En BOLETÍN SEMANAL
El que come de ese pan y bebe de esa copa participa de una ordenanza que, de una manera impactante y elocuente, descubre los beneficios que Cristo ha obtenido para su alma.

Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así de aquel pan, y beba de aquella copa.» (l. Corintios 11:28.)

Sin ninguna vacilación me atrevo a incluir el tema de la Santa Cena entre las actividades y ordenanzas más importantes de nuestra profesión de fe. Al estudiar este tema lo hago con el convencimiento de que no es fácil, y de que gran parte de las divisiones que existen entre los cristianos se deben a falsas interpretaciones de esta ordenanza. Muchas personas la descuidan; otras no la entienden bien; y otras la exaltan a unas alturas que el Señor nunca dispuso: hacen un ídolo de la misma. Mi propósito es dar un poco de luz sobre esta ordenanza y aclarar algunos conceptos que de ella se desprenden. Dichoso y retribuido me sentiré si lo consigo.

¿Por qué fue instituida la cena del Señor?

El pan que en la Cena del Señor es partido, representa el cuerpo de Cristo que fue dado por nuestros pecados; el vino simboliza la sangre de Cristo derramada por nuestros pecados. El que come de ese pan y bebe de esa copa participa de una ordenanza que, de una manera impactante y elocuente, descubre los beneficios que Cristo ha obtenido para su alma y, al mismo tiempo, pone de manifiesto que todos estos beneficios se derivan de la muerte de Cristo. ¿Qué nos dice el Nuevo Testamento sobre esta ordenanza? En cuatro lugares distintos se nos habla de la institución de la misma, y los que la mencionan son Mateo, Marcos, Lucas y Pablo. Tanto en Pablo como en Lucas encontramos aquellas palabras «Haced esto en memoria de mí.” Y a estas palabras Pablo, por inspiración, añade: «Todas las veces que comiereis este pan y bebiereis esta copa» (1 Corintios 11:25-26; Lucas 22:19).

Y si las Escrituras hablan tan claramente, ¿por qué no se contentan los hombres? ¿Por qué motivo se confunde una ordenanza que en el Nuevo Testamento es tan simple? El recuerdo continuo de la muerte de Cristo constituye el gran motivo por el cual la Cena del Señor fue instituida. Quien va más allá de esto, se extralimita y, con gran peligro de su alma, añade algo a la Palabra de Dios. ¿Es razonable suponer que Cristo instituyera una ordenanza con el simple propósito de servir de recordatorio de su muerte? ¡Ciertamente que lo es! De todo lo que concierne a su ministerio sobre la tierra, no hay nada que en importancia iguale a su muerte. La muerte de Cristo constituye aquella gran satisfacción que, ya desde antes de la fundación del mundo, había de hacerse por el pecado del hombre. Ya desde la caída, los sacrificios de animales eran símbolos de aquel gran sacrificio de eficacia infinita. Este fue el gran objetivo y el sublime propósito de la venida del Mesías al mundo. La muerte expiatoria de Cristo constituye la gran piedra de ángulo y el sólido fundamento de todas las esperanzas que de perdón y paz tiene el hombre.

En resumen: hubiera sido vana la enseñanza, vida, predicación, profecía, y milagros de Jesús, si no hubiera coronado todo esto con su muerte redentora. Su muerte significó nuestra vida. Con su muerte nuestra deuda con Dios quedó saldada. Y sin su muerte, nosotros, de todas las criaturas, seríamos las más miserables. No es de extrañar, pues, que para recordatorio de esta muerte se instituyera una ordenanza especial. Lo que el pobre hombre -débil y pecador- necesita recordar continuamente es precisamente la muerte de Cristo.

¿Hay algún fundamento en el Nuevo Testamento para decir que la Santa Cena constituye un sacrificio? ¿Existe fundamento bíblico para suponer que en la Cena del Señor los elementos del pan y del vino se transforman en el cuerpo y sangre de Cristo? ¡Ciertamente, no! Cuando el Señor dijo a sus discípulos: «Esto es mi cuerpo» y «esto es mi sangre», evidentemente lo que Él quería decir era esto: «Este pan en mi mano es símbolo de mi cuerpo; y esta copa de vino en mi mano, es símbolo de mi sangre.” Los discípulos ya estaban acostumbrados a oír tal lenguaje, y recordaban sus dichos, como el de «El campo es el mundo, y la buena simiente son los hijos del reino» (Mateo 13:38). Nunca entró en sus mentes la idea de que Jesús tenía en sus manos su propio cuerpo y su propia sangre, y que de una manera literal les daba a comer y a beber su cuerpo y sangre. Los escritores del Nuevo Testamento jamás nos hablan de la Santa Cena como un sacrificio.

La doctrina universal del Nuevo Testamento es la de que Cristo, con una sola ofrenda, hizo perfectos para siempre a los santificados; después de su muerte expiatoria en la cruz, ya no hay necesidad de otro sacrificio.

El tema que estamos considerando es de una importancia enorme. No permitamos que el significado bíblico del mismo se nos escape. Sobre este tema los Reformadores diferían tajantemente de Roma, y por sus convicciones muchos de ellos sufrieron la hoguera. Antes que admitir que la Cena del Señor constituía un sacrificio, prefirieron dar sus vidas fieles a la verdad bíblica. Introducir de nuevo la idea de la «presencia real» en la Santa Cena, como hacen algunos en la Iglesia Anglicana, es despreciar la sangre de nuestros mártires y desechar los primeros principios de la Reforma Protestante. Pero sobre todas las cosas, es ir contra la enseñanza simple y clara de la Palabra de Dios, y deshonrar la obra sacerdotal de Cristo. Con claridad diáfana la Biblia enseña que la Santa Cena fue instituida como recordatorio de la muerte de Cristo. La Biblia enseña que la muerte vicaria de Cristo en la cruz constituyó un perfecto sacrificio por el pecado, y que ya no necesita repetirse mas. Mantengámonos firmes en estos principios evangélicos.

Una noción clara del significado de la Santa Cena constituye una segura protección contra las adulteraciones e imaginaciones de nuestro tiempo.

Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle

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