Desde una perspectiva humana, el problema de fondo con respecto a la soberanía de Dios no es que la doctrina resulte falsa, aunque hay algunos problemas intelectuales que aclarar, sino más bien que a los hombres y a las mujeres no les gusta este aspecto del carácter de Dios, tan perturbador y que tanto los humilla. Superficialmente, podríamos pensar que los hombres y las mujeres que están viviendo en medio de una cultura caótica abrazarían con entusiasmo la soberanía. «¿Qué podría ser mejor que saber que, a pesar de las apariencias, todo está bajo control, y que Dios puede obrar para que finalmente todo resulte para nuestro bien?», podrían plantear. Pero esta manera de pensar no toma en cuenta la rebelión básica de la humanidad contra Dios, rebelión que vemos en nuestra búsqueda humana por la autonomía.
La rebelión ha sido una de las características de la humanidad desde los inicios de la historia de nuestra raza. Pero es especialmente visible en nuestra cultura contemporánea, como lo señala R. C. Sproul en La Psicología del Ateísmo. Nuestro sistema democrático, por ejemplo, rechaza toda autoridad monárquica. «Aquí no servimos a ningún soberano» fue el slogan de la Guerra por la Independencia de los Estados Unidos de América. Hoy, doscientos años más tarde, la consigna todavía nos acompaña. Así es que «el gobierno por el pueblo» se ha convertido en «el gobierno por mí mismo», o al menos por aquellos que básicamente se asemejan mucho a mí o con los que estoy de acuerdo. Dios, el digno Señor sobre todas las naciones y todos los individuos, ha sido con delicadeza excluido de todos los ámbitos de toma de decisiones de nuestra vida nacional.
La iglesia no está mucho mejor, como también lo observa Sproul. Muchas veces oímos hablar acerca de las características de Dios en cuanto a «Salvador» -su amor, su misericordia, su bondad y así sucesivamente, pero ¿cuántas veces oímos hablar con respecto a su señorío? Esta distorsión se ve con mucha claridad en la evangelización. En la práctica moderna, al llamado al arrepentimiento se lo suele llamar «una invitación», que podemos aceptar o rechazar. Es una invitación muy gentil y educada. Muy pocas veces se nos presenta el mandato soberano de Dios para arrepentimos o su mandato de completa sumisión a la autoridad del rey verdadero, Cristo Jesús.
En la actualidad, incluso en la teología, el énfasis de la proclamación de la iglesia radica en la liberación. Pero esta liberación en ocasiones es librarse de Dios tanto como de las «estructuras sociales opresoras», para usar la terminología usada por la teología de la revolución contra la autoridad soberana de Dios cuando los miembros de la Iglesia y del Estado unen sus fuerzas en un acto de traición cósmica».
La razón básica por la que los hombres y las mujeres no quieren aceptar una doctrina de la soberanía de Dios es que no desean un Dios soberano. Desean ser autónomos. Entonces, pueden negar la existencia de Dios, negando el atributo de su existencia, o simplemente ignorarlo con respecto a cualquier propósito práctico.
El factor más inmediato de la actual falta de respeto por la autoridad ha sido el impacto del existencialismo europeo, a través de las obras de filósofos como Friedrich Nietzsche, Jean-Paul Sartre, Albert Camus y Martin Heidegger. En sus obras, la autonomía del individuo es el ideal filosófico predominante; todos los demás conceptos, incluyendo la existencia de Dios, deben ser eliminados. Sólo podemos encontramos a nosotros mismos cuando nos hayamos despojado de todas las ataduras externas. Sólo cuando hayamos eliminado a Dios podremos ser verdaderamente humanos. ¿Pero funciona esto? En la obra de Nietzsche, la figura ideal es el «superhombre» o “Uebermensche”, el hombre que crea sus propios valores y que sólo responde a sí mismo. Pero Nietzsche, el inventor de esta filosofía, no murió como un ser libre sino como una persona prisionera de su propia mente por su locura. La filosofía de la autonomía existencial es un callejón sin salida -o peor aún, un desastre. Pero, a pesar de ello, es la filosofía que predomina en nuestra época. Dios nos limita. Por lo tanto, debemos despojarnos de él -ese es el punto de vista. Las interrogantes deben ser respondidas no sobre la base de los principios divinos que nos revelan lo que es el bien y lo que es el mal, sino sobre la base de lo que el individuo o la mayoría desea. Y puede suceder que la mayoría dentro de un sector de la sociedad esté en abierta oposición con otras personas de otros sectores.
El problema no comenzó con el existencialismo, sin embargo. Comenzó mucho tiempo antes -cuando Satanás encaró a la primera mujer en el huerto de Edén, haciéndole la pregunta diabólica: «¿Conque Dios os ha dicho?» y luego sugiriéndole que si ella y su esposo desobedecían a Dios serían «como Dios, sabiendo el bien y el mal». “Como Dios” es la expresión crucial, porque significa ser autónomo. Fue la tentación de sustituir a Dios en su soberanía, como ya Satanás lo había intentado hacer.
¿Tuvieron lugar los resultados prometidos por la serpiente? De ningún modo. Es cierto que el hombre y la mujer conocieron la diferencia entre el bien y el mal, aunque de una manera pervertida. Aprendieron haciendo el mal. Pero no obtuvieron la libertad que ansiaban. Por el contrario, quedaron esclavizados al pecado, del cual sólo el Señor Jesucristo en obediencia al Padre pudo liberarlos a ellos y a nosotros. La autonomía humana condujo a la crucifixión de Cristo. «Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido diciendo: Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas» (Sal. 2:2-3). Pero la verdadera libertad viene de la crucifixión con Cristo, como lo señala Pablo: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gá. 2:20).
Esta es la paradoja, por supuesto, como ha sido señalada por Agustín, por Lutero, por Edwards, por Pascal, y por tantos otros. Cuando los individuos se rebelan contra Dios, no obtienen su libertad. Quedan esclavizados, porque la rebelión es pecado, y el pecado es un tirano. Por otro lado, cuando los hombres y las mujeres se someten a Dios, convirtiéndose en sus esclavos, es entonces cuando son verdaderamente libres. Pueden lograr el máximo de su potencialidad y convertirse en algo especial, en los seres únicos que Dios quiso crear.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice