Aquellas personas que conocen a Dios llevarán vidas cada vez más justas. Esto no significa que estarán libres de pecado; pero sí que estarán caminando en la dirección señalada por la justicia de Dios. Si esto no ocurre, si no están cada vez más incómodas e insatisfechas con su pecado, entonces no son hijos de Dios. «El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él» (2:4-5).
En estos versículos, Juan introduce dos tipos de personas, las que dicen conocer a Dios pero no guardan sus mandamientos y las que obedecen a Dios como consecuencia del amor genuino que sienten hacia Él. Juan tiene palabras rudas hacia las del primer grupo. Las llama mentirosas, ya que no han sido engañadas por otros ni confundidas por los hechos. Por el contrario, abiertamente profesan algo que saben que no es verdad. Cuando Juan continúa diciendo «La verdad no está en él», bien puede estar agregando un consejo hacia las demás personas para que no busquen la verdad en esta clase de personas sino que acudan a otra fuente. Si fuera así, la expresión se aplicaría a los maestros falsos (quienes deberían ser evitados por los que verdaderamente buscan a Dios) que existían tanto en los días de Juan como en los nuestros. La verdad debería ser buscada no en quienes sólo tienen capacidades intelectuales, sino en quienes afirman tener un conocimiento espiritual respaldado por una conducta piadosa.
En el segundo grupo están aquellos que obedecen a Dios, donde el amor de Dios se perfecciona en ellos. Si bien pueden no afirmar enfáticamente que conocen a Dios, como lo hacían los gnósticos, Juan nos dice que también conocen a Dios….
¿Decimos que somos cristianos? Entonces, «El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo» (1 Jn. 2:6). Somos llamados a imitar al Señor Jesucristo en nuestra conducta. Andar como Él anduvo es vivir no según las reglas sino por el ejemplo. Es seguirlo, ser su discípulo. Un discípulo entendido de esa manera es algo personal, activo y costoso. Es personal porque no puede ser transmitido a otra persona. En realidad, debemos encontrarnos con Cristo, como Pedro después de la resurrección. Jesús le preguntó a Pedro: «¿Me amas?». Cuando Pedro le contestó que «sí», le dijo: «Apacienta mis ovejas». Esto se repitió dos veces más, y la repetición terminó por irritar a Pedro. Para eludir a Cristo, señaló al discípulo amado, que aparentemente estaba a unos pasos, y le preguntó: «Señor, ¿y qué de éste?». Jesús le respondió: «Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Sígueme tú».
Pedro no tenía forma de eludir el llamamiento a un discipulado personal. Andar como Cristo anduvo es también ser activo, porque el Señor mismo es activo. Ser inactivo es quedarse atrás.
Por último, es costoso, porque la senda por la que Jesús anduvo, si bien conduce a la gloria es también la senda que pasa primero por la crucifixión. Dicha senda sólo puede ser caminada por quienes se han negado a sí mismos y han tomado la cruz de Cristo para seguirlo.
Dichas personas, hayan vivido en los días de Juan como en los nuestros, siempre tendrán su confianza puesta en Dios y estarán seguras de que lo conocen. C. H. Dodd, que fuera profesor de Nuevo Testamento en Cambridge, concluye:
En este pasaje, el autor no está sólo rebatiendo las tendencias peligrosas que había en la iglesia en su tiempo, sino que está analizando un problema cuya importancia es perenne, el de la validez de la experiencia religiosa. Podemos tener el sentimiento de la conciencia de Dios, de la unión con él, pero, ¿cómo sabremos que dicha experiencia se corresponde con la realidad? Resulta evidente que la claridad o la fuerza de la experiencia no pueden garantizar su validez, de la misma manera que un sueño puede ser muy vivido pero nunca será más que un sueño. Sin embargo, si aceptamos la revelación de Dios en Cristo, entonces debemos creer que cualquier experiencia de Dios que sea válida tiene una calidad ética definida por lo que conocemos sobre Cristo. Conllevará una fidelidad renovada a sus enseñanzas y su ejemplo.
El escritor no quiere decir que únicamente quienes obedecen a Cristo y siguen su ejemplo perfectamente han tenido una experiencia de Dios. Esto implicaría afirmar la no pecaminosidad de los cristianos en un sentido que él repudió. Pero, si la experiencia no implica que los afectos y la voluntad apunten ahora en dirección de los principios morales del Evangelio, entonces no se trata de una experiencia verdadera de Dios, en un sentido cristiano.
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Extracto del libro “Fundamentos de la fe cristiana” de James Montgomery Boice