En BOLETÍN SEMANAL

“Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él”. —Génesis 18:19

Observemos… que aquí se nos dice que Dios sabe que Abraham instruirá a sus hijos para que anden en sus caminos después de él. En primer lugar, está la enseñanza y, a continuación, se indica de qué tipo tiene que ser ésta. En otras palabras, se nos da a conocer la naturaleza de dicha instrucción y también de cómo ésta se extiende más allá de la muerte. Por tanto, en la persona de Abraham, vemos cuál es la responsabilidad de todos los creyentes, principalmente la responsabilidad de los padres a quienes Dios establece como cabeza de la familia y a quienes Él dio vida, hijos y siervos para que fueran diligentes a la hora de enseñarlos. Y es que cuando el padre tiene hijos, su responsabilidad no consiste tan solo en alimentarlos y vestirlos, sino que su principal cometido reside en guiarlos para que sus vidas estén bien reguladas; en dedicar su completa atención a ello…

Dios valora la piedad de su siervo Abraham y ésta se demuestra en el esfuerzo que realizará para servirle y honrarlo, y guiar a su familia y a todos los que están a su cargo, porque se declara de forma particular que los enseñará a caminar en la senda del Señor. Por consiguiente, vemos la naturaleza del tipo adecuado de instrucción, porque puede suceder que alguien sea bastante cuidadoso al proporcionar muchas normas y numerosas leyes sin proveer la estabilidad necesaria. No puede existir un fundamento sobre el que edificar, a menos que Dios domine y que las personas le obedezcan y se conformen a su Palabra. Esto es, pues, lo que debemos recordar.

Cuando los padres y aquellos que tienen cierta preeminencia se preparan para enseñar, no deben ser presuntuosos y pensar: “Esto meparece bien a ”, e intentar que todos se sujeten a su opinión y sus conceptos. “¿Cómo? ¿Enseñaré lo que aprendí de Dios en su escuela?”. Lo que debemos recordar de este pasaje es, en resumen, que nadie será jamás un buen maestro, a menos que sea alumno de Dios. Por tanto, que no haya una autoridad docente que promueva lo que inventamos y aquello que nuestra mente proponga, sino aprendamos de Dios para que sea Él quien domine y el único que tenga toda preeminencia; que tanto grandes como pequeños lleguen a la conformidad con Él y le obedezcan. Así, hemos tratado ya este tipo de enseñanza.

En aquel tiempo no había ley escrita y mucho menos Evangelio; sin embargo, Abraham conocía la voluntad de Dios hasta el punto necesario. De modo que el patriarca no disponía de las Escrituras, pero aun así no se atrevió ni intentó establecer leyes a su gusto. Más bien, él le pide solamente a Dios que gobierne y que les muestre el camino a todos los demás y que los guíe porque él no desea que su consejo sea “vayamos por el camino que yo digo”, sino “les estoy enseñando lo que he aprendido de Dios. A Él sea todo el dominio y sea yo maestro sólo si hablo como por su boca”. Éste es el segundo punto que debemos recordar aquí.

De manera que lo que debemos observar aquí, es que quienes son cabezas de familia deben pasar por la dificultad de ser instruidos en la Palabra de Dios, si quieren poder realizar su deber. Si son necios, si desconocen los principios básicos de la doctrina o de su fe y no conocen los mandamientos de Dios o cómo ofrecer su oración a Él, o cuál es el camino de  la salvación, ¿cómo instruirán a sus familias? Tanto más, deben pensar quienes son esposos y tienen una familia, una casa que gobernar: “Debo establecer mi lección en su Palabra para que yo, no sólo intente gobernarme a mí mismo según su voluntad, sino que también aporte a ella, al mismo tiempo, a los que están bajo mi autoridad y mi dirección”.

Ahora, en tercer lugar, Abraham enseñará a su familia a caminar en el temor del Señor después de su muerte, como si se dijera que el hombre fiel, no sólo debe conseguir honra para Dios y vivir el mañana, sino que debe dejar una buena semilla para después de su muerte porque la Palabra de Dios es la simiente incorruptible de la vida: Perdura para siempre. Y aunque el cielo y la tierra tiendan a la corrupción y pasarán, la Palabra de Dios retendrá siempre su poder (cf. Mt. 24:35; Is. 40:8; 55:11). Por tanto, tiene una razón para morir con nosotros, se extingue cuando Dios nos retira de este mundo y nos llevamos todo con nosotros a la tumba. No obstante, aun siendo débiles y mortales y, aunque tengamos que partir de este mundo, trabajemos para dejar la Palabra de Dios aquí con una raíz. Y cuando muramos y hayamos vuelto al polvo, que Dios sea honrado y que su recuerdo permanezca para siempre. Esto es, pues, lo que debemos recordar…

Ahora bien, dado que Dios habló de ese modo, está diciendo que los hijos de Abraham, a quienes él enseñará, harán justicia y juicio. Con estas dos palabras, las Escrituras encierran lo que concierne a la segunda tabla de la Ley. Moisés afirma que harán justicia y juicio. Esto nos muestra cuál es el camino de Dios y cómo demostraremos nuestra obediencia a Él. Y es que estas dos palabras… implican rectitud y equidad para que seamos bondadosos, nos entreguemos a la caridad, nos ayudemos los unos a los otros, protejamos el derecho de todos y no defraudemos, que nos abstengamos de hacer el mal y de ser violentos unos con otros e, incluso, que ayudemos a quienes necesitan nuestra ayuda.

No obstante, ciertamente en la Ley de Dios sólo hay justicia y juicio. En la primera tabla, vemos cómo debemos adorar a Dios, reverenciar su nombre y poner en práctica el invocarle y confiar en Él para que nos consagremos de esta forma a su servicio y nos dediquemos a ello. Todo esto se denomina, de manera adecuada, justicia y juicio.

Como ya dije, esto incluye, con frecuencia, a nuestros vecinos y la norma de vivir correctamente con los hombres en honradez y equidad; pero ésta es una forma corriente de hablar en las Escrituras y los profetas están llenos de ella (cf. Is. 1:27; 5:16; 28:17). Cuando tratan con la Ley de Dios, en ocasiones, se apartan de la primera tabla y hablan de rectitud y equidad. Protestan contra el fraude, la violencia, el robo y cosas por el estilo. En resumen, todo esto indica la totalidad al mencionar una parte.

De esta manera, aunque aquí sólo encontremos un tipo y una porción del camino de Dios, no obstante, Él quiso declarar, en general, que Abraham enseñaría a su familia a gobernarse a sí misma en toda equidad y rectitud para que ninguno de ellos se levantara contra su vecino, para que nadie cometiera fraude ni hiciera el mal. Esto es lo que tenemos que recordar.

Tomado de Sermons on Genesis, chapters 11-20 [Sermones sobre Génesis, capítulos 11-20] (Edinburgo: The Banner of Truth Trust, 2012), usado con permiso, www.banneroftruth.org.

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Juan Calvino (1509-1564): Teólogo, pastor e importante líder francés durante la Reforma protestante; nació en Noyon, Picardía, Francia.

Muchos se esmeran por educar a sus hijos para obtener favor ante hombres de importancia, pero ¿quién criará a sus hijos en el temor del gran Dios?  — George Swinnock

Los padres… deben guiar a sus familias en las cosas de Dios. Deben ser profetas, sacerdotes y reyes en sus propias familias y, como tales, deben mantener la doctrina, la adoración y la disciplina familiar.         — Matthew Henry

Esa misma curiosidad de los niños es una oportunidad para que las personas mayores que los rodean les enseñen sobre las asombrosas obras de Dios, de modo que sus mentes sean informadas y sus corazones se maravillen ante sus perfecciones. Pero ten muy en cuenta que es el padre (el “cabeza” de familia) quien tiene la mayor responsabilidad de asegurarse de enseñar las cosas de Dios a sus hijos (Ef 6:4). No debe dejarle esta tarea a su esposa y, aún menos, a los maestros del estudio dominical.      — Arthur W. Pink

Ningún padre cristiano debe caer en el engaño de pensar que la escuela dominical tiene como propósito el excusarlo de llevar a cabo sus deberes personales. La condición primera y más natural de las cosas es que los padres cristianos críen a sus propios hijos en la disciplina y amonestación del Señor. — Charles H. Spurgeon

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