LA ORACIÓN ESPONTANEA
Texto: «Entonces oré al Dios de los cielos.»
Nehemías 2:4
Nehemías había preguntado en cuanto al estado de la ciudad de Jerusalén, y las noticias que oyó le causaron amargo dolor. «¿Cómo no estará triste mi rostro, cuando la ciudad, la casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego?” No podía soportar que fuera un puro montón de ruinas, aquella ciudad que había sido hermosa en cuanto a situación y el gozo de toda la tierra. Guardando el asunto en su corazón, no comenzó a hablar con otras personas de lo que podían hacer, ni diseñó un programa maravilloso sobre lo que se podría hacer si varios miles de personas se unieran en la empresa, pero se le ocurrió que podría hacer algo él mismo. Esta es la forma en que el hombre práctico inicia un asunto: El que no es práctico hará planes, arreglos y especulaciones acerca de lo que podría hacerse, pero el genuino y dedicado amante de Sion se plantea esta pregunta: «¿Qué puedes hacer? Nehemías, ¿qué puedes hacer? Vamos, hay que hacerlo, y tú eres el hombre que ha de hacerlo, por lo menos debes hacer tu parte. ¿Qué puedes hacer?»
Llegado a este punto, resolvió apartar tiempo para orar. Nunca tuvo el asunto fuera de su mente durante casi cuatro meses. Día y noche parecía tener escrito Jerusalén en su corazón, como si el nombre estuviera pintado en el globo ocular de su ojo. Veía solo a Jerusalén. Cuando dormía soñaba con Jerusalén. Al despertar su primer pensamiento era Jerusalén: «¡Pobre Jerusalén!» y antes de dormirse su oración nocturna era por los muros derribados de Jerusalén. Un hombre con una idea fija es un hombre terrible. Y cuando una sola pasión ha absorbido el todo de sus pensamientos, algo tendrá que venir como resultado. Tenedlo por seguro. El deseo de su corazón se convertirá en alguna demostración abierta, especialmente si plantea el asunto delante de Dios en oración. Algo surgió de esto. Antes de que transcurriera mucho tiempo, Nehemías tuvo su oportunidad. Hombres de Dios, si queréis servir a Dios y no encontráis la ocasión propicia, esperad un tiempo en oración y vuestra ocasión irrumpirá sobre vuestro sendero como un rayo de sol. Nunca hubo un corazón verdadero y valiente que no lograra hallar una esfera adecuada en un lugar u otro para realizar su servicio. Todo obrero diligente hace falta en algún lugar de la viña. Puede ser que tengas que tardar, puede parecer que estás ocioso en el mercado, porque el maestro no te ha contratado, pero espera allí en oración, y aparecerá tu oportunidad. La hora necesitará su hombre, y si estás dispuesto, tú como hombre, no te quedarás sin tu hora. Dios dio a Nehemías una oportunidad. La oportunidad vino, es cierto, de un modo que era inesperado. Vino a través de su tristeza de corazón. Este asunto le ocupó la mente hasta que comenzó a verse sobremanera infeliz. No puedo decir si los demás lo notaran, pero cuando entró en el salón real con la copa, el rey al cual servía notó la angustia en el rostro del copero y le dijo: ¿por qué está triste tu rostro? Pues no estás enfermo. ¿No es esto sino quebranto de corazón?. Poco se daba cuenta Nehemías de que su oración estaba brindándole la ocasión. La oración estaba registrada en su rostro. El ayuno estaba dejando huellas en su semblante, y aunque no lo sabía, de ese modo estaba preparándole la oportunidad para cuando estuviera en presencia del rey. Pero podéis ver que cuando se le presentó la oportunidad tuvo problemas, porque él dice: «Temí en gran manera.» Entonces el rey le pregunta qué es lo que pide. Por el modo de preguntarlo parece llevar implícita la seguridad de que quiere ayudarle. Y aquí nos sorprende un tanto el notar que en vez de apresurarse a dar una respuesta al rey -la repuesta no es dada de inmediato– ocurre un incidente, se narra un hecho. Aunque era uno que últimamente se había dado por entero a la oración y al ayuno, ocurre este pequeño paréntesis: «Entonces oré al Dios de los cielos.» Mi preámbulo conduce a este paréntesis. Quiero predicar sobre esta oración. Aparecen tres pensamientos aquí, y sobre cada uno de ellos quiero extenderme un poco: el hecho de que Nehemías orara en ese momento preciso; el modo de la oración; y el excelente tipo de oración que utiliza.
