En BOLETÍN SEMANAL
​La puerta estrecha: Ese camino estrecho es el camino que yo deseo que sigáis. ‘Entrad por la puerta estrecha’. Venid a este camino angosto en el que me encontraréis a Mí caminando delante de vosotros.

​Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.(Mateo 7:13-14).

La notable y sorprendente afirmación de estos versículos 13 y 14, desde cualquier punto de vista que se juzgue, es importantísima y vital. En función de la mecánica de un análisis del Sermón del Monte, esta afirmación es crucial porque cualquiera que la examine debe aceptar que a estas alturas hemos llegado a una de sus divisiones principales. Podemos decir sin temor a equivocarnos que nuestro Señor ha concluido realmente el Sermón como tal, y que de ahora en adelante lo que hace es redondearlo, aplicarlo, hacer ver a sus oyentes la importancia y necesidad de practicarlo y cumplirlo en la vida diaria.

Hemos visto en nuestros estudios que la sección del Sermón que ocupa el capítulo séptimo tiene una unidad esencial, un tema común, a saber, el del juicio. Hablando con rigor, el Sermón como tal ha concluido al final del versículo 12. Con él, nuestro Señor ha expuesto todos los principios que quería inculcar.

El objetivo que persigue en este sermón, como hemos visto, es conducir a los cristianos a darse cuenta ante todo de su naturaleza, de su carácter como pueblo, y luego mostrarles cómo tienen que manifestar esa naturaleza y carácter en la vida diaria. Nuestro Señor, el Hijo de Dios, ha venido del cielo a la tierra para fundar y establecer un nuevo Reino, el Reino de los cielos. Viene a los reinos de este mundo, y su propósito es llamar hacia sí a personas del mundo y constituirlas en Reino. Por tanto, es esencial que proponga con toda claridad que este Reino que ha venido a establecer es completamente diferente de todo lo que el mundo ha conocido, que va a ser el Reino de Dios, el Reino de la luz, el Reino de los cielos. Su pueblo debe darse cuenta de que es algo único y distinto; por ello, les hace una descripción del mismo. Hemos venido elaborando esa descripción. Hemos examinado el retrato general que hace del cristiano en las Bienaventuranzas. Le hemos escuchado decir a este pueblo que, precisamente por ser esa clase de personas, el mundo reaccionará de una forma especial respecto a ellas; probablemente les desagradará y los perseguirá. Sin embargo, no tienen que apartarse del mundo para convertirse en monjes o eremitas; tienen que permanecer en la sociedad como sal y luz; tienen que guardar a la sociedad de la putrefacción y de la descomposición, y tienen que ser su luz; esa luz, sin la cual el mundo permanece en un estado de tinieblas absolutas.

Una vez hecho esto, pasa a la aplicación práctica y a la elaboración de ello. Les recuerda de inmediato que la clase de vida que han de vivir, ha de ser completamente diferente, incluso de la de la gente mejor y más religiosa que hayan conocido en ese tiempo. Contrasta su enseñanza con la enseñanza de los fariseos, de los escribas, y de los doctores de la ley. Eran considerados como los mejores, los más religiosos, y, sin embargo, les muestra a los suyos que su justicia ha de superar la justicia de los escribas y fariseos. Y pasa a mostrarles cómo ha de hacerse esto dándoles instrucciones detalladas respecto a cómo hay que dar limosna, cómo hay que orar, y cómo hay que ayunar. Finalmente, se ocupa de toda nuestra actitud hacia la vida en este mundo, y de nuestra actitud hacia los demás con relación al juicio. Ha dejado establecidas todos estos principios.

Dice, en efecto, “Ahí tenéis la naturaleza de este Reino que estoy formando. Ésta es la clase de vida que os voy a dar, y deseo que la viváis y la manifestéis”. No sólo ha establecido principios; los ha elaborado en detalle. Y ahora, habiendo hecho esto, hace una pausa, por así decirlo, para mirar a los suyos y decir, “Bien; éste es mi propósito. ¿Qué vais a hacer? De nada sirve escuchar este sermón, de nada sirve que me digáis a lo largo de esta presentación de la vida cristiana, si os vais a contentar con escuchar. ¿Qué vais a hacer?” Pasa, en otras palabras, a la exhortación, a la aplicación.
Una vez más se nos recuerda que el método de nuestro Señor debe ser siempre la norma y ejemplo de toda predicación. No hay verdadera predicación si no se aplica el mensaje y verdad que contiene; no hay verdadera exposición de la Biblia si se contenta con explicar un pasaje y luego no se aplica. La verdad hay que incorporarla a la vida, y ha de ser vivida. La exhortación y aplicación son partes esenciales de la predicación. Vemos cómo nuestro Señor hace precisamente esto aquí. El resto de este capítulo séptimo no es sino una gran aplicación del mensaje del Sermón del Monte para aquellos que lo oyeron por primera vez, y para todos los que, en todos los tiempos, pretendemos ser cristianos.

En consecuencia, ahora pasa a someter a prueba a sus oyentes. Dice, de hecho, “He terminado el Sermón. Ahorra de inmediato os debéis preguntar, ¿Qué voy a hacer? ¿Cuál es mi reacción? ¿Me voy a contentar con cruzarme de brazos y decir con otros muchos que es un sermón maravilloso, que es la concepción más grandiosa de la vida que el género humano haya conocido —una moral tan sublime, una elevación tan maravillosa— que es la vida ideal que todos deberían vivir?” Lo mismo se nos aplica a nosotros. ¿Es esa nuestra reacción? ¿Limitarnos a alabar el Sermón del Monte? Si es así, según nuestro Señor, lo mismo hubiera sido que no lo hubiera predicado. Lo que quiere no es alabanza; es práctica. El Sermón del Monte no debe ser simplemente alabado, ha de ser practicado.
Luego sigue diciendo que hay otra prueba, la prueba del fruto. Hay muchos que han alabado este Sermón pero que nunca lo han encarnado en sus vidas. Cuidado con esas personas, dice nuestro Señor. Lo que importa realmente no es la apariencia de un árbol; la piedra de toque es el fruto que da.

