En BOLETÍN SEMANAL

Paso por alto a la gente ordinaria, que no tiene principios ni formación; pero ¡cuán grande  es la diversidad entre los mismos filósofos, que han querido, con su inteligencia y saber, penetrar en los cielos! A pesar de que fueron dotados de mayor juicio cada uno de ellos, a pesar de ser capacitados con mas  ciencia y sabiduría, tanto más procuraron maquillar lo que decían: pero si miramos de cerca sus colores, hallaremos que no eran otra cosa que vana apariencia.

Pensaron los estoicos que habían descubierto una gran cosa cuando dijeron que de todas las partes de la Naturaleza se podrían sacar diversos nombres de Dios, sin que con ello la esencia divina se desgarrara o sufriera menoscabo. ¡Como si no estuviéramos ya bastante inclinados a la vanidad, sin que nos pongan ante los ojos una infinidad de dioses, que nos aparten y lleven al error más lejos y con mayor impulso! La teología mística de los egipcios muestra también que todos ellos procuraron con diligencia que no pareciese que desatinaban sin razón. Y bien pudiera ser que en lo que ellos pretendían, la gente sencilla que no estaba al tanto de ello, fuera engañada a primera vista, porque nunca nadie ha inventado algo que no fuera para corromper la religión.

Esta misma diversidad tan confusa, aumentó el atrevimiento de los epicúreos y demás ateos y menospreciadores de la religión para arrojar de sí todo conocimiento de Dios. Porque viendo que los más sabios y prudentes tenían entre sí grandes diferencias, y había entre ellos opiniones contrarias, no dudaron en concluir, dando por pretexto la discordia de los otros o bien la vana y absurda opinión de cada uno de ellos, que los hombres buscaban vanamente con qué atormentarse y afligirse investigando si hay Dios, concluyendo que no hay ninguno. Pensaron que lícitamente podrían hacer esto, porque era mejor negar rotundamente y en pocas palabras que no hay Dios, que fingir dioses inciertos y desconocidos, y por ello suscitar contiendas sin fin. Es verdad que estos razonan sin razón ni juicio; o mejor dicho, abusan de la ignorancia de los hombres, usando una capa para cubrir su impiedad; porque de ninguna manera nos es lícito rebajar la gloria de Dios, por más neciamente que hablemos. Pero siendo así que todos confiesan que no hay cosa en que, tanto doctos como ignorantes, estén tan en desacuerdo, de aquí se deduce que el entendimiento humano respecto a los secretos de Dios es muy corto y ciego, porque cada uno yerra crasamente al buscar a Dios.

Suelen algunos alabar la respuesta de cierto poeta pagano llamado Simónides, el cual, preguntado por Hierón, tirano de Sicilia, qué era Dios, pidió un día de término para pensar la respuesta; al día siguiente, como le preguntasen de nuevo, pidió dos días más; y cada vez que se cumplía el tiempo señalado, volvía a pedir el doble de tiempo. Al fin respondió: «Cuanto más considero lo que es Dios, mayor profundidad y dificultad descubro». Supongamos que Simónides haya obrado muy prudentemente al suspender su parecer en una cuestión de la que no entendía; pero por aquí se ve que, si los hombres solamente fuesen enseñados por la Naturaleza, no sabrían ninguna cosa cierta, segura y clara, sino que únicamente estarían ligados a este confuso principio de adorar al Dios que no conocen.

Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

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