I. EL HECHO DE QUE NEHEMÍAS HAYA ORADO LLAMA LA ATENCIÓN.
Su soberano le había hecho una pregunta. Se supone que lo correcto es responder. Pero no hace eso. Antes de responder oró al Dios del cielo. No creo que el rey haya notado la pausa. Probablemente el intervalo no haya sido lo suficientemente largo como para ser notado, pero tuvo la extensión necesaria para que Dios lo notara, fue suficientemente largo para que Nehemías buscara y obtuviera la dirección de Dios en cuanto a la repuesta que debía dar al rey. ¿No os sorprende encontrar un hombre de Dios que tiene tiempo para orar entre una pregunta y una repuesta? Nehemías encontró ese tiempo. Más nos sorprende su oración porque estaba tan perturbado que, en conformidad con el versículo dos, temió en gran manera. Cuando estás nervioso y desconcertado podrías olvidarte de orar. ¿No consideráis algunos de vosotros esto como una excusa válida para omitir vuestras devociones regulares? Sin embargo, Nehemías piensa que si está alar¬mado, ello es una razón para orar y no para dejar de orar. Tan habitualmente estaba en comunión con Dios, que tan pronto se encontraba en un dilema voló a la presencia de Dios, al igual que la paloma volaría a refugiarse en las heniduras de una roca.
Su oración fue más extraordinaria en esta ocasión, dado que se sentía apasionado por su objetivo. El rey le pregunta qué es lo que necesita, y pone todo su corazón en la recon¬strucción de Jerusalén. ¿No te sorprende que no haya dicho de inmediato: Oh rey, vive por siempre. Anhelo construir los muros de Jerusalén. Concédeme toda la ayuda que puedas?» Pero no, aunque estaba ansioso por lanzarse sobre el objetivo deseado, retiene la mano hasta después que se dice: «Entonces oré al Dios de los cielos.» Confieso que lo admiro. Deseo imitarlo. Quisiera que cada corazón creyente pueda tener la santa precaución que no le permitió apresurarse insensatamente. «La oración y las provisiones no impiden el viaje de hombre alguno.»
Y es aun más sorprendente que haya orado deliberadamente en ese preciso momento, porque él ya había estado orando durante los últimos tres o cuatro meses respecto a la misma materia.
Algunos de nosotros podría haber dicho: «Esto es aquello por lo que he estado orando; todo lo que tengo que hacer ahora es tomarlo y usarlo. ¿Qué necesidad de volver a orar? Después de todas mis lágrimas nocturnas y mis llantos de día, después de apartarme para ayunar y clamar al Dios del cielo, después de tan angustiosa conferencia, ciertamente ha llegado la respuesta. ¿Qué otra cosa puedo hacer sino tomar el bien que Dios me ha provisto y regocijarme en ello?» Pero no. Vosotros siempre podréis encontrar que el hombre que ha orado mucho es el hombre que seguirá orando. «Al que tiene le será dado y tendrá más.» Con sólo conocer el dulce arte de la oración, tú eres el hombre que estará frecuentemente entregado a orar. Si estás familiarizado con el trono de la gracia, lo visitarás continuamente.
«Porque aquel que conoce el poder de la oración, sólo desea entregarse a ese placer.» Aunque Nehemías ha estado orando todo el tiempo, no obstante, debe ofrecer otra petición. «Entonces oré al Dios del cielo.»
Vale la pena recordar una cosa más, a saber, que estaba en un palacio real, en el palacio de un rey pagano, y estaba en el acto mismo de poner ante el rey la copa de vino. Estaba cumpliendo su tarea en la fiesta del estado, en medio del resplandor de las lámparas y el brillo del oro y la plata, en medio de los príncipes del reino. O aun si fuera fiesta privada del rey y la reina solamente, los hombres se impresionan de tal manera en tales ocasiones con las responsabilidades de sus elevados cargos que fácilmente se olvidan de orar. Pero este israelita devoto, en ese lugar y en esa ocasión, cuando está a los pies del rey para sostenerle la copa de oro, se refrena de dar una respuesta al rey antes de haber orado al Dios del cielo.
C. H. Spurgeon