Luego hay una prueba final, y es la que las circunstancias nos aplican. ¿Qué nos sucede cuando el viento comienza a soplar, y amenaza el huracán, y cae la lluvia y las inundaciones sacuden la casa de nuestra vida? ¿Se mantiene en pie? Ésta es la prueba. En otras palabras, el interés que tengamos por estas cosas de nada sirve y no tiene valor a no ser que signifique que tenemos algo que nos permitirá permanecer firmes en las horas más tenebrosas y críticas de nuestra vida. Así es como hace Él la aplicación. Al escuchar estas cosas, al oírlas, ya no basta alabarlas; según nuestro Señor es sumamente peligroso. Este Sermón es práctico; se presenta para ser vivido. No es una simple idea ética; es algo que tenemos que realizar y poner en práctica. Hemos ido recordando esto a medida que lo examinamos en detalle; pero el propósito exclusivo del resto de este capítulo es simplemente exhortarnos en una forma grave y solemne, a hacerlo, y siempre a la luz del juicio. Y, desde luego, esto no es sólo la enseñanza del Sermón del Monte; es la enseñanza de todo el Nuevo Testamento. Tomemos cualquier pasaje de la Biblia como la Carta a los Efesios, capítulos 4 y 5. Ahí tenemos exactamente lo mismo. El apóstol les da consejos prácticos, les dice que no mientan, que no roben, que amen, que sean amables y de corazón tierno. Ello no es sino una reiteración del Sermón del Monte. El mensaje cristiano no es una idea teórica; es algo que realmente ha de convertirse en un signo de nuestra vida diaria. Este es el propósito del resto de este sermón.

Ahora debemos examinar específicamente los versículos 13 y 14 con los cuales nuestro Señor comienza esta aplicación de su propio mensaje. Veámoslos así. Nos dice que lo primero que debemos hacer, después de haber leído este sermón, es observar la clase de vida a la que nos llama, y darnos cuenta de lo que significa. Hemos visto muchas veces que el peligro, al considerar el Sermón del Monte, es perderse en los detalles, o desviarse con cosas específicas que nos interesan. Éste es un enfoque falso. Por eso, nuestro Señor nos exhorta a que nos detengamos un momento para contemplar el Sermón como un todo y reflexionar acerca de él. ¿Cuál es su característica más sobresaliente? ¿Cuál es el elemento que sobresale como sumamente importante? ¿Cuál es el elemento que debemos captar como principio básico? Responde a su propia pregunta diciendo que la característica sobresaliente de la vida a la cual Él nos llama es la ‘estrechez’. Es una vida estrecha, en un ‘camino estrecho’. Lo dice de forma dramática afirmando: “Entrad por la puerta estrecha”. La puerta es estrecha; y debemos caminar también por un camino estrecho.

Esta ilustración es muy útil y práctica. La plantea en una forma gráfica que nos permite visualizar de inmediato la escena. Ahí estamos, caminando, y de repente nos encontramos con dos puertas. Hay una a la izquierda que es ancha, y por ella entra una multitud de personas. Al otro lado, hay una puerta estrecha por la que puede entrar una, y sólo una, persona a la vez. Al mirar por la puerta ancha, vemos que conduce a un sendero ancho y que una gran multitud está caminando por él. Podemos ver el cuadro con toda claridad. Esto, dice de hecho nuestro Señor, es lo que hemos estado hablando. Ese camino estrecho es el camino que yo deseo que sigáis. ‘Entrad por la puerta estrecha’. Venid a este camino angosto en el que me encontraréis a Mí caminando delante de vosotros. De inmediato recordamos algunas de las características sobresalientes de esta vida cristiana a la que nuestro Señor y Salvador Jesucristo nos llama.

Lo primero que advertimos es que se trata de una vida estrecha o angosta desde su mismo comienzo. Es estrecha de inmediato. No es una vida que al principio es bastante ancha y que a medida que uno la va viviendo se estrecha cada vez más. ¡No! La puerta misma, la misma forma de entrar en esa vida, es estrecha. Es importante subrayar y recalcar este punto porque, desde la perspectiva del evangelismo, es esencial. Cuando la sabiduría mundana y los motivos carnales entran en el evangelismo, descubrimos que no es una ‘puerta estrecha’. A menudo se da la impresión de que ser cristiano es, después de todo, muy poco diferente de no ser cristiano, que no hay que pensar en el cristianismo como en una vida estrecha, sino como en algo sumamente atractivo y maravilloso, y que se entra en esa vida de forma multitudinaria. Pero no es así, según nuestro Señor. El evangelio de Jesucristo es demasiado sincero para invitar a nadie de esa forma. No trata de persuadirnos de que es algo muy fácil, y que sólo más tarde comenzaremos a descubrir que es difícil. El evangelio de Jesucristo, de forma abierta y sin dobleces, se anuncia como algo que comienza con una entrada angosta, con una puerta estrecha. Desde el comienzo mismo, es absolutamente esencial que nos demos cuenta de ello.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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