La fe religiosa es necesaria para entender el destino humano. El hombre en su fe está relacionado a través de un pacto con un Ser que es trascendente, y, debido a esta relación del pacto, que constituye la verdadera religión, el hombre tiene un destino eterno, que trasciende a la cultura. El significado de la vida no yace en la cultura como tal, sino que la cultura deriva su significado de la fe del hombre en Dios; nunca es un fin en sí misma, sino siempre un medio para expresar la fe religiosa.

​La cultura es a menudo reducida en extremo en la concepción de muchos. De esta forma, a la definición resultante le falta tanto alcance como percepción, amplitud y profundidad. Hay gente, por ejemplo, que identifica la cultura con el refinamiento de los modales, la cortesía social y la amabilidad, con el barniz de la sociedad formal. Para otros, es sinónimo de buen gusto en la pintura, la música y la literatura. Pero esa cultura individual no es concebible sin la cultura de la sociedad como un todo, pues la persona completamente culturizada es un fantasma, como nos lo recuerda T. S. Eliot en su libro «Notas para una Definición de la Cultura».

Sin embargo, la idea de que el desarrollo del aspecto artístico, científico o social de la naturaleza del hombre constituye la cultura es una visión terminantemente reducida. El hombre completo debe estar involucrado, y todos los aspectos de la vida humana tienen relación con este asunto. Por lo tanto, William T. Herridge está en lo correcto cuando dice que «Una persona totalmente cultivada es una quien se halla completamente madura en todos los aspectos de su vida, de manera que es capaz de cumplir el propósito de su creación». Esto es en alguna manera reminiscencia de la famosa idea del influyente poeta y crítico cultural del siglo XIX Matthew Arnold de que la cultura es la «búsqueda de nuestra perfección total por medio de escudriñar para conocer, sobre todos los asuntos que más nos interesan, lo mejor que ha sido pensado y dicho al respecto en el mundo».

La cultura recomendada por Arnold es, por encima de todo, una operación interior, «buscando desinteresadamente en su meta hacia la perfección el ver las cosas como realmente son». La cultura, para Arnold, es un estudio de la perfección, para hacer que prevalezcan la razón y la voluntad de Dios. Pero mientras la religión y la cultura dicen que la perfección humana es interna, la cultura va más allá de la religión al buscar el desarrollo armónico de todos los poderes que conforman la belleza y que es digno de la naturaleza humana.

Arnold, como incluso los liberales admitirán hoy, yerra en dos direcciones, a decir, concibe con demasiada estrechez tanto a la religión como a la cultura. Para él la idea dominante de religión es aquella de conquistar las faltas obvias de nuestra naturaleza animal y de la naturaleza humana sobre el lado moral. Sin embargo, la religión, como se demostrará más adelante, es un asunto de mucha «mayor profundidad y un proceso más complejo» de lo que Arnold supone.

Con respecto a la cultura, la cual en verdad busca la perfección en el sentido de realización, Arnold es demasiado ingenuo cuando habla de ella como dulce y llena de luz. Pues la cultura no es lo opuesto a la depravación. Una sociedad caracterizada por la reflexión, sensibilidad a la belleza, inteligente y viva, no necesariamente llena el modelo divino (cf. Pablo, Romanos 1:21ss.; 3:10ss.). La fe de Arnold en la cultura helénica como una cura para el anarquismo de la libertad por la libertad misma es patética. Lo que Arnold, como un helenista e intelectual liberal no comprendió, es el hecho de que la contemplación intelectual y la razón no determinan el curso de la vida del hombre, que no son la fuente principal de la acción. Él fracasó en aceptar la doctrina bíblica de que los asuntos de la vida brotan del corazón (Prov. 4:23). En consecuencia, él es básicamente sub-Cristiano en su pensamiento.

Arnold falló en ver aquello que Emil Brunner vio y estableció con claridad, que la cultura como tal no puede salvarnos. La cultura como tal no humaniza al hombre, aunque es cierto que sin cultura un hombre no puede ser humano. Brunner comenta: «Entonces, la civilización y la cultura no son en sí mismas lo opuesto al mal y a la depravación. Se pueden convertir en los mismos instrumentos del mal y en fuerzas negativas, como en cierta medida siempre lo han sido… en sí mismas no garantizan el carácter verdaderamente humano de la vida».

Otro serio defecto en la concepción de Arnold es su restricción de la cultura al mejoramiento y perfección del hombre en sí. Es totalmente humanista, centrado en el hombre. No hay apreciación en esta concepción del llamamiento del hombre a sojuzgar el universo y a regir sobre él en el Nombre de Dios. Arnold deploraba el hecho que la universidad produjera ingenieros, mineros, arquitectos y fallara en producir dulzura y luz. Él es, en este respecto, de la misma opinión con Newman quien mira como la meta de una educación liberal la producción de caballeros, de eruditos y del refinamiento en general. Pero esto no alcanza la misma meta de la cual hablan estos eruditos en términos tan entusiastas, a decir, de ver la vida completa, de alcanzar la integración y la unidad del carácter. Pues la cultura concierne al ambiente del hombre lo mismo que al hombre mismo. No es meramente aquello que hace a la vida digna de vivirse, sino que incluye todas las actividades características de un pueblo.

Lo que es más, la cultura, en el sentido de este libro, no es solo el logro de nuestro mundo Occidental contemporáneo. Los antropólogos culturales nos han enseñado que aún cuando la civilización Occidental no había penetrado en un área dada, todo pueblo primitivo tiene su propia cultura peculiar. En la medida en que el hombre resuelve sus problemas nutricionales, reproductivos e higiénicos al producir un ambiente secundario y lo transmite a la siguiente generación, en esa medida tiene una cultura. También están la costumbre, la tradición, el orden y la ley, como dice un autor, «son formas de reglamentar la conducta humana. Además, puesto que el sustrato material ha de ser mantenido, toda cultura tiene también algún tipo de organización económica». La cultura, entonces, no pertenece exclusivamente a las así llamadas naciones civilizadas, sino que es la actividad del hombre como portador de la imagen de su Creador al formar la naturaleza para sus propósitos. El hombre es una criatura cultural, y la civilización es meramente el lado externo de la cultura.

Sin embargo, nuestra delineación negativa todavía no está completa. La cultura no es algo neutral, sin connotación ética o religiosa. El logro humano no ocurre sin propósito sino que busca alcanzar ciertos fines, los cuales son buenos o malos. Puesto que el hombre es un ser moral, su cultura no puede ser amoral. Debido a que el hombre es un ser religioso, su cultura también debe ser orientada religiosamente. No hay cultura pura en el sentido de ser religiosamente neutral, o sin valor ético positivo o negativo. Aunque la realización de los valores en una cultura puede parecer, en la superficie, estar interesada meramente con lo temporal y lo material, esto es solamente apariencia, pues el hombre es un ser espiritual destinado para la eternidad, completamente responsable para con su Creador-Señor. Todo lo que hace está involucrado en el todo de su naturaleza como hombre. Ciertamente esto parece como si la búsqueda de valor estuviese dominada por el egoísmo del hombre, el cual es puramente antropocéntrico, y sin embargo hay una dimensión más profunda del ser humano, la cual está vitalmente involucrada en su actividad como criatura cultural. Podría preguntarse, dice Eliot, si la cultura no es la encarnación de la religión de un pueblo.

La cultura, sin embargo, no incluye a la religión. La noción de que lo hace es el error básico de prácticamente todos nuestros antropólogos culturales, cuyo hecho puede ser averiguado estudiando cuidadosamente cualquier otro estándar de antropología de diversos autores. Pero la noción básica que subyace en esta posición niega el cristianismo y es completamente naturalista. Pues la posición del antropólogo cultural es que la religión es simplemente una proyección del espíritu humano, un intento por manipular lo oculto por medio de la magia, o, en cualquier caso, que el hombre crea a los dioses a su propia imagen, convirtiéndola así en un logro cultural. Esta es también la actitud general del religioso liberal, quien usa la religión para alcanzar las metas ideales del hombre tales como la paz del mundo, un mundo sin temor, un mundo sin necesidades, una sociedad bendecida de un tipo u otro en la cual todos los hombres son felices. «De esta manera la religión se ha convertido en una mera función de la comunidad o del estado… la religión está siendo considerada cada vez más como un mero medio hacia un fin más alto», nos recuerda el teólogo del siglo XX John G. Machen.

La razón por la cual la religión no puede ser incluida en la cultura es el hecho de que, mientras que el hombre como un ser religioso trasciende a todas sus actividades bajo el sol, la cultura no es sino un aspecto de la suma total de estas actividades y sus resultados al formar la historia. Aunque una cultura dada sí forma al hombre individual, no obstante el hombre, como ser cultural, precede a su cultura y es el creador de cultura. Pero la fe religiosa es necesaria para entender el destino humano. Y el hombre en su fe está relacionado por un pacto con un Ser que es trascendente, y, debido a esta relación del pacto, que constituye la verdadera religión, el hombre tiene un destino eterno, que trasciende a la cultura. El significado de la vida no yace en la cultura como tal, sino que la cultura deriva su significado de la fe del hombre en Dios; nunca es un fin en sí misma, sino siempre un medio de expresar la fe religiosa. Por supuesto, debe entenderse claramente que esta posición no niega la influencia de la cultura sobre la religión, la cual es patente a cualquiera que esté al corriente con las variadas formas de adoración entre los Protestantes de diferentes países, y las muchas expresiones de religión en el paganismo. La religión ha desarrollado sus propias instituciones peculiares las cuales son formadas culturalmente, sus hábitos y costumbres, normas, dogmas de conducta, disciplina y lugares de adoración. Ha usado varias artes en la adoración como la música, la danza, la escultura y la arquitectura. Todo esto simplemente indica la relación cercana entre las dos, pero no da pie para clasificar a la religión bajo la cultura.

Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

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