En ARTÍCULOS

“Lo que es nacido de la carne, carne es.”—Juan 3:6

Antes de que examinemos la obra del Espíritu Santo en esta importante materia, debemos definir primero el uso de las palabras. La palabra “regeneración” se usa en un sentido limitado y en un sentido más extenso. Se usa en un sentido limitado cuando denota el acto exclusivo de Dios de avivamiento, el cual es el primer acto divino por el cual Dios nos lleva de la muerte a la vida, desde el reino de la oscuridad al Reino de Su amado Hijo. En este sentido la regeneración es el punto de partida. Dios viene al nacido en iniquidad y muerto en transgresiones y pecados, implantando el principio de una nueva vida espiritual en su alma. Por tanto, él nace de nuevo.

Pero esta no es la interpretación de la Confesión de Fe, que en su artículo 24 dice: “Nosotros creemos que esta verdadera fe, forjada en el hombre por el oír la Palabra de Dios y por la operación del Espíritu Santo, lo regenera y hace de él un hombre nuevo, llevándolo a vivir una nueva vida y liberándolo de las cadenas del pecado.”

Aquí la palabra “regeneración,” usada en su sentido más amplio, denota el completo cambio efectuado por la gracia en nosotros, terminando con nuestra muerte al pecado y nuestro nacimiento para el cielo. Mientras que formalmente este era el sentido habitual de la palabra, ahora estamos acostumbrados al sentido más limitado, por lo cual será el que adoptemos en esta exposición. Respetando las diferencias entre ambos, anteriormente la obra de la gracia era representada tal como el alma conscientemente la observaba; mientras que ahora la obra misma se describe aparte de la conciencia.

Por supuesto, un niño no sabe nada de la génesis de su propia existencia, ni del primer período de su vida, desde su propia observación. Si tuviera que contar la historia de sus propios recuerdos, comenzaría desde el tiempo en que se sentó en la silla alta y proseguiría hasta cuando como hombre adulto salió al mundo. Pero, habiendo sido informado por otros de sus antecedentes, vuelve a sus recuerdos y habla de sus padres, familia, tiempo y lugar de nacimiento, cómo creció, etc. Por tanto, hay una notoria diferencia entre los dos relatos.

Observamos la misma diferencia en el tema que tenemos ante de nosotros. Antiguamente era costumbre describir nuestras experiencias, según la manera escolástica romana, a partir de nuestros propios recuerdos. Siendo personalmente ignorantes de la implantación de una nueva vida y recordando sólo las grandes alteraciones espirituales, las cuales nos llevaron a la fe y al arrepentimiento, fue natural fechar el comienzo de la obra de la gracia, no desde su regeneración, sino desde la convicción del pecado y de la fe, procediendo luego a la santificación y así sucesivamente.

Pero esta representación subjetiva, más o menos incompleta, no nos puede satisfacer ahora. Era de esperar que los partidarios de la “voluntad propia” abusaran de él, infiriendo que el origen y primeras actividades del trabajo de salvación provienen del hombre mismo. Un pecador al escuchar la Palabra, se impresiona profundamente; se persuade por sus amenazas y promesas; se arrepiente, se levanta y acepta al Salvador. Por tanto, no hay más que una mera persuasión moral que oscurece el glorioso origen de la vida nueva.

Para resistir esta repulsiva deformación de la verdad, Maccovius, ya en los días del sínodo de Dort, abandonó este más o menos crítico método, para hacer de la regeneración el punto de partida. Él siguió este orden: “Conocimiento del pecado, redención en Cristo, regeneración y sólo entonces la fe.”

Esto fue consistente con el desarrollo de la doctrina de la Reforma, puesto que tan pronto como se abandonó el método subjetivo, fue necesario retornar a la primera implantación de vida en repuesta a la pregunta: “¿Qué ha aportado Dios al alma?” Y entonces quedó en claro que Dios no empezó por guiar al pecador al arrepentimiento, puesto que el arrepentimiento debe ir precedido por la convicción del pecado; ni por llevarlo a escuchar la Palabra, porque eso requiere de un oído dispuesto. Por consiguiente, el primer acto consciente y comparativamente cooperativo, está siempre precedido por el acto original de Dios, que implanta en él el primer principio de la vida nueva, acto en el cual el hombre se encuentra completamente pasivo e inconsciente.

Esto llevó a distinguir entre la primera y segunda gracia. La primera denota la obra de Dios en el pecador, creando en él vida nueva sin su conocimiento; mientras que el segundo, denota la obra realizada al regenerarlo con su completo conocimiento y consentimiento.

La primera gracia fue naturalmente llamada regeneración. Sin embargo, no hubo unanimidad completa al respecto. Algunos teólogos escoceses lo pusieron de esta manera: Dios comenzó la obra de la gracia con la implantación de la facultad de la fe (fides potentialis), siguiendo con la nueva gracia del ejercicio de la fe (fides actualis) y con el poder de la fe (fides habitualis). Sin embargo, esto es sólo una diferencia aparente. Sea que se llame a la primera actividad de la gracia, la implantación de la “facultad de la fe” o “nuevo principio de vida,” en ambas instancias significa que la obra de la gracia no empieza con la fe ni con el arrepentimiento ni con la constricción, sino que estos son precedidos por el acto de Dios que da poder a los desvalidos, oído a los sordos y vida a los muertos.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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