«La santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (Hebreos 12:14)
El versículo que encabeza esta página nos introduce a un tema de profunda importancia: el de la santidad de vida. Y nos sugiere una pregunta que reclama la atención de todos los que profesan ser cristianos: ¿Somos santos? ¿Veremos al Señor? Esta pregunta nunca está fuera de tiempo. El Sabio nos dice: «Hay tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de callar y tiempo de hablar» (Eclesiastés 3:1-7); pero no hay tiempo, ni aun un día, en el cual el creyente no deba ser santo. ¿Somos nosotros santos?
Esta pregunta hace referencia a todos los creyentes, no importa su rango o condición. Algunos son pobres, otros ricos; algunos ignorantes, otros cultos; algunos ocupan cargos, otros son simples obreros; pero no hay rango o condición de vida que excuse a algún creyente de ser santo. ¿Somos nosotros santos?
Vivimos en un mundo de muchas prisas; nuestro tiempo se caracteriza por la actividad y el dinamismo. Pero rompamos esta veloz rutina y procuremos considerar el tema de la santidad. Hubiera podido escoger, sin duda alguna, un tópico más popular y agradable, y más fácil de desarrollar. Pero sinceramente creo que el tema que he escogido no podía ser más oportuno para nuestros tiempos, ni más provechoso para nuestras almas. Las palabras de la Escritura son realmente solemnes: «Sin la santidad nadie verá al Señor.”
Con la ayuda de Dios me propongo examinar lo que es la verdadera santidad, y la razón por la cual es tan necesaria para el creyente. Para terminar trataré de señalar el único camino para obtener la santidad. En mi anterior escrito consideré el tema desde un punto de vista doctrinal; en éste, trataré de presentarlo de una manera más simple y desde un ángulo práctico.
¿Qué clase de personas son las que Dios llamó santas? En muchas cosas, y en diversos ámbitos, el hombre puede ir muy lejos, pero aún así nunca alcanzará la verdadera santidad. La verdadera santidad no es conocimiento. Balaam lo tenía; no consiste en una gran profesión de fe religiosa, Judas la tenía; no consiste en hacer muchas cosas, Herodes hacía esto; no consiste en una moralidad y respetabilidad extremas, el joven rico las tenía; no consiste en disfrutar al oír a los predicadores, los judíos en tiempos de Ezequiel tenían esto; no consiste en buscar la compañía de gente piadosa, Joab, Giezi y Demas fueron compañeros de grandes santos. Sin embargo, ¡ninguno de ellos era santo! Estas cosas, por sí solas, no constituyen la santidad; una persona puede poseer una de ellas, y ser de las que nunca verá al Señor.
¿En qué consiste, pues, la verdadera santidad de vida? La pregunta es difícil de contestar. No porque no se halle suficiente información en la Biblia, sino porque temo que pueda dar un punto de vista defectuoso y no diga todo lo que debe decirse sobre el tema. Con la ayuda del Señor trataré de presentaros un esquema de lo que es la santidad. Pero no se olvide que, aunque mi esquema fuera de los mejores, con todo sería pobre e imperfecto.
La santidad consiste en conformarse a la mente de Dios. Es el hábito de estar de acuerdo con los juicios de Dios, odiar lo que Él odia, amar lo que Él ama, y evaluar todas las cosas de este mundo según las normas de su Palabra. La persona más santa es aquella que de una manera más íntima y completa está de acuerdo con Dios.
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Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle