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“El Espíritu de Dios me hizo…”. (Job 33:4)
Comprendiendo, en alguna medida, la nota característica de la obra del Espíritu Santo, veamos lo que este trabajo ha sido, es y será:

El Padre da efecto, el Hijo dispone y organiza, el Espíritu Santo perfecciona. Hay un solo Dios y Padre de quien son todas las cosas, y un solo Señor Jesucristo por medio de quien son todas las cosas; pero ¿qué dicen las Escrituras de la obra especial que el Espíritu Santo hizo y está aún haciendo en la Creación?

En aras del orden, en primer lugar se examinará la historia de la creación. Dios dice en Gen. 1:2: “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”. Véase también Job 26:13: “Su Espíritu adornó los cielos; Su mano creó la serpiente tortuosa [la constelación del Dragón, o, según otros, la Vía Láctea]”. Y también Job 33:4: “El Espíritu de Dios me hizo, Y el soplo del Omnipotente me dio vida”. Y luego en el Salmo 33:6: “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, Y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca”. Así también en el Salmo 96:30: “Envías tu Espíritu, son creados, Y renuevas la faz de la tierra”. Y con diferente significado, en Isa. 11:13: “¿Quién enseñó al Espíritu de Jehová [en la creación], o le aconsejó enseñándole?”.

Estas declaraciones ponen de manifiesto que el Espíritu Santo hizo Su propia obra en la Creación.  Así mismo, muestran que Sus actividades se encuentran estrechamente relacionadas con las del Padre y las del Hijo. El Salmo 33:6 las presenta como casi idénticas. La primera frase dice: “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos”; la segunda: “Y todo el ejército de ellos por el aliento [Espíritu] de su boca”. En la poesía hebrea, es conocido que las oraciones paralelas expresan el mismo pensamiento de formas diferentes; de modo que a partir de este pasaje se desprende que la obra de la Palabra y la del Espíritu son la misma, esta última añadiendo sólo la que es especialmente Suya.

Cabe señalar, que casi ninguno de estos pasajes menciona el Espíritu Santo por Su propio Nombre. No es el Espíritu Santo, sino el “Espíritu de Su boca”, “Su Espíritu”, “el Espíritu del Señor”. A causa de esto, muchos sostienen que estos pasajes no se refieren al Espíritu Santo como la Tercera Persona en la Santísima Trinidad, sino que hablan de Dios como Uno, sin distinción personal; y que la representación de Dios creando cualquier cosa por Su mano, Sus dedos, Su Palabra, Su aliento, o Su Espíritu; no es más que una manera humana de hablar, y que, por lo tanto, sólo significa que Dios estaba involucrado.

La Iglesia siempre se ha opuesto a esta interpretación, y con razón, sobre la base de que incluso el Antiguo Testamento, no sólo en unas pocas partes, sino en toda su economía, contiene indudables testimonios de las tres Personas divinas, mutuamente igual, mas con una única esencia. Es cierto que esto también ha sido negado, pero por causa de una interpretación errónea. Y frente a la respuesta: “Pero nuestra interpretación es tan buena como la suya”, respondemos que Jesús y los apóstoles son nuestras autoridades; la Iglesia recibió su confesión de labios de ellos.

En segundo lugar, negamos que la expresión “Su Espíritu” no se refiera al Espíritu Santo, por cuanto en el Nuevo Testamento se presentan expresiones similares que, sin duda, se refieren a Él; por ejemplo, “…Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de Su Hijo” (Gal. 4:6); “…a quien el Señor matará con el Espíritu de Su boca” (2 Tes. 2:8), etc.

En tercer lugar, a juzgar por los siguientes pasajes,- “Por la Palabra de Jehová fueron hechos los cielos” (Salmo 33:6); “Y dijo Dios: Sea la luz” (Gen. 1:3), y “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Jn. 1:3).- no cabe duda de que el Salmo 33:6 se refiere a la Segunda Persona de la Divinidad. Por lo tanto, también la segunda oración del mismo versículo: “Y todo el ejército de ellos por el aliento de Su boca” debe referirse a la Tercera Persona.

Por último, hablar de un Espíritu de Dios que no es el Espíritu Santo es transferir a la Sagrada Escritura una idea puramente occidental y humana. Nosotros, como hombres, a menudo hablamos de un espíritu malo que controla una nación, un ejército o una escuela, refiriéndonos a una cierta tendencia, inclinación o persuasión- un espíritu que procede de un hombre distinto de su persona y de su ser. Pero esto no puede y no debe aplicarse a Dios. Hablando de Cristo en Su humillación, se podría decir con razón “tener la mente de Cristo”, o “tener el espíritu de Jesús”, lo que indica Su carácter. Sin embargo, distinguir el Ser divino, de un espíritu de ese Ser, es concebir la Divinidad de una forma humana. La conciencia divina difiere totalmente de la humana. Mientras que en nosotros existe una diferencia entre nuestras personas y nuestra conciencia, con referencia a Dios, tales distinciones desaparecen, y la distinción de Padre, Hijo, y Espíritu Santo toma su lugar.

Incluso en aquellos pasajes donde “el aliento de Su boca” es añadido para explicar “Su Espíritu”, se debe mantener la misma interpretación. Todos los idiomas muestran que nuestra respiración, incluso como la “respiración de los elementos” en el viento que sopla ante la cara de Dios, corresponde al ser del espíritu. Casi todos ellos expresan las ideas de espíritu, aliento y viento, mediante términos afines. En toda las Escrituras, soplar o respirar es el símbolo de la comunicación del Espíritu. Jesús sopló sobre ellos y dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). Por lo tanto, el aliento de Su boca debe significar el Espíritu Santo. La antigua interpretación de las Escrituras no debería ser abandonada precipitadamente. Y aceptar el dictamen de la teología moderna, que dice que la distinción de las tres Personas divinas no se encuentra en el Antiguo Testamento, y que las alusiones a la obra del Espíritu Santo en Génesis, Job, Salmos o Isaías, están fuera de cuestión. Por consiguiente, nada es más natural para los partidarios de esta teología moderna, que negar por completo el Espíritu Santo en los pasajes mencionados.

Pero si desde una convicción íntima, aún confesamos que la distinción de Padre, Hijo y Espíritu Santo se ve claramente en el Antiguo Testamento; entonces, examinemos con discernimiento estos pasajes relacionados con el Espíritu del Señor; y mantengamos en gratitud la interpretación tradicional, que encuentra referencias a la obra del Espíritu Santo en muchas de estas declaraciones.

Estos pasajes demuestran que Su obra particular en la creación fue: 1º, organizar el caos; 2º, la creación de las huestes de los cielos y de la tierra; 3º, ordenar los cielos; 4º, animar la creación impetuosa, y llamar al hombre a existencia; y por último, la acción por la cual toda criatura es hecha para existir según el consejo de Dios que le ataña.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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