«Es necesario orar siempre» «Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar.» (Lucas 18:1; 1 Timoteo 2:8).
Hay personas que después de haber hecho una buena profesión de fe, parecen apartarse de los caminos del Señor. Corren bien durante un tiempo, como los gálatas, pero luego caen en las enseñanzas de falsos maestros. Mientras las emociones y sentimientos arden, al igual que Pedro confiesa a Cristo, pero tan pronto viene la hora de la prueba, le niegan. Los creyentes pueden perder el primer amor, como los efesios; sus ánimos y su celo, como Marcos, puede enfriarse. Por un tiempo seguirán corriendo algunos, como Demas tras el Apóstol, pero más tarde volverán al mundo. Muchos de los que profesan la religión cristiana pueden hacer esto.
¡Cuán triste es la condición de los que se apartan! De todas las calamidades que puedan caer sobre el hombre, yo creo que ésta es la peor. Un barco embarrancado, el vuelo de un águila herida en un ala, un jardín invadido por la maleza, un arpa sin cuerdas, una iglesia en ruinas; la visión de todo esto es triste. Pero la visión de un alma que se ha apartado del Evangelio, todavía es más triste. Estoy convencido de que una persona que realmente ha nacido de nuevo y ha bebido de los manantiales de la gracia, aunque caiga y se aparte, el Señor, a su tiempo, la restaurará y llevará de nuevo al redil. Pero creo también que una persona puede caer y apartarse de tal manera, que pueda llegar a desesperar de su propia salvación y de toda obra de gracia en su alma. Y si esto no es el infierno, no dista mucho de serlo. Una conciencia herida, una mente desengañada de sí misma, una memoria que continuamente acusa, un corazón atravesado por los dardos del Señor, un espíritu quebrantado por la carga de las acusaciones propias, todo esto lleva ya el sabor del infierno. Es un infierno en la tierra. Cuán cierto es el proverbio de aquel hombre sabio: «De sus caminos será hastiado el necio de corazón» (Proverbios 14:14).
¿Cuál es la causa principal de todo enfriamiento espiritual? Por regla general creo que la causa principal es el descuido y la negligencia en la oración privada. Es cierto que la historia secreta de muchas caídas no se conocerá hasta el Día del Juicio. De ahí que sólo me limite a expresar mi opinión. Pero esta opinión ha sido formada como resultado de mis experiencias pastorales y de mis observaciones del corazón humano. Repito pues mi opinión: el motivo principal de todo enfriamiento tiene su origen en el descuido de la oración privada.
Las Biblias que se leen sin oración, los sermones que se oyen sin oración, los matrimonios que se contraen sin oración, los viajes que se emprenden sin oración, las amistades que se forman sin oración, las lecturas bíblicas y devocionales con oraciones rápidas y que no salen del corazón; todo esto constituye una serie de escalones descendentes por los cuales muchos creyentes bajan a un plano de apatía espiritual, o al borde mismo de una terrible caída.
Por este proceso se forman las personas lánguidas como Lot; las de carácter inestable como Sansón; las inconsistentes como Asa; las flexibles como Josafat; las cuidadosas en extremo como Marta, etc. A menudo la causa que motiva todos estos casos es ésta: descuido de la oración privada.
No dudemos del hecho de que los que caen, primero caen en su vida espiritual privada, y más tarde su caída es pública. Primero caen en su vida de oración, y luego a los ojos del mundo. Al igual que Pedro, primero descuidan la amonestación del Señor de velar y orar, y luego, también como ese Apóstol, pierden las fuerzas y en la hora de la tentación niegan al Señor.
El mundo nota enseguida su caída y hace gran escarnio, pero nada sabe de la causa por la cual han caído. Los paganos consiguieron que Orígenes, bajo la amenaza de terribles torturas, ofreciera incienso a un ídolo. Y luego celebraron grandemente la apostasía y cobardía de éste. Pero la causa de la apostasía no la conocían los paganos. El mismo Orígenes nos dice que en aquella mañana abandonó prestamente su habitación sin haber guardado su acostumbrado tiempo de oración.
Confío que el lector cristiano de este escrito nunca se apartará de la fe. Pero la mejor manera de asegurarse de que no se apartará de los caminos del Señor, es recordando mi amonestación: no descuides la oración privada.
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Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle