​De gran importancia fue el interés misionero que apareció en el círculo del calvinismo del siglo XVII en los Países Bajos. Allí somos testigos de un notable estallido de celo por la causa de las misiones que conduce a resultados prácticos. Fue el teólogo Gisbertus Voetius quien en sus trabajos dio amplia cabida al tratamiento de la actividad misionera de la iglesia. Le concedemos especial atención, puesto que en él, por primera vez, la teología calvinista probó su valor para la causa de las misiones.

La historia del desarrollo del calvinismo ofrece amplia prueba para esta última proposición: el elemento misionero dentro del calvinismo se hizo visible tan pronto como se rompió el círculo mágico que confinaba a las iglesias reformadas dentro del limitado ámbito del Corpus christianum.  …  De gran importancia fue el interés misionero que apareció en el círculo del calvinismo del siglo XVII en los Países Bajos. Allí somos testigos de un notable estallido de celo por la causa de las misiones que conduce a resultados prácticos. Fue el teólogo Gisbertus Voetius quien en sus trabajos dio amplia cabida al tratamiento de la actividad misionera de la iglesia. Le concedemos especial atención, puesto que en él, por primera vez, la teología calvinista probó su valor para la causa de las misiones. Un autor católico romano afirmaba que en su misiología Voetius dependía completamente de la misiología católico-romana. Esta afirmación no carece de fundamento. Existía, efectivamente, cierta influencia formal de los autores católico-romanos en Voetius; pero no hay razón alguna para suponer que el interés misionero de Voetius era un síntoma de retorno a ideas más «católicas» que se afirmaba ser una de las marcas de la llamada «Segunda Reforma».

Por el contrario, la esencia de su misiología estaba en total armonía con los principios del reformador ginebrino. En algunos puntos especificó y clarificó la opinión de Calvino. Mientras que Calvino se mostraba más bien vago con respecto a la cuestión de si en el tiempo de los apóstoles el mensaje del evangelio había sido ya llevado hasta los confines de la tierra, Voetius reconoció, de acuerdo con él, que el período de los Apóstoles era por excelencia el de la vocación de los gentiles, pero que esto no significaba que todas las naciones de la tierra hubiesen sido ya visitadas. Hizo una distinción entre una primaria vocación en el período apostólico y una segunda vocación en tiempos posteriores. Lo más importante es que Voetius, a diferencia de Calvino, reconoció la validez del mandamiento misionero en Mateo 28:19 para las generaciones posteriores a los Apóstoles. Se podría decir que cuando los obstáculos habían sido quitados y la teología de Calvino aparecía dirigida a una total aquiescencia con la tarea misionera, el camino quedaba abierto para un libre crecimiento del trabajo misionero.

Tal vez resulte mejor formularlo de una forma diferente: se hizo patente que aquellos puntos que a veces eran considerados como serios obstáculos se desvanecieron totalmente tan pronto como la posibilidad real de una tarea misionera apareció en el horizonte. Sin embargo, sobre los puntos principales hay una relación de continuidad entre Calvino y Voetius: la misiología de este último puede ser vista como la aplicación y actualización de lo que estaba   presente en Calvino. Y en esto Voetius no estaba solo. Ya, antes de que apareciese su primer trabajo, el joven teólogo Justus Heurnius había hecho una cálida defensa argumental en pro de la tarea misionera en su De legatione ad Indos capessenda admonitio (1618), mereciendo también ser mencionados los nom-bres de otros teólogos holandeses de la «Segunda Reforma». Todos ellos mantuvieron la postura tradicional de Calvino, y aunque parece como si en algunos casos se acentuaran diferentes aspectos de esta tradición (podríamos pensar aquí en un énfasis soteriológico más fuerte y una acentuación más marcada del elemento ascético en los teólogos de la «Segunda Reforma»), esto no significa que existiera una real antítesis entre ellos y Calvino. El reformador ginebrino también tuvo una profunda preocupación por la salvación de las almas, y la tendencia más ascética que encontramos en algunos teólogos de la «Segunda Reforma» interesados en la causa de las misiones —recuerdo aquí especialmente a Heurnius— no fue debida ciertamente a influencias de la Iglesia Católica Romana, sino que tiene que ser principalmente atribuida al propio Calvino.

El carácter calvinista de las ideas misioneras de la «Segunda Reforma» también aparece como procedente de una típica mezcla de matices soteriológicos y teocráticos. Así, Voetius vio como propósitos más inmediatos de la tarea misionera la conversión de los pecadores y el «establecimiento» de la iglesia; pero estos propósitos fueron subordinados en última instancia al gran objetivo de toda la actividad misionera, la expansión de la gloria del Señor sobre toda la tierra. En todo esto los hombres de la «Segunda Reforma» aparecen como buenos seguidores de Calvino, aunque podemos poner a su crédito que ellos vieron más claramente que el propio Calvino la importancia de su teología para el acercamiento de la iglesia al mundo no cristiano; aunque, por otra parte, es preciso que recalquemos que especialmente en un posterior estadio de la «Segunda Reforma» los elementos soteriológicos y teocráticos tendieron a derivar aparte y a un más bien interés soteriológico trastocado que amenazaba con estrechar el horizonte de un movimiento que en su período inicial estaba marcado por tan amplia visión. Que en algunos aspectos los hombres de la «Segunda Reforma» se apoyaron demasiado sobre el brazo del gobierno civil, puede ser deplorado; pero no puede negarse que en esto fueron influenciados por el propio Calvino, en quien, aun cuando renunció al pensamiento de una total delegación de la tarea de la iglesia a los magistrados, con todo les asignó una cierta responsabilidad en la propagación del Evangelio, lo que en un último período causó muchas dificultades y malas interpretaciones, que en algunos casos incluso amenazó con poner en peligro el libre desarrollo de la tarea misionera.

Los calvinistas holandeses del siglo XVII intentaron poner sus ideales en práctica en diversos lugares del mundo. Mencionaremos aquí su labor en algunas partes del archipiélago indonesio, en Formosa y Ceilán; pero por desgracia, en un último período, su trabajo fue seriamente impedido por la actitud indiferente y tibia de la Compañía Oriental de las Indias; la síntesis entre los intereses comerciales, políticos y religiosos, que fue, en última instancia, un hito de tal período, hizo imposible construir un trabajo misionero firme. Tal vez el mejor experimento fue hecho en Formosa; pero la conquista de la isla por los chinos invasores puso fin a la labor floreciente de las misiones.

El mismo siglo fue testigo de un avivamiento del interés misionero en los círculos puritanos británicos. No es necesario en este contexto conceder atención especial al fondo teológico de esta renovación. En este aspecto hay también un sorprendente paralelismo entre la «Segunda Reforma» de los Países Bajos y el puritanismo de la Gran Bretaña. Nos agrada mencionar aquí solamente el nombre del misionero calvinista Juan Elliot, «El apóstol de las Indias», quien en sus actividades entre la población india de Norteamérica también mezcló lo soteriológico y lo teocrático. Guiado por «su compasión por la oscuridad de los nativos», no solamente predicó el Evangelio de la salvación entre ellos, sino que también intentó formar y regular su vida diaria basada en la pauta de vida puritana. Su labor tuvo una permanente influencia sobre la reavivación del ideal misionero. Fue Elliot quien inculcó la idea de las misiones en el mundo pagano en la conciencia de las gentes de Inglaterra, y, en esta línea de conducta, ayudó a preparar el camino para el gran avivamiento de la idea de las misiones, que tomó carta de naturaleza en Inglaterra, lo mismo que en América, más de un siglo después.

Cuando llegamos al siglo XVII, es imposible mencionar los nombres de todos los líderes misioneros cuya vida teológica y espiritual estaba firmemente enraizada en el suelo calvinista, pero de ningún modo podemos pasar por alto la figura de Jonathan Edwards, el gran teólogo calvinista del siglo xviii en América. Ejerciendo una gran influencia sobre Jorge Whitefield, se convirtió en el más importante líder del «Gran Avivamiento», un movimiento que cambió el corazón de las iglesias americanas y la faz de la vida de América. En cierto estadio de su vida, Edwards estuvo directamente comprometido en la labor misionera; pero de mucha más importancia que su trabajo entre los indios en Stockbridge fue su influencia indirecta sobre el resurgimiento del ideal misionero. En 1748 publicó su Un humilde intento de promover un acuerdo explícito y la visible unión del pueblo de Dios para oración extraordinaria, en el cual atrajo la atención hacia las oraciones de un grupo de ministros escoceses para un despertamiento general en las iglesias y la extensión del reino de Cristo entre todas las naciones. Esta labor de Edwards estimuló a mucha gente de todo el mundo a un nuevo interés en la causa de las misiones. Es incluso posible trazar una directa relación entre su trabajo y la resurrección del espíritu misionero entre el grupo de ministros bautistas de Northampton, al que pertenecía Guillermo Carey.

