En BOLETÍN SEMANAL
​La sal de la tierra:  Se le dice al cristiano que no debe ser del mundo ni en ideas ni en perspectiva; pero esto nunca significa que se aparte del mundo. Ese fue el error del monasticismo el cual enseñaba que vivir la vida cristiana significaba, por necesidad, separarse de la sociedad y vivir una vida contemplativa. Pero esto lo niega constantemente la Escritura.

​La Sal de la Tierra
Llegamos ahora a una nueva sección del Sermón del Monte. En los versículos 3-12 nuestro Señor y Salvador ha esbozado el carácter del cristiano. Aquí en el versículo 13 da un paso más y aplica su descripción. Una vez visto qué es el cristiano, ahora pasamos a considerar cómo el cristiano debería manifestar lo que es. O, si quieren, habiendo caído en la cuenta de lo que somos, ahora debemos pasar a considerar qué debemos ser. El cristiano no es alguien que viva aislado. Está en el mundo, aunque no pertenece a él; y tiene relación con el mundo. En la Biblia siempre se encuentran las dos cosas juntas.

Se le dice al cristiano que no debe ser del mundo ni en ideas ni en perspectiva; pero esto nunca significa que se aparte del mundo. Ese fue el error del monasticismo el cual enseñaba que vivir la vida cristiana significaba, por necesidad, separarse de la sociedad y vivir una vida contemplativa. Pero esto lo niega constantemente la Escritura, sobre todo en este versículo que hemos comenzado a estudiar, donde nuestro Señor saca las conclusiones de lo que ha dicho antes. Noten que en el capítulo segundo de su primera carta, Pedro hace exactamente lo mismo. Dice, ‘Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.’

En nuestro pasaje es exactamente lo mismo. Somos pobres en espíritu, misericordiosos, mansos, tenemos hambre y sed de justicia, a fin de que, en un sentido, podamos ser ‘la sal de la tierra.’ Pasamos, pues, de la contemplación del carácter del cristiano a la consideración de la función y el propósito del cristiano en este mundo según la mente y propósito de Dios. En otras palabras, en estos versículos que siguen de inmediato, se nos explica en forma muy clara la relación del cristiano con el mundo en general.

En cierto sentido podemos decir que esta cuestión de la función del cristiano en el mundo tal como es hoy es uno de los asuntos más apremiantes con los que se enfrenta tanto la Iglesia como cada uno de los cristianos en nuestro tiempo. Es, claro está, un tema muy vasto, y en muchos aspectos aparentemente difícil. Pero la Escritura trata del mismo con mucha claridad. En el versículo que estamos estudiando tenemos una exposición muy característica de la enseñanza bíblica típica respecto al mismo. Me parece que es importante debido a la situación del mundo. Como vimos al estudiar los versículos 11 y 12, para muchos de nosotros puede muy bien resultar el problema más difícil. Vimos ahí que es probable que suframos persecución, que, a medida que el pecado que hay en el mundo se extienda más, es probable que la persecución de la Iglesia se incremente. De hecho, como saben, hay muchos cristianos en el mundo de hoy que ya están pasando por ello. Sean cuales fueren, pues, las circunstancias en las que nos hallemos, nos conviene pensar en esto con mucho cuidado a fin de que sepamos orar adecuadamente por nuestros hermanos, y ayudarlos con consejos e instrucciones. Aparte del hecho de la persecución, sin embargo, este problema es apremiante, porque se nos plantea en este país en estos momentos. ¿Cuál ha de ser la relación del cristiano con la sociedad y con el mundo? Estamos en el mundo; no nos podemos aislar de él. Pero el problema vital es, ¿qué podemos hacer, qué estamos llamados a hacer como cristianos en una situación así? Sin duda que estamos frente a un problema esencial que debemos analizar. En este versículo tenemos la respuesta al mismo. Ante todo consideraremos lo que dice el texto acerca del mundo, y luego lo que dice acerca del cristiano en el mundo.

‘Vosotros sois la sal de la tierra.’ Esto no sólo describe al cristiano; describe indirectamente al mundo en el que se halla el cristiano. Equivale en este lugar a la humanidad en general, a los que no son cristianos. ¿Cuál, pues, es la actitud bíblica frente al mundo? No hay imprecisión ninguna en cuanto a la enseñanza bíblica a este respecto. Llegamos, de muchas maneras, al problema crucial del siglo veinte, que es indudablemente uno de los períodos más interesantes que el mundo haya conocido. No dudo en afirmar que nunca ha habido un siglo que haya demostrado tan bien como el actual la verdad de la enseñanza bíblica. Es un siglo trágico, y lo es sobre todo porque la vida del mismo ha destruido por completo la filosofía preferida que había ideado.

Como saben, nunca hubo un período del que se hubiera esperado tanto. Es realmente patético leer los pronósticos de los pensadores (así llamados), filósofos, poetas y líderes hacia finales del siglo pasado. Qué triste es ver ese optimismo fácil y confiado que tuvieron, todo lo que esperaban del siglo veinte, la época dorada que iba a llegar.

Todo se basaba en la teoría de la evolución, no sólo en el sentido biológico, sino todavía más en el filosófico. La idea rectora era que toda la vida progresa, se desarrolla, avanza. Esto se nos decía en un sentido biológico; el hombre había procedido del animal y había llegado a una cierta fase de desarrollo. Pero este progreso todavía se enfatizaba más en función de la ideología, pensar y perspectivas del hombre. Ya no iba a haber más guerras, iban a vencerse muchas enfermedades, el sufrimiento iba no sólo a disminuir sino a desaparecer. Iba a ser un siglo sorprendente. Se iban a resolver la mayor parte de los problemas, porque el hombre había por fin comenzado a pensar. Las masas, por medio de la educación, ya no iban a entregarse a la embriaguez y el vicio. Y como las naciones iban a aprender a pensar y a reunirse para hablar en vez de comenzar a pelear, todo el mundo iba a convertirse muy pronto en un paraíso. No estoy caricaturizando la situación; se creía todo esto con mucha confianza. Por medio de leyes parlamentarias y reuniones internacionales se iban a resolver todos los problemas, ahora que el hombre había comenzado por fin a emplear la cabeza.

No muchos de los que viven en el mundo de hoy, sin embargo, creen esto. Alguna que otra vez todavía aparece algún elemento de esta enseñanza, pero ya no es algo acerca de lo que haga falta discutir. Recuerdo hace muchos años cuando empezaba a predicar, que decía esto mismo en público, y a menudo me tenían por una persona rara, por pesimista, por alguien que seguía una teología pasada de moda. Porque el optimismo liberal prevalecía en ese entonces, a pesar de la primera guerra mundial. Pero ya no es así. Se ha reconocido la falacia de ese modo de pensar, y sin cesar aparecen libros que atacan toda esa idea confiada del progreso inevitable.

Ahora bien, la Biblia siempre ha enseñado esto, y nuestro Señor lo dice a la perfección cuando afirma, ‘Vosotros sois la sal de la tierra.’ ¿Qué implica esto? Implica con claridad la corrupción de la tierra; implica una tendencia a la contaminación y a convertirse en fétido y molesto. Esto dice la Biblia acerca del mundo. Es un mundo caído, pecaminoso y malo. Tiende al mal y a las guerras. Es como la carne que tiene tendencia a descomponerse. Es como algo que sólo se puede conservar en buen estado con la ayuda de algún conservante o antiséptico. Como consecuencia del pecado y de la caída, la vida en el mundo en general tiende a descomponerse. Esa, según la Biblia, es la única idea adecuada que se puede tener de la humanidad. Lejos de haber en la vida y en el mundo una tendencia a ascender, es lo opuesto. El mundo, por sí mismo, tiende a supurar. Hay en él gérmenes de mal, microbios, agentes infecciosos en el cuerpo mismo de la humanidad que, a no ser que se los controle, causan enfermedades. Esto es algo obviamente básico y primordial. Nuestra idea del futuro depende de ello. Si uno tiene presente esto uno entiende muy bien lo que ha venido sucediendo en este siglo. En un sentido, por tanto, ningún cristiano debería sentirse sorprendido en lo más mínimo por lo que ha venido ocurriendo. Si esa posición bíblica es acertada, entonces lo sorprendente es que el mundo sea todavía tan
bueno, porque en su vida y naturaleza mismas hay tendencia a la putrefacción.

La Biblia contiene muchas ilustraciones de esto. Su manifestación aparece ya en el primer libro. Si bien Dios había hecho el mundo perfecto, debido al pecado, este elemento pecaminoso y contaminador comenzó a hacerse ver. Lean el capítulo sexto de Génesis y verán que Dios dice, ‘No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre.’  La contaminación había llegado a ser tan grande, que Dios tuvo que enviar el diluvio.

Después de él se pudo comenzar de nuevo; pero este principio malo siguió manifestándose hasta llegar a Sodoma y Gomorra con sus increíbles pecados. Esto es lo que la Biblia nos presenta sin cesar. Esta tendencia persistente a la putrefacción siempre se manifiesta.

Es evidente, pues, que este hecho debe dirigir nuestro pensamiento y nuestras previsiones respecto a la vida en este mundo, y respecto al futuro. Lo que muchos se preguntan hoy es, ¿Qué nos espera? Si no colocamos esta enseñanza bíblica en el centro de nuestro pensamiento, nuestras profecías serán necesariamente falsas. El mundo es malo, pecador; y mostrarse optimistas respecto al mismo no es sólo totalmente antibíblico sino que va en contra de lo que la historia misma nos enseña.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martin Lloyd-Jones

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar