El consenso de los modernos estudiosos calvinistas …, es que el principio del sistema de pensamiento calvinista es la soberanía directa y absoluta de Dios sobre todas las cosas. Sin embargo, tal soberanía no es una entre los muchos atributos de Dios, sino que llega a expresarse en todos sus atributos. Él es Soberano en su poder pero también en su amor; en su justicia, pero también en su gracia. Entonces, la soberanía no es una propiedad de la naturaleza divina, sino una prerrogativa del ser divino que surge de sus perfecciones. Por soberanía el calvinista entiende el absoluto derecho de Dios en gobernar el mundo y hacer lo que le plazca puesto que Él es el Creador, “Pues de Él y por medio de Él y para Él son todas las cosas”. Sin embargo, no hay injusticia o arbitrariedad en la soberanía de Dios, pues es definida y predicada basada en su sabiduría, justicia y santidad. La voluntad soberana de Dios es la causa final de toda la realidad creada, y el hombre no puede inquirir más allá o detrás de esa voluntad. Tal investigación sería impía, pues “¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ‘¿Por qué me has hecho así?’?” (Rom. 9:20). El calvinista cree que la voluntad soberana de Dios es última sobre la base de la Escritura, que da su testimonio unánime a este efecto: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”. (Apoc. 4:11).
Dios es soberano en su Ser en el sentido de que solo Él tiene existencia en sí mismo, lo cual implica un rechazo de todo panteísmo evolucionista y monista. Dios es soberano en su conocimiento, de manera que decimos, junto con Agustín, que las cosas son como son porque Dios las conoció y las determinó en su consejo eterno. Dios también determina soberanamente lo que es bueno, y lo bueno depende de la voluntad soberana de Dios.
Dios no se encuentra bajo ninguna ley, sino que es el Dador de la Ley y el sustentador de la Verdad y la Justicia. Para ponerlo aún de otra manera, podemos decir que la soberanía de Dios se halla enraizada en su auto-suficiencia, pues “Él es antes que todas las cosas…”, “en Él todas las cosas fueron creadas. .”, “y todas las cosas en Él subsisten” (Col. 1:16, 17). La religión basada en la soberanía de Dios es la religión cuyo propósito e interés se centra en Dios. Tal religión es directa, coloca al hombre en una relación inmediata con Dios. Es todo abarcadora, que se extiende a todas las facetas de la vida humana, no meramente a la adoración externa y a la piedad personal.
Ha habido aquellos que han sostenido que el principio de la soberanía de Dios es el fundamento lógico del cual todo lo demás se deduce. Pero esto reduciría el calvinismo a un sistema especulativo de pensamiento, lo cual no es. Pues una cosa que distinguió a Calvino y a aquellos que buscaron seguirle es su fidelidad a
la Palabra de Dios. Calvino era el enemigo declarado de toda construcción filosófica con respecto a la naturaleza de Dios y sus relaciones para con los hombres.
No se le ocurrió a Calvino sacrificar algún elemento de la verdad en aras de otro. Esta puede ser la razón por la cual algunos estudiosos modernos, como testifica P. Barth, niegan que alguna doctrina sea básica en la teología de Calvino, pues Calvino no vacila en dejar paradojas sin resolver, como por ejemplo, la doctrina de la predestinación divina y la responsabilidad humana, o la de una creación buena y el origen del mal. John T. McNeill, quien ha escrito una muy excelente obra sobre la historia del calvinismo, pero que tiende a interpretar el carácter del calvinismo conforme a sus nociones modernistas, habla del “carácter dialéctico” del pensamiento de Calvino. Claro, él está repitiendo la interpretación de P. Barth, Niesel, etc., toda una escuela de intérpretes modernos de Calvino. Sin embargo, debemos tener cuidado con el término “dialéctico”. Para Calvino no había paradoja última; la verdad era una en Dios, en quien están resueltas todas las aparentes contradicciones lógicas. Calvino reconocía que la mente finita no es capaz de comprender los caminos de Dios, puesto que están más allá de todo escrutinio, y sus juicios son insondables. Esto dista mucho de la paradoja Barthiana, la cual es constitutiva de la realidad como tal. Además, la objeción de McNeill de que el principio de soberanía crea antinomias insolubles con respecto al pecado y al mal, la predestinación y la condenación, no se sustenta. Por el contrario, para Calvino la soberanía de Dios era la única respuesta a estas paradojas. Por otra parte, el que el principio de soberanía mismo no obvie todos los problemas no es razón para rechazarlo como constitutivo en la teología de Calvino. Sin embargo, la irresistible y repetida impresión que la Palabra hizo sobre el alma sensible de Calvino fue aquella de que Dios era el alfa y la omega, de quién y por quién y para quién existían todas las cosas. Así pues, este principio de soberanía no es tanto el fundamento lógico de un sistema de pensamiento, sino una convicción religiosa de primera magnitud espiritual, el factor fundamental en la conciencia religiosa del cual habló Warfield.