Otra cuestión importante es que publicó un Diario del fallecido misionero David Brainerd, un trabajo notable y profundamente religioso, a veces algo mórbido en el análisis de las experiencias espirituales del autor; pero al propio tiempo imbuido con un ferviente entusiasmo misionero, el cual hizo una profunda impresión sobre muchos lectores del siglo XVIII. El más importante servicio que Edwards rindió a la causa de las misiones es, no obstante, que en él una firme creencia en la gracia electiva de Dios estaba acompañada por un énfasis igualmente fuerte sobre la oferta general de la gracia, un énfasis que, como vimos anteriormente, estaba también presente en el propio Calvino; pero que en un período más tardío, al menos en algunos círculos «hipercalvinistas», fue oscurecido por una mala interpretación escolástica de la doctrina de Calvino de la predestinación. Esto hizo que un anciano pastor bautista dijese a Guillermo Carey: «Joven, siéntese, siéntese. Es usted un entusiasta. Cuando Dios quiera convertir a los infieles, lo hará sin consultarle a usted o a mí.» Pero es, en parte, un resultado de rectificar malas interpretaciones acerca de las intenciones de Calvino lo que hizo que en los círculos calvinistas ingleses el latente interés misionero de Calvino se convirtiese en un enorme entusiasmo por la labor de las misiones, cuya influencia ha llegado hasta nuestros días. Encontramos el eco de Calvino en el famoso trabajo de Carey Una investigación sobre las obligaciones de los cristianos de utilizar medios para la conversión de los paganos (1792), el cual tiene un carácter esencialmente teocéntrico. También lo encontramos en otros. Para dar unos pocos ejemplos, tenemos al bautista Andrés Fuller, al presbiteriano escocés Juan Erskine, al inglés independiente David Bogue, al anglicano Carlos Simeón; todos los cuales estuvieron, en más o en menos, en la misma línea de la tradición calvinista. Los fundadores de la Sociedad Misionera Bautista, la Sociedad Misionera de Londres, la Sociedad Misionera Anglicana y las Sociedades Misioneras Escocesas estuvieron influenciadas por una teología calvinista que poseía una verdadera cualidad misionera. Se podría especular sobre si este elemento misionero fue un resultado de factores intrínsecamente calvinistas o de nuevos elementos que habían entrado en el viejo mundo del pensamiento calvinista, pero resulta equivocado ver aquí una antítesis. Nuevos movimientos, tales como el pietismo y el metodismo, con sus fuertes acentos soteriológicos y en parte también escatológicos, ayudaron a redescubrir similares elementos en la tradición calvinista, que por estos caminos podían llevar el fruto del despertar de las misiones.

En el siglo xix, la «familia calvinista» tomó una gran parte en la sorprendente actividad misionera del protestantismo. La Escocia calvinista se convirtió en lo que ha sido llamado el «hogar del esfuerzo misionero». Es interesante notar que mientras por doquier el trabajo de las misiones era llevado a cabo por sociedades misioneras, en Escocia la labor misionera estaba orgánicamente integrada en la vida de las iglesias. El gran hombre de las misiones de Escocia fue Alejandro Duff, que al principio fue un misionero en la India y después se convirtió en el primer beneficiado de la primera cátedra de misiones en el mundo, la cátedra de Teología Evangelística del New College de Edimburgo. Duff fue un convencido calvinista, que intentó realizar su labor partiendo del fondo de sus más profundas convicciones. El profesor O. G. Myklebust escribe en su Estudio de las misiones en la educación teológica (Oslo, 1955, vol. I, p. 201): «Su insistencia de que la empresa misionera descansa sobre fundamentos teológicos debería ser prontamente comprendida y apreciada por las presentes generaciones de misioneros y misioneras a quienes la teología de la Sagrada Escritura ha llegado a ser considerada como la razón de ser de la tarea.» En los Estados Unidos de América el grupo calvinista no se quedó atrás en el cumplimiento de la tarea misionera. Sería equivocado asumir que especialmente esa rama del presbiterianismo, que lentamente fue apartándose a la deriva de la teología de Calvino a causa de su insistencia sobre el libre albedrío del hombre, fuera por ello más activa en el cumplimiento de la tarea misionera. El hecho de que una de las plazas fuertes del calvinismo ortodoxo —el Seminario de Princeton, bajo la inspirada guía del gran dogmático Carlos Hodge— se convirtiera en un centro de interés misionero, muestra que no existe de hecho ninguna base firme para suponer que hubo una relación entre el debilitamiento de la doctrina calvinista y el reforzamiento del ideal misionero. Podemos decir lo mismo con respecto a los Países Bajos. Más de una sociedad misionera se fundó con el resurgir de las tendencias calvinistas, y en la última parte del siglo fue el gran teólogo calvinista Abraham Kuyper quien trató de trazar las líneas fundamentales de una doctrina reformada para las misiones. Que alguna vez fuese demasiado lejos en su reacción contra lo que él consideró elementos metodistas en el movimiento misionero reformado no detracta el valor de su estimulante interés en la labor de las misiones.

