​La mayor parte de la cristiandad cree que el hombre es el que decide todo acerca de su salvación. Asumen que todos los seres humanos que vienen a este mundo son hijos de Dios. Sin embargo cuando Pablo le habla a los creyentes les dice que antes de ser llamados por Dios, eran hijos de ira, lo mismo que los demas. Es decir, todo ser humano que viene a este mundo está bajo el dominio de satanás. Pero la cristiandad cree que el hombre, por si mismo, tiene la capacidad y el poder para pasar de ser un hijo de satanás a ser un hijo de Dios. Sin embargo la Escritura es bastante clara: el nuevo nacimiento es una obra exclusiva del Espíritu Santo.

​El nacimiento de un bebe es algo maravilloso, es maravilloso para la madre y para el padre. Pero también es maravilloso para los médicos y las enfermeras quienes siempre hablan sobre «el milagro» del nacimiento aunque han presenciado la entrada de cientos y hasta de miles de niños a este mundo. En ocasiones, como en el caso del nacimiento de un niño de padres famosos, la noticia es transmitida por los periódicos, la radio y la televisión.

No hay, sin embargo, ningún nacimiento humano que pueda ser comparado con el nacimiento sobrenatural de un hijo de Dios mediante el Espíritu de Dios. El mundo alrededor puede mostrar poco interés en este acontecimiento. Muy pocas personas en el mundo se interesaron por el nacimiento de Cristo, aunque los ángeles celebraron la natividad con su cántico en los cielos de los campos de Belén. De la misma manera, muy pocos prestan atención al nacimiento de un hijo de Dios en la actualidad. Pero a pesar de ello, como dijo Jesús: «Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente» (Luc. 15:10).

El nacimiento de un hijo de Dios es una resurrección espiritual, es el cambio de una persona, que estaba muerta en sus delitos y pecados, a una nueva vida. Un hijo de ira se convierte en un hijo del Padre que está en los cielos. El término teológico para este nuevo nacimiento es la “regeneración”.

A pesar de la importancia que tiene la regeneración, no constituye la totalidad de la salvación y no debería ser vista como un fin en sí misma. John Murray observa en Redemption Accomplished and Applied («La redención lograda y aplicada») que de la misma manera que Dios hizo que la tierra estuviera llena de cosas buenas para satisfacer a los hombres, así también nos roció con una abundancia de bienes en nuestra salvación. «Esta sobreabundancia aparece en el eterno consejo de Dios respecto a la salvación: aparece en el logro histórico de la redención por la obra de Cristo hecha una vez y para siempre; y aparece en la aplicación continua y progresiva de la redención, hasta que alcance su consumación final en la libertad gloriosa de los hijos de Dios».  Los adjetivos que continúan progresivamente para describir la redención ya nos están indicando que el nuevo nacimiento, si bien tiene una real importancia, es sólo un paso en el proceso eterno. Mientras que el logro de nuestra redención por la muerte de Jesús fue un acontecimiento único, su aplicación comprende una serie de actos y procesos que reciben el nombre de ordo salutis, o «pasos en la salvación [de Dios]».

¿Cuáles son estos pasos? Un acto muy evidente es la elección determinante de Dios que ocurre antes del nuevo nacimiento. Versículos tales como los de Juan 1:12-13 apuntan hacia esto. Quienes se convierten en «hijos de Dios» no han sido engendrados «de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios». Y en Santiago 1:18 leemos que «Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas».

Hay otros actos y procesos que suceden al nuevo nacimiento. Juan 3:3 dice: «El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios»; y Juan 3:5 añade: «El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios». El nuevo nacimiento es un requisito previo para poder ver el reino de Dios y entrar en él.
 
Otra afirmación que puede resultar de ayuda la encontramos en 1 Juan 3:9: «Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios». Juan no está hablando sobre la perfección en este versículo, ya que con anterioridad ha dicho que los cristianos también pecan. Si dicen lo contrario, o se están engañando o están mintiendo —»Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros» (Jn. 1:8) —. Está hablando sobre la santificación que sucede a la regeneración y que es el progresivo crecimiento en la santidad del individuo que se ha convertido en un hijo de Dios.

Romanos 8:28-30 agrega la justificación y la glorificación. «Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó». En estos versículos la presciencia y la predestinación están relacionadas con la determinación primaria de Dios. El llamado, la justificación y la glorificación están relacionados con la aplicación de la redención directamente en nosotros. De la enseñanza de Pablo en otros lugares, sabemos que la justificación presupone la fe (Rom. 5:1), por lo que podemos colocar la fe antes de la justificación, pero después de la regeneración. La santificación sucede a la justificación y viene antes que la glorificación. En el esquema final tenemos: la presciencia de Dios, la predestinación, el llamado efectivo a nosotros, la regeneración, la fe y el arrepentimiento, la justificación, la santificación y la glorificación.

Estos pasos, además, pueden ser subdivididos y en algunos casos hasta combinados entre sí. Pero esta es la secuencia general presentada en las Escrituras y, por lo tanto, de mucha ayuda para comprender cómo Dios nos salva. Debemos notar que antes de cualquier otra cosa nos encontramos con la elección eterna de Dios.

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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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