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Satanás nunca ha sido ni será un digno contrincante del Dios Omnipotente. Nuestro Señor es tan superior al diablo en sabiduría, que puede tomar las mismas tentaciones que este utiliza para abofetear a los cristianos y emplearlas para levantar un tabernáculo de gracia y consuelo para sus hijos. Esta es la conquista más noble: quitar las herramientas de la mano del diablo y utilizarlas para restaurar aquello que él ha querido derribar. Por así decirlo, Dios coloca sus planes bajo las alas de Satanás y hace que este los incube (recuerda cómo utilizó la intriga de los hermanos de José para lograr su gran propósito). Mientras Satanás planea el mal, puedes confiar en que Dios está preparando tu bien.  

  1. La intención de Satanás: enturbiar la conciencia del cristiano

Satanás idea toda tentación para incomodar al máximo al cristiano, esperando robarle la paz y crearle dudas sobre su sinceridad. Pero Dios no se queda pasivo. Tenemos la promesa segura de que “los ojos de Jehová están sobre los justos” (Sal 34:15).

Primero, Él utiliza las tentaciones del diablo a pecar, para evitar otro pecado. El Dios omnipotente está atento a las maniobras del diablo y veta los procedimientos en beneficio del cristiano. Permite que el diablo moleste al cristiano con ciertas tentaciones perturbadoras que Él sabe que harán más vigilante al alma. De esta forma, el aguijón de Pablo evitó que cayera en la soberbia. Dios envió a Satanás a asaltar el lado fuerte del apóstol para, mientras tanto, poder fortalecer su debilidad.

Segundo, Dios utiliza la tentación a pecar como purgante contra el futuro pecado. Pedro nunca tuvo tanta victoria sobre su confianza en sí mismo, ni tanta firmeza en su fe, como después de su negación en casa del sumo sacerdote. Este hombre que se desdijo ante las preguntas de una criada, se convirtió en un testigo valiente de Cristo ante consejos y reyes. Si tropiezas con una tentación y caes de cabeza, haz como Pedro: emplea esa experiencia para descubrir tu debilidad predominante y toma medidas a fin de superarla.

Tercero, Dios utiliza la tentación para fomentar toda la obra de la gracia en el corazón. Un buen marido que ve una gotera en un rincón llama al albañil para inspeccionar toda la casa. Una buena esposa que encuentra una mancha en la camisa de su marido, lava toda la prenda. Esta clase de cuidado por el propio estado espiritual distingue al corazón sincero del de un hipócrita, cuyo arrepentimiento es parcial. Judas confesó su traición, pero no su desfalco ni hipocresía. De haber estado realmente arrepentido, su pena a causa de un pecado le habría quebrantado el corazón por los demás pecados también. David, derrotado por un solo pecado, renovó su arrepentimiento por todos ellos (Sal. 51).

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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