El salmista cuenta cómo Dios socorre de repente y de manera admirable y contra toda esperanza a aquellos que ya son tenidos casi por desahuciados: sea que, perdidos en montes o desiertos, los defienda de las fieras y los vuelva al camino, sea que dé de comer a necesitados o hambrientos, o que libre a los cautivos que estaban encerrados con cadenas en profundas y oscuras mazmorras, o que traiga a puerto, sanos y salvos, a los que han padecido grandes tormentas en el mar, o que sane de sus enfermedades a los que estaban ya medio muertos; sea que abrase de calor y sequía las tierras o que las vuelva fértiles con una secreta humedad, o que eleve en dignidad a los más humildes del pueblo, o que abata a los más altos y estimados.
El Salmista, después de haber considerado todos esos ejemplos, concluye que los acontecimientos y casos que comúnmente llamamos fortuitos son otros tantos testimonios de la providencia de Dios y, sobre todo, de una clemencia paternal; y que con ellos se da a los piadosos motivos de alegrarse, y a los impíos y réprobos se les tapa la boca. Pero, porque la mayor parte de los hombres, se encenagada en sus errores y no puede ver nada en un escenario tan bello, el Salmista exclama que es una sabiduría muy rara y singular considerar como conviene estas obras de Dios. Porque vemos que los que son tenidos por hombres de muy agudo entendimiento, cuando las consideran, no hacen nada. Y ciertamente por mucho que se muestre la gloria de Dios apenas se hallará uno entre cien que realmente la considere y la mire.
Lo mismo podemos decir de su poder y sabiduría, que tampoco están escondidas en tinieblas. Porque su poder se muestra admirablemente cada vez que el orgullo de los impíos, el cual, conforme a lo que ellos piensan de ordinario es invencible, queda en un momento deshecho, su arrogancia abatida, sus fortísimos castillos demolidos, sus espadas y dardos hechos pedazos, sus fuerzas rotas, todo cuanto maquinan destruido, su atrevimiento que subía hasta el mismo cielo queda confundido en lo más profundo de la tierra; y podemos ver lo contrario cuando los humildes son elevados desde el polvo, los necesitados apartados del estiércol (Sal. 113:7) cuando los oprimidos y afligidos son librados de sus grandes angustias, los que ya se daban por perdidos son elevados de nuevo, los infelices sin armas, no aguerridos y pocos en número, vencen a sus enemigos bien pertrechados y numerosos.
En cuanto a su Sabiduría, bien claro se encomia puesto que a su tiempo y sazón dispensa todas las cosas, confunde toda la sutileza del mundo (1 Cor. 3: 19), coge a los astutos en su propia astucia: y finalmente ordena todas las cosas conforme al mejor orden posible.
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Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino