​La tumba vacía ha sido un argumento en favor de la resurrección tan formidable a través de la historia que los no creyentes han inventado varias teorías para poder explicarla.


Una segunda evidencia sobre la resurrección de Jesucristo es la tumba vacía. Podríamos negar que una resurrección real tuvo lugar, pero no podemos negar que la tumba estaba vacía. Los discípulos comenzaron poco tiempo después de la crucifixión y la sepultura a predicar sobre la resurrección, en un momento cuando a quienes los escuchaban sólo les bastaba caminar hasta la tumba y ver si el cuerpo del Señor supuestamente resucitado todavía estaba allí.

La tumba vacía ha sido un argumento en favor de la resurrección tan formidable a través de la historia que los no creyentes han inventado varias teorías para poder explicarla. Una teoría es que las mujeres, y más tarde los discípulos, fueron al lugar equivocado. Es posible concebir que como estaba oscuro las mujeres se podrían haber equivocado de tumba. Pero, como ya hemos visto, no estaba del todo oscuro, y además ya habían estado allí y sabían donde estaba ese lugar. Además, es difícil suponer que Juan y Pedro, y después todos los demás, hayan cometido el mismo error.

Otra teoría es la teoría del desvanecimiento. Según esta teoría, Jesús no murió en la cruz sino que se desvaneció —y como resultado fue dado por muerto y enterrado vivo—. En el frío de la tumba volvió en sí, movió la piedra, y se apareció a la gente como resucitado. Pero esta explicación tiene varios problemas. En primer lugar, resulta difícil creer que uno de los guardias romanos a quienes se le había encomendado una ejecución fuera burlado de esta manera, o que la lanza que atravesó el costado de Cristo no lo haya matado, incluso si hubiera estado desvanecido; y, además, que un Cristo débil, apenas sobreviviente, haya tenido la fuerza suficiente para mover la gran piedra y vencer a los guardias romanos. Además, tendríamos que suponer que un Cristo en esas condiciones haya podido convencer a los discípulos que había triunfado sobre la muerte.

Por último, existen quienes creen que alguien robó o cambió al cuerpo de lugar. ¿Pero quién? Sin duda que no fueron los discípulos, porque si ellos hubieran cambiado el cuerpo de lugar, es difícil imaginar cómo después estuvieron dispuestos a morir por el cuento que ellos mismos habían fabricado.

Tampoco pueden haber retirado el cuerpo las autoridades judías o romanas. Podríamos imaginarnos que en un principio lo podrían haber cambiado de lugar para vigilarlo mejor —por ese mismo motivo fue por lo que sellaron la tumba y pusieron una guardia: «Señor, nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos de noche y lo hurten, y digan al pueblo: Resucitó de entre los muertos» (Mt. 27:63-64)—. Si eso hubiera ocurrido, sin duda luego habrían mostrado el cuerpo cuando los discípulos comenzaron con su predicación. Las autoridades odiaban el evangelio e hicieron todo lo que estaba en su poder para evitar que se expandiera. Arrestaron a los apóstoles, los amenazaron y hasta mataron a algunos de ellos. Nada de eso hubiera sido necesario si hubieran podido mostrar el cuerpo. La razón obvia es que no lo hicieron porque no podían. La tumba estaba vacía. El cuerpo había desaparecido.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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