En relación a las obras que moran al interior de Dios, las Escrituras dicen: “El consejo de Jehová permanecerá para siempre; Los pensamientos de su corazón por todas las generaciones”. (Salmo 33: 11). Dado que en Dios, el corazón y el pensamiento no tienen existencia por separado, sino que Su Esencia íntegra piensa, siente, y desea, de este importante pasaje se aprende que el Ser de Dios obra en Sí mismo desde toda la eternidad. Esto responde a la tan reiterada y necia pregunta, “¿Qué hizo Dios antes de que creara el universo?”, ¡la cual es tan irracional como preguntar qué hizo el pensador antes de que expresara sus pensamientos, o el arquitecto antes de que construyera la casa!
Las obras que moran en el interior de Dios, las cuales provienen de lo eterno y van hacia lo eterno, no son insignificantes, sino que superan Sus obras externas en profundidad y fuerza, así como el pensamiento del estudiante y la angustia del que sufre superan en intensidad sus expresiones más fuertes. “Si pudiera llorar”, dice el afligido, “¡cuánto más fácilmente podría soportar mi dolor!” ¿Y qué son las lágrimas, sino la expresión exterior del dolor, que alivia la pena y la tensión del corazón? O se podría pensar en la maternidad de una madre antes del parto. Se dice que el decreto ha “tenido efecto” (Sof.2:2); lo que significa que el fenómeno es sólo el resultado de una preparación que ha sido oculta a la vista, pero más real que la producción, y sin la cual no habría nada para dar a luz. Así pues, la expresión de nuestros primeros teólogos está justificada, y la diferencia entre las obras que moran al interior y las obras externas, es patente.
En consecuencia, las obras que moran en el interior de Dios, son las actividades de Su Ser sin distinción de las Personas, mientras que Sus obras externas, admiten, y en cierta medida exigen la distinción: por ejemplo, que la común y bien conocida distinción de la obra del Padre, como la de creación, la del Hijo, como la de redención, y la del Espíritu Santo, como la de santificación; se refiere únicamente a las obras externas de Dios. Aunque estas acciones- creación, redención y santificación- se ocultan en los pensamientos de Su corazón, Su consejo y Su Ser; es Padre, Hijo y Espíritu Santo quien crea Padre, Hijo y Espíritu Santo quien redime; Padre, Hijo y Espíritu Santo quien santifica; sin ningún tipo de división ni distinción de actividades.
Los rayos de luz que se encuentran ocultos en el sol, son indivisibles e indistinguibles hasta que irradian; asimismo, el obrar interno del Ser de Dios, es uno y un todo; Sus glorias personales permanecen invisibles hasta que son reveladas en Sus obras externas. Una corriente de agua es un todo, hasta que cae sobre el precipicio y se divide en múltiples gotas. Así es la vida de Dios, única e indivisible mientras se encuentra oculta dentro de Sí mismo; pero cuando se derrama en las cosas creadas, sus colores se muestran revelados.
Sin embargo, no se pretende enseñar que la distinción de los atributos personales de Padre, Hijo y Espíritu Santo, no existía en el Ser divino, sino que se originaba sólo en Sus actividades hacia el exterior.
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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper