En BOLETÍN SEMANAL

El deber de un padre para con su familia, en general, es el siguiente: Él, que es la cabeza de una familia, tiene bajo esa relación un trabajo que hacer para Dios, el justo gobierno de su propia familia. Y su tarea es doble: Primero, en lo tocante al estado espiritual de ella; segundo, en lo que respecta al estado externo de la misma.

Al estado espiritual

En primer lugar, en lo concerniente al estado espiritual de su familia, debería ser muy diligente y sobrio, haciendo su mayor esfuerzo, tanto para incrementar la fe donde ésta se inició y comenzarla donde no está. Por esta razón, debería con diligencia y frecuencia presentar ante su familia las cosas de Dios que obtenga de su Palabra como sea adecuado para cada caso particular.    

Sin embargo, estar familiarizado con este piadoso ejercicio en nuestra familia es muy digno de alabanza y muy adecuado para todos los cristianos. Ésta es una de las cosas por las que Dios elogió tan altamente a su siervo Abraham y la que tanto afectó su corazón. “Yo conozco a Abraham”, declara el Señor. Sé que es un buen hombre —porque— “mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová” (Gn. 18:19). También fue algo que el buen Josué designó como la práctica que seguiría mientras tuviera un hálito de vida en este mundo. Afirmó: “Pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos. 24:15).

Además, también encontramos que en el Nuevo Testamento se considera de un rango inferior a los cristianos [que] no sienten el respeto debido por este deber; sí, tan inferiores como para no ser aptos para ser elegidos en cualquier cargo en la iglesia de Dios. Un [obispo o] pastor debe ser alguien “que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad” (1 Ti. 3:4); “pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (1 Tim. 3:5). Los diáconos también —según dice Pablo— deben ser “maridos de una sola mujer, y que gobiernen bien sus hijos y sus casas” (1 Tim. 3:12). Observa que el Apóstol parece establecer lo siguiente: Que un hombre que gobierne a su familia bien tiene una de las cualificaciones que pertenece a un pastor o diácono en la casa de Dios porque quien no sabe dirigir su propia casa, ¿cómo se ocupará de la iglesia de Dios? Considerado esto, nos proporciona luz en la obra del cabeza de familia en lo que respecta al gobierno de su casa.

  1. Un pastor debe ser fiable e incorrupto en su doctrina y, de hecho, también debe serlo el cabeza de familia (Tit. 1:9; Ef. 6:4).
  2. Un pastor debería ser apto para enseñar, reprobar y exhortar y, también, debe serlo el cabeza de familia (1 Tim. 3:2; Dt. 6:7).
  3. Un pastor debe ser ejemplar en fe y santidad; y también debe serlo el cabeza de familia (1 Tim. 3:2-4; 4:12). David dice: “Entenderé el camino de la perfección… En la integridad de mi corazón andaré en medio de mi casa” (Sal. 101:2).
  4. El pastor es para unir a la Iglesia y cuando están ya todos juntos, orar entre ellos y predicarles. Esto es también digno de elogio en los cabezas de familia cristianos.

Objeción: Pero mi familia es impía y rebelde respecto a todo lo bueno. ¿Qué debería hacer?

Respuesta: 1. Aunque esto sea cierto, ¡tienes que gobernarlos y no ellos a ti! Dios te ha puesto sobre ellos y tienes que usar la autoridad que Él te ha dado para reprender sus defectos y mostrarles el mal de su rebeldía contra el Señor. Elí actuó así, aunque no lo bastante; y David también (1 S. 2:24-25; 1 Cr. 28:9). Asimismo, tienes que decirles lo triste que era tu estado cuando estabas en su condición y así, esforzarte por recuperarlos de la trampa del diablo (Mr. 5:19).

Respuesta 2: También deberías procurar llevarlos a la adoración pública de Dios, por si Dios quisiera salvar sus almas. Jacob le dijo a su familia y a todos los que estaban a su alrededor: “Levantémonos, y subamos a Bet-el; y haré allí altar al Dios que me respondió en el día de mi angustia” (Gn. 35:3). Ana llevaba a Samuel a Silo para que pudiera morar con Dios para siempre (1 S. 1:22). En realidad, el alma que ha sido tocada de la forma adecuada, no sólo se esforzará por llevar a toda su familia, sino a la ciudad entera, en pos de Jesucristo (Jn. 4:28-30).

Respuesta 3: Si son obstinados y no quieren ir contigo, entonces lleva a hombres piadosos y de buen juicio a tu casa, y allí haz que prediquen la Palabra de Dios cuando hayas reunido, como Cornelio, a tu familia y a tus amigos (Hch. 10).

Sabes que, no sólo el carcelero, Lidia, Crispo, Gayo, Estéfanas y otros recibieron la gracia por la palabra predicada, sino también sus familias, y que algunos de ellos —por no decir todos— por la enseñanza predicada en sus casas (Hch. 16:14-34; 18:7-8; 1 Cor. 1:14-16). Y esto, por lo que sé, podría ser una razón, entre muchas, por la que los Apóstoles, no sólo impartieron la doctrina en público, sino también de casa en casa; y yo digo que su propósito era, si fuera posible, atraer a los que pertenecían a alguna familia y que seguían sin convertirse y en sus pecados (Hch. 10:24; 20:20-21). Sabemos lo habitual que era en la época de Cristo el que algunos lo invitaran a sus casas si tenían a algún enfermo que no pudiera o no quisiera venir a Él (Lc. 7:2-3; 8:41). Si ésta es la forma de actuar con los que tienen enfermedades externas en la familia, ¡cuánto más, donde hay almas que tienen necesidad de ser salvas por Cristo de la muerte y de la condenación eterna!

Respuesta 4: Presta atención y no descuides tú mismo los deberes que tienes entre ellos, como leer la Palabra y orar. Si tienes a alguien en tu familia que conozca la gracia de Dios, toma aliento. Si estás solo, sabes que tienes la libertad de ir a Dios por medio de Cristo y que también puedes unirte, en ese momento, a la Iglesia universal para completar el número total de los que serán salvos.

Respuesta 5: No permitas ningún libro o discurso impío, profano o hereje en tu casa. “Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Co. 15:33). Me refiero a libros tan profanos o heréticos, etc., que tienden a provocar soltura de vida o aquellos que se oponen a los fundamentos del Evangelio. Sé que a los cristianos se les debe permitir su libertad en cuanto a lo que es indiferente; sin embargo, aquellas cosas que dañan la fe o la santidad, todos los cristianos deberían abandonarlas y, en especial, los pastores de iglesias y los cabezas de familia. Esta práctica se demostró cuando Jacob le ordenó a su familia y a todos los que estaban con él que se deshicieran de los dioses extraños que había en medio de ellos y a cambiar sus vestiduras (Gn. 35:2). Todos los que se mencionan en el libro de los Hechos que llevaron sus libros de magia y los quemaron delante de todos los hombres, aunque costaban cincuenta mil piezas de plata, son un buen ejemplo de esto (Hch. 19:18-19). La negligencia hacia esta indicación ha ocasionado la ruina en muchas familias, tanto entre los hijos como entre los criados. Los vanos charlatanes trastornan a familias enteras con sus obras engañosas con mayor facilidad de la que muchos creen (Tito 1:10-11).

John Bunyan (1628-1688): Ministro, predicador y autor inglés, nació en Elstow, cerca de Bedford, en Inglaterra.

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