«Santifícalos en tu verdad». «Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación» (Juan 17:17; 1 Tesalonicenses 4:3)
¿Cuáles son las señales visibles de una obra de santificación? Esta parte del tema es amplia y a la vez difícil. Amplia, por cuanto exigiría que hiciéramos mención de toda una serie de detalles y consideraciones que me temo van más allá de los horizontes de este escrito; y es difícil, por cuanto no podemos desarrollarla sin herir la susceptibilidad y creencias de algunas personas. Pero sea cual sea el riesgo, la verdad ha de ser dicha; y especialmente en nuestro tiempo, la verdad sobre la doctrina de la santificación ha de hacerse sonar.
…En el artículo anterior vimos algunas evidencias de la santificación. Ahora continuamos…
[…]Una santificación genuina se evidenciará en un respeto habitual a la Ley de Dios y en un esfuerzo continuo para obedecerla como regla de vida. ¡Qué gran error el de aquellos que suponen que, puesto que los Diez Mandamientos y la Ley no pueden justificar al alma, no es importante observarlos! El mismo Espíritu Santo que ha dado al creyente convicción de pecado a través de la Ley, y lo ha llevado a Cristo para justificación, es quien le guiará en el uso espiritual de la ley como modelo de vida en sus deseos de santificación. El Señor Jesús nunca relegó los Diez Mandamientos a un plano de insignificancia, sino que, por el contrario, en su primera expsición pública -el Sermón del Monte- los desarrolló y puso de manifiesto el carácter revelador de sus requerimientos. San Pablo tampoco relegó la ley a la insignificancia: «La Ley es buena, si alguno usa de ella legítimamente.» «Porque según el hombre interior me deleito en la ley de Dios» (1 Timoteo 1 :8; Romanos 7 :22). Si alguien pretende ser un santo y mira con desprecio los Diez Mandamientos, y no le importa el mentir, el se hipócrita, el estafar, el insultar y el levantar falso testimonio, el emborracharse, el traspasar el séptimo mandamiento, etc., en realidad se engaña terriblemente; y en el día del juicio le será imposible probar que fue un «santo».
La verdadera santificación se mostrará en un esfuerzo continuo para hacer la voluntad de Cristo y vivir a la luz de sus preceptos prácticos. Estos preceptos los encontramos esparcidos en las páginas de los Evangelios, pero especialmente en el Sermón del Monte. Si alguien se imagina que Jesús los pronunció sin el propósito de promover la santidad del creyente se equivoca profundamente. Y cuán triste es oír a ciertas personas hablar del ministerio de Jesús sobre la tierra diciendo que lo único que el Maestro enseñó fue doctrina y que la enseñanza de las obligaciones prácticas la delegó a otros. Un conocimiento superficial de los Evangelios bastará para convencer a la gente de cuan errónea es esta noción. En las enseñanzas de nuestro Señor se destaca de una manera muy prominente lo que sus discípulos deben ser y lo que han de hacer; y una persona verdaderamente santificada nunca se olvidará de esto, pues sirve a un Señor que dijo: «Vosotros sois mis amigos, si hiciereis las cosas que yo os mando» (Juan 15:14).
La verdadera santificación se mostrará en un esfuerzo continuo para alcanzar el nivel espiritual que San Pablo establece para las iglesias. – Este nivel o norma espiritual, lo podemos encontrar en los últimos capítulos de casi todas sus epístolas. Es una idea muy generalizada la de que San Pablo sólo escribió sobre materia doctrinal y de controversia: la justificación, la elección, la predestinación, la profecía, etc. Tal idea es en extremo errónea, y es una evidencia más de la ignorancia que sobre la Biblia muestra la gente de nuestro tiempo. Los escritos del apóstol San Pablo están llenos de enseñanzas prácticas sobre las obligaciones cristianas de la vida diaria, y sobre nuestros hábitos cotidianos, temperamento y conducta entre los hermanos creyentes. Estas exhortaciones fueron escritas por inspiración de Dios para perpetua guía del creyente. Aquel que haga caso omiso de estas instrucciones, quizá pase como miembro de una iglesia o de una capilla, pero ciertamente no es lo que la Escritura llama una persona «santificada».
La verdadera santificación se evidenciará en una atención habitual a las gracias activas que el Señor Jesús de una manera tan hermosa ejemplarizó, particularmente la gracia de la caridad. «Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuvierais amor los unos con los otros» (Juan 13:34-35). El hombre santificado tratará de hacer bien en el mundo, y disminuir el dolor y aumentar la felicidad en su entorno. Su meta será la de ser como Cristo, lleno de mansedumbre y de amor para con todos; y esto no sólo de palabra sino de hechos, negándose a sí mismo. Aquel que profesa ser cristiano, pero que con egoísmo centra su vida en sí mismo asumiendo un aire de poseer grandes conocimientos, y sin preocuparle si su prójimo se hunde o sabe nadar, si va al cielo o al infierno, con tal de que él pueda ir a la iglesia con su mejor traje y ser considerado un «buen miembro», tal persona, digo, no sabe nada de lo que es la santificación: puede considerarse como un santo en la tierra, pero ciertamente no será un santo en el cielo. No se dará el caso de que Cristo sea el Salvador de aquellos que no imitan su ejemplo. Una gracia de conversión real y una fe salvadora ha de producir, por necesidad, cierta semejanza a la imagen de Jesús (Colosenses 3 :10).
La verdadera santificación se evidenciará también en una atención habitual a las gracias pasivas. – Al referirme a las gracias pasivas me refiero a aquellas gracias que se muestran muy especialmente en la sumisión a la voluntad de Dios y en la paciencia y condescendencia hacia los demás. Pocas personas pueden hacerse una idea de lo mucho que se nos dice sobre estas gracias en el Nuevo Testamento, y el importante papel que parecen desempeñar. Éste es especialmente el tema que Pedro nos desarrolla y presenta en sus epístolas. «Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que vosotros sigáis sus pisadas. El cual no hizo pecado, ni fue hallado engaño en su boca; quién cuando le maldecían, no retornaba maldición; cuando padecía no amenazaba, sino remitía la causa al que juzga justamente» (1 Pedro 2:21-23). Estas gracias pasivas se encuentran entre los frutos del Espíritu que San Pablo nos menciona en su Epístola a los Gálatas. Se nos mencionan nueve gracias y de ellas tres -tolerancia, benignidad, mansedumbre- son gracias pasivas (Gálatas 5:22-23). Las gracias pasivas son más difíciles de obtener que las activas, pero la influencia de las tales sobre el mundo es mayor. La Biblia nos habla mucho de estas gracias pasivas, y en vano hacemos alardes de satisfacción si en nosotros no hay este deseo de poseer tolerancia, benignidad y mansedumbre. Aquellos que continuamente se destapan con un temperamento agrio y atravesado, y que dan muestras de poseer una lengua muy incisiva, llevando siempre la contraria, siendo rencorosos, vengativos, maliciosos -y de los cuales el mundo está por desgracia demasiado lleno– los tales, digo, nada saben sobre la santificación.
Estas son las señales visibles de la persona santificada. No pretendo decir que se verán de una manera uniforme en todos los creyentes, ni que brillarán con todo su fulgor aún en los creyentes más avanzados. Pero sí que constituyen las señales bíblicas de la santificación, y que aquellos que no saben nada de las tales, bien pueden dudar de si tienen en realidad gracia alguna. La verdadera santificación es algo que se puede ver, y las notas que he procurado esbozar, son, más o menos, las notas de la persona santificada.
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Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle