Como tercera y última parte de esta exposición, nos queda discutir una pregunta aun más difícil que la anterior: ¿cómo debemos entender la soberanía de la Iglesia en el Estado?
Lo llamo un problema difícil, no porque estuviera en duda acerca de las conclusiones, ni porque dudaría de vuestro consentimiento con estas conclusiones. Porque en cuanto a la vida americana (en Estados Unidos), toda incertidumbre se acaba con lo que vuestra Constitución declaró originalmente – y que más adelante fue modificado en vuestras Confesiones acerca de la libertad del culto y la coordinación de Iglesia y Estado. Y en cuanto a mi persona, hace más de cuarto siglo escribí sobre mi revista semanal el lema: «Una iglesia libre en un Estado libre». En una lucha dura, siempre he puesto en alto este lema, y nuestras iglesias holandesas también están reconsiderando el artículo de nuestra Constitución que trata de esta materia.
La dificultad de este problema está en otro lado. La dificultad está en la hoguera de Servet. Está en la actitud de los presbiterianos contra los independientes. Está en las restricciones de la libertad del culto y en las «incapacidades civiles» bajo las cuales aun en Holanda sufrieron los católicos romanos. La dificultad está en que un artículo de nuestra antigua Declaración de Fe calvinista encarga al gobierno la tarea «de defender en contra de, y de extirpar, toda forma de idolatría y de religión falsa, y de proteger el servicio sagrado de la Iglesia.» La dificultad está en el consejo unánime y uniforme de Calvino y de sus seguidores, que exigieron la intervención del gobierno en los asuntos de la religión.
Entonces, sería natural acusarnos de que al defender la libertad religiosa, no nos estamos poniendo del lado del calvinismo, sino que lo oponemos directamente. Para protegerme contra esta sospecha, voy a adelantar la regla de que un sistema no se distingue por lo que tiene en común con los sistemas precedentes; sino que se distingue por aquello en que difiere de estos sistemas precedentes.
El deber del gobierno de extirpar toda forma de religión falsa e idolatría no es un hallazgo del calvinismo, sino data desde Constantino, y fue la reacción contra las persecuciones horribles de sus antecesores paganos contra los cristianos. Desde aquel día, este sistema fue defendido por todos los teólogos romanos y fue aplicado por todos los príncipes cristianos. En los tiempos de Lutero y Calvino, fue una convicción universal de que este sistema era el verdadero. Todos los teólogos famosos de aquel período, Melanchthon el primero, aprobaron la muerte de Servet; y el patíbulo que fue erigido por los luteranos en Léipzig para Krell, el calvinista convencido, era mucho más repudiable desde un punto de vista protestante.
Pero mientras los calvinistas, en la época de la Reforma, fueron víctimas por decenas de miles del cadalso y la horca (las víctimas de los luteranos y de los católicos romanos ni vale la pena contarlas), la historia fue culpable de esta injusticia de echarles siempre en cara esta única ejecución por fuego de Servet, como un crimen nefandum.
Con todo esto, yo desapruebo completamente aquella ejecución, pero no como si fuera una expresión de una característica especial del calvinismo, sino al contrario, como el efecto tardío de un sistema antiguo que existía antes del calvinismo, bajo el cual había crecido el calvinismo, y del cual todavía no se había liberado completamente.
Si deseo conocer las conclusiones a sacar en este asunto de los principios del calvinismo, entonces tengo que hacer una pregunta muy diferente. Tenemos que ver y reconocer que este sistema de traer diferencias religiosas bajo la jurisdicción criminal del Estado es un resultado directo de la convicción de que la Iglesia de Cristo en la tierra podía expresarse en una sola forma y bajo una sola institución. Esta única iglesia, en la Edad Media, era considerada la Iglesia de Cristo, y todo lo que se veía diferente fue considerado enemigo de esta única iglesia. El gobierno, por tanto, no fue llamado a juzgar o decidir por sí mismo. Había una sola Iglesia de Cristo en la tierra, y era la tarea del gobierno proteger esta Iglesia de las divisiones, herejías y sectas.
