​La emoción que más frecuentemente se le atribuye a Cristo es la compasión o la misericordia. Es la expresión del profundo amor que siente frente a la necesidad desesperada de los hombres y las mujeres caídos. 


Hay un área en la que Jesús mediante la Encarnación se hizo semejante a nosotros y es la vida emocional, como B. B. Warfield bien lo señala en un ensayo sobre ese tema. Algunas personas en la iglesia han tratado de aislar a Cristo de cualquier emoción, como si las emociones no le correspondieran, no fueran debidas. Otros han exagerado sus emociones a tal grado que difícilmente podemos reverenciarlo. El verdadero retrato, tal como se nos presenta en el Nuevo Testamento, está a mitad de camino entre estos dos extremos. La emoción que más frecuentemente se le atribuye a Cristo es la compasión o la misericordia. Es la expresión del profundo amor que siente frente a la necesidad desesperada de los seres humanos caídos. A veces es despertada por una necesidad física. Es así como en una ocasión, cuando vio el hambre de una muchedumbre que lo había seguido, Jesús dijo: «Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y si los enviare en ayunas a sus casas, se desmayarían en el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos» (Mr. 8:2-3). También se nos dice que al ver a un leproso tuvo «misericordia de él, extendió la mano» y le sanó (Mr. 1:41); que «compadecido» sanó a dos ciegos (Mt. 20:34); que resucitó al hijo de la viuda de Naín porque «se compadeció de ella» (Lc. 7:13). Las necesidades espirituales también despertaron su compasión. Vez tras vez se nos dice que tuvo compasión de las multitudes porque «eran como ovejas sin pastor» (Mr. 6:34; ver además Mt. 9:36; 14:14). Y en otras ocasiones lloró sobre la incredulidad de la ciudad de Jerusalén (Lc. 19:41) y frente a la tumba de Lázaro (Jn. 11:35).

El hacer mención a las lágrimas de Cristo nos conduce a otra área de la vida emocional de Cristo, el área de la aflicción, que hasta lo podía conducir a la indignación y al enojo. Un ejemplo muy importante de su aflicción, si bien difícil de interpretar, es cuando lloró frente a la tumba de Lázaro. Una palabra poco común, embrimaomai, es utilizada para denotar que Jesús estaba «enojado» por lo que estaba teniendo lugar o bien estaba «profundamente conmovido». En el Nuevo Testamento aparece sólo en otros tres pasajes (Mt. 9:30; Mr. 1:43; 14:5); en dos de éstos se traduce como «encargar rigurosamente», y en el otro como «reprochar». Ninguno de estos significados, sin embargo, parece ajustarse al contexto que rodeó la respuesta de Cristo frente a la tumba de Lázaro. Sin embargo, William Barclay cree que cada una de estas instancias contiene «una cierta indignación, casi un enojo». Por este motivo es que algunos comentaristas han colocado la idea de indignación y hasta enojo en el pasaje de Juan. Traducirían el versículo del siguiente modo: «Jesús fue movido a indignación en su espíritu». Si preguntamos qué fue lo que hizo enojar a Jesús, la respuesta sería que estaba enojado por la supuesta incredulidad e hipocresía de los que estaban llorando la muerte de Lázaro, o porque estaba enojado con la muerte, que Él habría visto como una herramienta de Satanás y una gran enemiga. La falta de sinceridad no se menciona ni explícita ni implícitamente en este pasaje, sin embargo, y sin considerar cuál fuera el verdadero estado de ánimo de la multitud, no cabe duda de que María y Marta no estaban fingiendo su congoja. La otra posibilidad, que consiste en traducir la palabra para sugerir una profunda emoción, descansa sobre el hecho que en el idioma griego el otro uso conocido de la palabra embrimaomai es para describir el relincho de un caballo, en el fragor de una batalla o bajo una carga pesada. Podríamos interpretarlo entonces como significando que Jesús gimió con las hermanas por su profunda emoción, emoción que hizo surgir un grito involuntario de su corazón. Esta es la opinión de J. B. Phillips, quien tradujo este pasaje del siguiente modo: «Estaba profundamente conmovido y visiblemente angustiado», y de los traductores de la New International Versión (la Nueva Versión Internacional) que dicen: «Estaba profundamente conmovido y preocupado».

Algunos cristianos han encontrado esta interpretación inaceptable, ya que consideran que no es propia de Jesús, que Jesús no puede haber sido conmovido de tal manera, particularmente por la congoja de otros. Pero, ¿cómo es posible leer el pasaje sin ver que Jesús lloró conjuntamente con las hermanas? «La expresión utilizada… implica que Él, voluntaria y deliberadamente, acepta y hace suya la emoción y la experiencia de lo que es su propósito: librar a los hombres». «Él… recogió en su propia persona toda la miseria que resulta del pecado, representada en la muerte de un hombre y en los corazones rotos de las personas que lo rodean». En ocasiones, sin embargo, la aflicción que demostró se convirtió luego en enojo, como cuando denunció a los líderes religiosos de su día. Los llamó «hipócritas» (Mt. 15:7), «sepulcros blanqueados» (Mt. 23:27), «víboras» (Mt. 23:33), «guías ciegos» (Mt. 15:14), y «de [su] padre el diablo» (Jn. 8:44). En ocasiones, su enojo se encendió hasta contra sus propios discípulos. Cuando los discípulos creyéndose demasiado importantes trataron de evitar que los niños se acercaran a Jesús, leemos que «viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios» (Mn 10:14). El Nuevo Testamento no nos presenta un Cristo impasible, insensible e inconmovible. En su lugar tenemos alguien que ha compartido nuestras aflicciones y comprende nuestras tristezas, alguien que en ocasiones fue llevado a una justa indignación e irritado por el pecado.

Una tercera área en la vida emocional de Cristo es la del gozo o la felicidad. Warfield escribió a ese respecto: Llamamos a nuestro Señor «un Hombre de Tristezas», y esta designación es bien apropiada para uno que vino a este mundo para llevar los pecados de los hombres y dar su vida en rescate de muchos. Sin embargo, no es una designación que se le aplique en el Nuevo Testamento, y aun en los Profetas (Is. 53:3) bien puede referirse a las aflicciones objetivas del siervo justo y no a sus angustias subjetivas.

De cualquier modo no debemos olvidar que nuestro Señor no vino a este mundo para ser quebrantado por el poder del pecado y la muerte, sino para vencer a este poder. Vino como un conquistador con la alegría propia de una inminente victoria en su corazón; por el gozo puesto delante de Él pudo soportar la cruz, menospreciando el oprobio (He. 12:2). Y del mismo modo que no siguió con su obra dudando de la cuestión de fondo, tampoco se desenvolvió titubeando con respecto a los métodos. Más bien (así se nos dice, Lucas 10:21) «se regocijó en el Espíritu» mientras contemplaba las maneras en las que Dios traía muchos hijos a la gloria.

A veces Jesús habló de su propio gozo y su deseo de que también sus seguidores fuesen llenos del mismo gozo. «Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido» (Jn. 15:11). Y, nuevamente, en su oración sacerdotal en el capítulo 17 de Juan, dice: «Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos» (Jn. 17:13).

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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