La soberanía de Dios es la atmósfera en la que el calvinista vive, el entorno en el cual actúa como un ser cultural. Esto significa que la religión no es una cosa separada de la vida, sino la parte central y más importante de la vida del hombre bajo el sol.
La religión es para Dios, por quien existen todas las cosas. Mientras que todas las formas de cristianismo arminiano convierten al hombre en el árbitro final de su propia salvación, en el calvinismo Dios salva soberanamente, inmediatamente a quien sea su voluntad. La salvación es del Señor, y por lo tanto, ¡glorificado sea su Nombre! Debido a su profunda convicción de la soberanía de Dios, la Palabra de Dios era tomada muy seriamente por los calvinistas. Se convirtió en la norma incondicional para la fe y la vida del creyente. La divina interdicción de no añadir o quitar ha sido escrupulosamente observada por el calvinismo. De esta forma se desarrolló una ética calvinista, con sus altos requerimientos morales que se corresponden al elevado teísmo del calvinismo.
Debido a que se sostenía que Dios era el soberano absoluto para la vida del hombre, se convirtió en un asunto de determinar la voluntad de Dios a partir de su Palabra. John Knox testificó que nunca había visto algún otro lugar donde la voluntad de Dios fuese obedecida tan fielmente como en Ginebra. James Froude, historiador Inglés y en algún momento Rector de Saint Andrews, llega hasta a decir que “el calvinismo, tal y como existió en Ginebra, y como procuró ser donde quiera que echó raíces por un siglo y medio después de él, no era un sistema de opinión, sino el intento por hacer de la voluntad de Dios, tal y como era revelada en la Biblia, la guía autoritativa para la dirección social lo mismo que en lo personal. Y al hablar de la conciencia de Dios de los calvinistas, lo que les hizo sufrir el reproche, y que añadió a sus filas en la Europa Occidental casi a todo hombre que aborrecía la mentira, añade, “Cualquier rastro de conciencia de temor de hacer el mal que exista en este momento en Inglaterra y Escocia, es el remanente de las convicciones que fueron impresas de manera indeleble por los calvinistas en los corazones de la gente”. Claro, uno no necesita aprobar el idealismo panteísta de Froude al citarle, pero la evidencia de pureza moral y energía espiritual a la cual alude es inconfundiblemente un subproducto del sentido de la soberanía divina del calvinismo, por el cual es derrocada la maldad espiritual en los lugares altos y los reyes son arrojados de sus tronos.
Esto nos trae naturalmente a la cuestión de la soberanía de Dios y el impacto del calvinismo sobre la política. Aquí también probó ser un potente principio. Por un lado, la conciencia de que Dios es soberano es la muerte de todo absolutismo, sea de reyes o estados; pero, por otro lado, los hombres son súbditos dispuestos a la autoridad legítima porque están obligados a obedecer por causa de la conciencia, puesto que toda autoridad es dada por Dios (cf. Rom. 13:1-6; I Ped. 2:13, 14; Tito 3:1; etc.).
No hay necesidad de rastrear las implicaciones totales del principio de la soberanía de Dios en este momento, puesto que esto se hará con más detalle en la parte tres. Sin embargo, se debe mencionar en este punto que algunos hombres, también de persuasión Reformada, de quienes el Dr. V. Hepp puede ser tomado como representante, se ofenden ante la idea de que la soberanía de Dios exprese en alguna manera la esencia o que sea el principio básico del calvinismo. A su parecer esto degradaría al calvinismo a un tipo de teología relacional, lo cual condena tanto en Schleiermacher y en aquellos que en repudio a Schleiermacher hablan de la distancia infinita entre Dios y el hombre. Para Hepp la implicación de una teología estricta- mente centrada en Dios es que no preguntamos quién es Dios en relación con el mundo, sino “quién es Él en sí mismo”. Hepp es de la opinión que la existencia ontológica (quien es Dios en sí mismo) debería ocupar el lugar más importante en cualquier teología. Según Hepp, puesto que la soberanía presupone la elevación por encima de algo o de alguien, esta doctrina no yace en el centro del calvinismo. Sin embargo, reconocer sobre la base de los textos citados por el Dr. Hepp que Dios existe antes del mundo y que es trascendente en su ser no requiere hacer de este el principio primario de la teología de uno. Todos los calvinistas se opondrían aquí al énfasis Barthiano de que Dios es lo que él es en Jesucristo en relación con el mundo. Tal concepto activista de la revelación es inaceptable para el heredero espiritual de Calvino. Sin embargo, no resulta que debiésemos darle a la existencia de Dios en sí mismo un lugar más importante como el principio determinante en el calvinismo que las obras de Dios en el tiempo y su relación para con el hombre caído en y por medio de Jesucristo. Tal especulación ontológica pura fue condenada como poco provechosa y nuestro “conocimiento de Dios debiese más bien tender, primero, a enseñarnos temor y reverencia; y, en segundo lugar, a instruirnos para implorar todo bien de su mano, y a rendirle la alabanza por todo lo que recibimos. Pues, ¿cómo podemos abrigar un pensamiento de Dios sin reflexionar inmediatamente en que, siendo criaturas formadas por Él, deberíamos, por derecho de creación, estar sujetos a su autoridad? ¿Que estamos en deuda con Él por nuestra vida, y que todas nuestras acciones deberían ser hechas con referencia a Él?” ( Institución, Libro I, Cap. 2, par. 2). Este párrafo no solamente refuta completamente el esquema ontológico especulativo de Hepp, sino que al mismo tiempo es la mejor ilustración posible del argumento de que la doctrina de la soberanía de Dios era una especie de aura, o atmósfera, que envolvía todo el pensamiento de Calvino. No fue nunca interpretada por él o por sus seguidores meramente como un principio abstracto o dogma, sino que era la fe viviente de corazones encendidos con el sentido de la ineludible presencia de Dios y una profunda conciencia de sus santas demandas sobre ellos.
La confesión de la directa y absoluta soberanía de Dios le da al calvinismo tanto profundidad como amplitud, profundidad en que todas las cosas son de, por medio de y para Dios, amplitud en que este Dios omnipotente y trascendente tiene demandas universales, que Él es el legislador para toda la realidad creada, y que su dominio es totalitario.
Debe observarse que, aunque este término totalitario ha caído en descrédito debido a la usurpación del poder por parte de meros hombres, quienes reclaman para sí mismos el poder de regir la totalidad del mundo del hombre, el término tiene su uso apropiado. Bela Vasady ha hablado de la Creencia Totalitaria del calvinismo y dirige nuestra atención “a través del espejo de la teología de Calvino, al hecho de que el elemento totalitario es un rasgo distintivo de una fe cristiana genuina. Lo que queremos decir es que. . en todo lo que hacemos, debemos hacer plenamente evidente, en todas las direcciones, la total dependencia del todo del hombre y de todo el mundo en el todo Dios, y que en esta total dependencia toda la existencia del hombre es resuelta en el Ser de Dios, por medio de Dios y para Dios”. En esta fe en la que el todo del hombre con todo el cosmos deben ser traídos bajo el dominio de Dios, los calvinistas han producido recientemente una filosofía que reconoce a la revelación de Dios como la autoridad última y suprema en lugar de la mente autónoma del hombre. Una filosofía bíblicamente orientada no solamente produce su propia metafísica, sino que debe producir también su propia metodología. Este es simplemente un reconocimiento del hecho de que el pensamiento del hombre forma una unidad, es decir, que es todo de una sola pieza. La lógica de Aristóteles pertenece a su metafísica; las dos no pueden ser divorciadas. Así también los positivistas lógicos tienen una lógica que involucra una metafísica de su propia invención. Que nadie interponga aquí la idea de que los filósofos calvinistas niegan que la estructura de la mente y las leyes del pensamiento son comunes para todos.
Pues la ley de la contradicción es algo completamente diferente en sus implicaciones últimas para un cristiano que para un filósofo pagano. Las leyes, según la auto-revelación de Dios, son entidades creadas, que detrás de la ley está el legislador.
Esta filosofía calvinista contemporánea es el fruto de un clamor de Calvino por una filosofía cristiana y los esfuerzos de Kuyper y Bavinck en el siglo diecinueve por establecerla. Estos hombres señalaron las implicaciones de la presuposición de la fe y la resultante antítesis radical en el campo de la ciencia, el arte, la política, y de hecho, en todas las esferas de la existencia del hombre. En resumen, una metafísica bíblica implica una teoría bíblica del conocimiento y una ética bíblica. Pero uno no se puede detener allí, como lo señaló Kuyper en sus Conferencias Stone. La demanda que Dios coloca sobre su pueblo le hace peculiar a la vista del mundo, pues la soberanía de Dios es el gobierno de su voluntad en sus corazones, de manera que son motivados por un poder invisible y radicalmente reorientado en su ser total.
Ellos han subido a bordo de la nave de su vida a un nuevo Piloto, a Jesucristo como Señor, quien está conduciendo su curso por la Estrella del Norte de la Palabra de Dios, para la alabanza de la gloria de su gracia. Esto hace toda la diferencia en el mundo para la situación cultural.
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Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)