Podemos colocar una serie doble de pasajes, seleccionada por Warfield, al lado del versículo de 2ª de Timoteo 3:16, que demuestran a las claras que los autores del Nuevo Testamento identificaban a la Biblia que poseían, el Antiguo Testamento, con la voz viviente de Dios. «En una de esta clase de pasajes», escribe Warfield «se habla de las Escrituras como si estas fueran Dios; en la otra clase, se habla de Dios como si Él fuera las Escrituras: en ambas oportunidades, Dios y las Escrituras están en tal conjunción que es evidente que no se distingue ninguna diferencia en cuanto a la autoridad». El lector sensible, al leer la Biblia, sólo puede concluir que el carácter exclusivo y divino de los libros sagrados no fue una afirmación abstracta o inventada por los autores bíblicos sino el supuesto básico sobre el que fundaban todo lo que enseñaban o escribían.
Como ejemplo de la primera clase de pasajes tenemos los siguientes: Gálatas 3:8, «Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones» (Gn. 12:1-3); Romanos 9:17, «Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado» (Ex. 9:16). No fue la Escritura, sin embargo (ya que ésta no existía en ese tiempo), previendo los propósitos divinos de gracia en el futuro, habló estas preciosas palabras a Abraham, sino Dios mismo en persona: no fue la Escritura todavía no existente la que hizo ese anuncio a Faraón, sino Dios mismo hablando por boca de Moisés su profeta. Estos hechos pueden ser atribuidos a la «Escritura» porque en la mente del escritor se identificaba de forma habitual el texto de la Escritura con Dios cuando hablaba, una identificación que hizo que el uso de la frase «La Escritura dice» se volviera natural, cuando lo que se quería decir era «Dios, como lo registra la Escritura, dijo».
Ejemplos de la otra clase de pasajes son los siguientes: Mateo 19:4-5, «Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne?» (Gn. 2:24); Hebreos 3:7, «Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz», etc. (Sal 95:7); Hechos 4:24, «tú eres el Dios… que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas?» (Sa. 2:1); Hechos 13:34-35, «Y en cuanto a que le levantó de los muertos para nunca más volver a corrupción, lo dijo así: Os daré las misericordias fieles de David» (Is. 55:3); «Por eso dice también en otro salmo: No permitirás que tu Santo vea corrupción» (Sal 16:10); Hebreos 1:6 «Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios» (Dt. 32:43); «Ciertamente de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles espíritus, y a sus ministros llama de fuego» (Sal 104:4); «Mas del Hijo él dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo», etc. (Sal 45:6) y «Tú, o Señor, en el principio», etc. (Sal 102:25). No es en boca de Dios, sin embargo, en que se ponen estos dichos en el texto del Antiguo Testamento: son las palabras de otros, registradas en el texto de la Escritura como habladas por o de parte de Dios. Pueden ser atribuidas a Dios porque en las mentes de los escritores, se identificaba habitualmente el texto de la Escritura con los dichos de Dios, de forma que les resultaba natural usar la frase «Dios dice» cuando lo que querían decir era «la Escritura, la Palabra de Dios, dice».
Estas dos series de pasajes, tomados conjuntamente, nos demuestran cómo en la mente de los escritores había una identificación absoluta de la «Escritura» con los dichos de Dios.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice