata de nosotros mismos. Por esto, aun en las cosas secundarias de que goza el cristiano, su consuelo excede al de otro. Si «las aguas hurtadas son dulces, y el pan cotidiano en oculto es suave» (Proverbios 9:17) para los impíos, la comida pedida en oración es tanto más dulce para los justos. En la mera petición de mercedes terrenales hay más dulzura que la que se tiene disfrutándolas. Es un gozo para el buen corazón ver la conversión de alguno, pero mucho más lo es para el que ha sido usado como medio de tal conversión: «No tengo yo mayor gozo», dice Juan, «que éste, el oír que mis hijos andan en la verdad» (III Juan 4). Ver a Dios hacer bien a su iglesia, y oír las oraciones de otros, es un consuelo, pero mucho más lo es el ver que El lo hace en respuesta a las oraciones de uno. Por lo cual, cuando Dios restaura el consuelo a un alma entristecida, se dice que dará «consolaciones a él y a sus enlutados» (Isaías 57:18), o sea a los que oraron y se lamentaron con él, tanto corno al alma por la que se oró. Para ellos es un consuelo ver que sus oraciones han sido contestadas, consuelo que tiene varias facetas:
(a) Recibir noticia de Dios como recibirla de un amigo, aunque sólo sean dos o tres palabras, y aunque el asunto sea de menor importancia, si al pie de la carta se leen las palabras «tu padre que te ama», o «tu sincero amigo», produce abundante satisfacción.
(b) Así también la produce saber que Dios nos tiene en cuenta, que acepta nuestras obras, y que cumple sus Promesas.
(c) ¡Cuánto gozo el hallar a otro de la misma opinión durante una controversia! Pero la comprobación de que Dios y nosotros somos de un mismo parecer, y coincidimos en desear las mismas cosas (no sólo dos de nosotros, como vemos en Mateo 18:19), esto sí que produce gran gozo en el corazón: Y así ocurre cuando un hombre comprueba que su oración ha sido respondida. Por lo cual, mucho perdéis de vuestras consoladoras bendiciones cuando no observáis la contestación dada a vuestras súplicas.
En cuanto a normas y ayudas para descubrir el propósito de Dios para con vuestras oraciones, cómo observar las respuestas, y cómo conocer cuándo Él responde, consideraremos algunos casos que pueden presentarse según las varias clases de oración y sus correspondientes respuestas.
1. Oraciones presentadas en favor de la iglesia, para cumplimiento de cosas que pueden acaecer en épocas venideras.
2. Oraciones hechas en favor de otros, ya sean amigos, parientes, etc.
3. Oraciones pidiendo por vosotros mismos o por otras personas que oran juntamente con vosotros.