Pero rompamos esta Iglesia en fragmentos, admitamos que la Iglesia de Cristo puede manifestarse en muchas formas, en diferentes países; incluso dentro del mismo país en una multiplicidad de instituciones; e inmediatamente desaparece de vista todo lo que fue deducido de aquella unidad de la iglesia visible. Y, por tanto, si no podemos negar que el mismo calvinismo ha roto la unidad de la Iglesia, y que en los países calvinistas se manifestó una amplia variedad de todos tipos de iglesias, entonces concluimos que no debemos buscar la verdadera característica calvinista en lo que retuvo, por un tiempo, del sistema antiguo, sino en lo que salió, nuevo y fresco, de su propia raíz.
Los resultados demostraron que aun después de tres siglos, en todos los países distintivamente católicos, aun en las repúblicas sudamericanas, la iglesia católica romana es y permanece la Iglesia Estatal; igualmente como lo es la iglesia luterana en países luteranos. Y las iglesias libres florecieron exclusivamente en aquellos países que recibieron el aliento del calvinismo, o sea, en Suiza, Holanda, Inglaterra, Escocia, y los Estados Unidos.
En los países católicos romanos se sigue manteniendo la identificación de la iglesia invisible y visible, bajo la unidad papal. En los países luteranos, con la ayuda del «cuius regio eius religio», la confesión del gobierno ha sido impuesta monstruosamente sobre el pueblo como la confesión del país; allí se trató duramente a los calvinistas, fueron exiliados y perseguidos como enemigos de Cristo. En la Holanda calvinista, al contrario, todos los que fueron perseguidos por causas religiosas encontraron refugio. Los judíos fueron recibidos amablemente; los luteranos fueron honrados; los menonitas florecieron; y aun a los arminianos y a los católicos romanos se les permitía el libre ejercicio de su religión en casa y en iglesias apartadas. Los independientes, cuando fueron expulsados de Inglaterra, encontraron descanso en la Holanda calvinista; y desde este mismo país, el Mayflower viajó con los Padres Peregrinos a su nueva tierra.
Entonces, no estoy buscando subterfugios, sino estoy apelando a hechos históricos. Y repito, la característica básica del calvinismo no debemos buscar en lo que adoptó del pasado, sino en lo nuevo que creó. Es notable, en este respecto, que desde el mismo inicio, nuestros teólogos y abogados calvinistas defendieron la libertad de la conciencia contra la inquisición. Roma percibió muy claramente como la libertad de la conciencia iba a sacudir los fundamentos de la unidad de la iglesia visible, y por tanto se opuso a ella. Pero por el otro lado, tenemos que admitir que al exaltar a voz alta la libertad de la conciencia, el calvinismo abandonó por principio toda característica absoluta de la iglesia visible.
Tan pronto como dentro de un mismo pueblo la conciencia de una mitad testificó contra la otra mitad, se hizo una brecha. En 1649 se declaró que la persecución por causas de la fe era «un asesinato espiritual, un asesinato del alma, un atentado contra Dios mismo, el más horrible de los pecados.» Y es evidente que Calvino mismo escribió las premisas de la conclusión correcta cuando reconoció que, contra los ateos, incluso los católicos son nuestros aliados; cuando reconoció abiertamente la iglesia luterana; y todavía más enfáticamente en su declaración: «Scimus tres esse errorum gradus, et quibusdam fatemur dandam esse veniam, aliis modicam castigationem sufficere, ut tantum manifesta impietas capitali supplitio plectatur.» (Existen tres grados de desviaciones de la verdad cristiana: una leve, que debemos dejar sola; una moderada, que es restaurada por un castigo moderado; y solo la impiedad manifiesta debe recibir la pena capital.) Admito que esta es una decisión severa; pero sin embargo una decisión donde se abandonó el principio de la unidad visible; y donde esta unidad es quebrantada, la libertad amanecerá en el curso natural de los eventos. Es que aquí está la solución: En Roma, el sistema de persecución surgió de la identificación de la iglesia visible con la iglesia invisible. De esta línea peligrosa, Calvino se apartó. Pero él todavía defendía la identificación de su Confesión de la verdad con la Verdad absoluta; y solo con más experiencia salió a la luz que también esta proposición (tan verdadera como sea en nuestra convicción personal) nunca se debe imponer a la fuerza sobre otras personas.
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Este documento fue expuesto en la Universidad de Princeton en el año 1898 por Abraham Kuyper (1837-1920) quien fue teólogo, Primer Ministro de Holanda, y fundador de la Universidad Libre de Ámsterdam.