Es un hecho valioso y digno de tener en cuenta que en la iglesia a la que pertenecía, el trabajo misionero se entendía como tarea directa de la iglesia en su forma institucional. No es posible dar aquí una amplia visión de perspectiva del movimiento misionero calvinista y de su pensamiento y actividad en nuestros días. Baste decir que las iglesias reformadas de todo el mundo están profundamente comprometidas en empresas misioneras y que existe en los círculos calvinistas, y especialmente en los Países Bajos, un interesante desarrollo del estudio misionero, del cual el Inleiding in de Zendingswetenschap (Introducción al estudio de las misiones), que el profesor holandés de misiones Dr. J. H. Bavinck publicó en 1954, es un fruto maduro. Quisiera solamente presentar dos citas. La primera es, de nuevo, del profesor Myklebust, quien en el segundo volumen de su trabajo que hemos mencionado anteriormente hace resaltar: «Tal vez no sea exagerado decir que ningún simple grupo dentro de la rama protestante de la iglesia universal ha dado tan grandes maestros y escritores en las misiones como lo ha hecho la tradición presbiteriana… La prominente parte jugada por el presbiterianismo en la promoción de la instrucción misional y su investigación no ha sido un accidente. Un cálido entusiasmo por la extensión del Reino de Dios en el país y en el extranjero ha sido siempre una de las auténticas características de esta denominación. Este hecho tiene lugar, al menos en parte, por el énfasis, tan característico de las iglesias reformadas, de la doctrina del Reinado de Cristo (Oslo, 1957, vol. II, pp. 320, 321-22). La segunda es una expresión de uno de los más grandes líderes de las misiones de nuestros tiempos, Juan A. Mackay, que escribió hace algunos años: «En esta misma hermandad (la de la Iglesia Libre Presbiteriana de Escocia) entró en mi alma la convicción férrea de lo que es el meollo auténtica-mente cristiano de la herencia presbiteriana» (Diario Escocés de Teología, IX, 1956, p. 235).

Al final de nuestra visión del progreso del ideal misionero en aquellos círculos que fueron más o menos fuertemente influenciados por Calvino, me gustaría hacer cuatro observaciones. La primera es que la historia muestra que en el mundo del pensamiento de Calvino no hubo una barrera contra la realización del ideal misionero. Varios de los dirigentes y pioneros del gran movimiento misionero estaban impregnados en la teología del reformador ginebrino. La segunda observación es que hubo, ciertamente, algunos elementos en la teología de Calvino que pudieron convertirse en un impedimento para el completo y Ubre desarrollo del ideal misionero cuando estuvieron aislados del amplio contexto teológico a que perteneció, especialmente una mala comprensión de la doctrina de la predestinación que pudiera menoscabar el interés activo de las misiones. La tercera es que, visto desde un punto de vista histórico, el calvinismo ha tenido que arrastrar el peso del hecho de haber nacido en un período en que la realización del ideal misionero quedaba casi por completo fuera de los límites de lo posible.

Los elementos misioneros latentes en el calvinismo necesitaban estímulos procedentes del exterior con objeto de volverse fructíferos para el despertar del ideal misionero. Finalmente, sin embargo, es preciso destacar que, una vez que el estímulo le fue dado (para dar algunos ejemplos, el ensanchamiento del horizonte de los poderes de colonización del protestantismo y el despertamiento espiritual de toda la vida protestante), el calvinismo demostró poseer un número de cualidades que hicieron de él un buen instrumento para el cumplimiento del mandato de las misiones.

Artículo de J. VANDEN BERG,  del libro “Calvino, profeta contemporáneo”.
 

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