En ARTÍCULOS

La sinceridad fortalece al creyente que está privado de la oportunidad de servir a Dios. Si un siervo de Cristo pudiera escoger su aflicción, escogería cualquier cosa antes que soportar el dolor de ser un instrumento roto, inservible para Dios. Un siervo fiel valora su vida por las oportunidades que se le brinda para glorificar a Dios.

Cuando Dios hubo honrado a José en tierra extraña, este no pensó carnalmente en sus logros personales, sino que interpretó toda la serie de acontecimientos como venidos de la mano de Dios. Aun siendo segundo en rango y poder después del rey, vio su puesto como una ocasión para servir a Dios preservando a su pueblo, consistente entonces en su familia paterna: “Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación” (Gn. 45:7).

Es una triste aflicción cuando desaparecen las oportunidades de servir a Dios y el creyente queda a un lado. Pero el consuelo viene al recordar su fiel administración para Dios del tiempo y los talentos. Considera como muy penoso que Dios ya no lo use como antes, pero no lamenta que la obra de Dios siga sin él. Aunque muera, Dios vive para cuidar su obra. La rotura de una cuerda, o de todas ellas, no puede acallar la música de la Providencia divina, que es capaz de tocar a placer sin utilizar ninguna criatura como instrumento.

Al corazón cristiano le duele ser sacado de la obra en la que puede glorificar a Dios. Pero tiene esta verdad preciosa que ningún ladrón terrenal puede robarle: cuando sinceramente desea servir a Cristo de corazón en alguna obra, Dios lo da por hecho. El deseo de David de construir el templo estaba tan cumplido a los ojos de Dios como si hubiera podido terminarlo él solo.

En el último día, muchos con corazones dadivosos serán recompensados como grandes benefactores, aunque no tenían ni ropa que dar ni pan que compartir con los pobres de la tierra: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer…” (Mt. 25:34,35). No lo dijo a los ricos, sino a los que compartieron su alma con los hambrientos.

Escucha, querida alma, hecha íntegra por Dios, y consuélate. Puede que tengas una posición baja según el mundo, y tus bienes terrenales no sean casi nada; tu trabajo puede parecer poco importante, sin prestigio alguno. ¿Pero deseas andar en la verdad del corazón y ser acepto en el Padre en cada momento de tu vida? La integridad es un pájaro que canta tan dulcemente en tu seno como si fueras el monarca más famoso de la tierra.

El amor y favor de Dios, la devoción a Cristo, y las preciosas promesas que en Él son “sí” y “amén” traen consuelo y refrigerio tanto al mayor de los creyentes como al menor de la familia de Dios. No se trata de cuánto hayamos hecho por Cristo, sino lo que hemos hecho por Él con integridad: “Bien, siervo bueno y fiel” (Mt. 25:21). No es: “Bien hecho, porque has llevado a cabo grandes empresas y gobernado reinos; o has sido un predicador famoso en tu época”. Sino porque: “Has sido fiel, aun en el rincón más insignificante del mundo”.

Cuando Ezequías estaba en su lecho de enfermedad, no le contó a Dios los grandes proyectos espirituales que había concluido, aunque ninguno había hecho más que él. Solo le recordó la integridad de su corazón: “Oh Jehová, te ruego que te acuerdes ahora que he andado delante de ti en verdad y con íntegro corazón, y que he hecho lo que ha sido agradable delante de tus ojos” (Is. 38:3).

  La fuerza de la sinceridad contra la tentación

¿Tienes poder para repeler la tentación cuando la única arma de defensa que te queda es la prohibición divina del pecado, o alguna flecha sacada de la aljaba del evangelio, tal como el amor de Jesús por ti o el tuyo por Él?

Tal vez la tentación se haya urdido tan a tu conveniencia que puedas pecar y guardar tu reputación. Ya que la puerta trasera está abierta, puedes entrar en secreto; nadie se enterará, y en apariencia no habrás sacrificado nada de tu entrega cristiana. Pero entonces Dios se levanta y su Espíritu te dice que eso va contra su gloria y es inconsecuente con tu profesión de amor. ¿Qué haces ahora? ¿Puedes informar a Satanás de que el pecado no te vencerá, hasta que puedas reconciliar el pecado contra Dios y el amor hacia él? De ser un hipócrita, no podrías resistirte al pecado más que el polvo lo hace al viento.

El corazón falso pronto se rinde al vencedor, pero el cristiano íntegro se alienta aun cuando pierde terreno. La justicia hace subir al alma más alto en los propósitos santos contra el pecado por las mismas caídas. “Una vez hablé [esto es, con pecado], mas no responderé; aun dos veces, mas no volveré a hablar” (Job 40:5). David pidió a Dios tiempo para recuperar su fuerza espiritual antes de morir. No quería abandonar el campo de batalla derrotado. Deseaba seriamente vivir para recuperar lo perdido contra el pecado con arrepentimiento y victoria sobre él. Solo entonces podría dar la bienvenida a la muerte. Era como el capitán malherido que pidió a alguien que lo levantara el tiempo suficiente para ver al enemigo batirse en retirada.

Intenta tratar a tu alma de forma imparcial. ¿Qué efecto tienen tus caídas y fallos? Si desgastan el filo de tu conciencia para que no te reprenda duramente por el pecado, si sobornan tus emociones para la conformidad, tu corazón no está bien delante de Dios. Pero si meditas en actuar con venganza contra el pecado que te derrotó, entonces eres íntegro.

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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