En BOLETÍN SEMANAL

Al asignar, en la persona del patriarca Jacob, el principado a la tribu de Judá sobre todos los otros (Gn. 49:10) ¿quién negará que esto tuvo lugar a través del espíritu de la profecía, principalmente si consideramos bien cómo sucedieron los hechos después? Supongamos que Moisés fuese el primer autor de esta profecía; sin embargo, desde que escribió esto, pasaron cuatrocientos años sin que en todo este tiempo se haga mención alguna del cetro real en la tribu de Judá. Cuando Saúl (1 Sam. 11:15) fue coronado rey, parecía que la majestad real residía en la tribu de Benjamín; cuando Samuel (1 Sam. 16:13) ungió a David, ¿qué medio se veía para que la corona pasara de la tribu de Benjamín a la de Judá? ¿Quién podía pensar que había de salir un rey de la casa de un pastor? Y habiendo en aquella casa siete hermanos, ¿quién creería que el menor de todos ellos habría de ser rey, como de hecho lo fue? ¿Y por qué caminos llegó después a poseer el reino? ¿Quién osará decir que su unción fue dirigida por arte, industria o propósito humano y no más bien que fue el cumplimiento de lo que Dios había establecido desde el cielo?

Además de esto, lo que el mismo Moisés profetiza aunque oscuramente, sobre la conversión de los gentiles, y que sucedió dos mil años después, ¿no da testimonio de que habló siendo inspirado por Dios? Dejo aparte otras profecías, las cuales tan claramente muestran que han sido reveladas por Dios, que cualquier hombre con sentido común comprende que es Dios quién las ha pronunciado. Y para terminar, su solo cántico (Dt. 32) es un espejo clarísimo en el cual Dios claramente se deja ver.

Algunas profecías extraordinarias:

Todo esto se ve mucho más a las claras en los otros profetas. Escogeré unos cuantos ejemplos, pues costaría gran trabajo recogerlos todos. Cuando en tiempo del profeta Isaías, el reino de Judá estaba pacificado, y no solamente pacificado, sino también confederado con los caldeos, pensando que en ellos hallarían socorro, Isaías predicaba que la ciudad sería destruida y el pueblo sería llevado cautivo. Suponiendo que uno no se diera por satisfecho con tal advertencia, para juzgar que era impulsado por Dios a predecir las cosas que por entonces parecían increíbles, pero andando el tiempo se vio que eran verdad, sí que no se puede negar que lo que añade sobre la liberación, procede del Espíritu de Dios. Nombra a Ciro (ls.45:l), por quien los caldeos habían de ser sojuzgados y el pueblo recobraría su libertad. Pasaron más de cien años entre el tiempo en que Isaías profetizó esto y el nacimiento de Ciro, ya que éste nació cien años más o menos después de la muerte de Isaías. Nadie podía entonces adivinar que nacería un hombre que se llamaría Ciro, el cual haría la guerra a los babilonios y, después de deshacer un imperio tan poderoso, libertaría al pueblo de Israel y pondría fin al cautiverio. Esta manera de hablar tan clara y sin velos ni adorno de palabras, ¿no muestra evidentemente que estas profecías de Isaías son oráculos de Dios y no conjeturas humanas?

Además, cuando Jeremías (Jer. 25:11-12), poco antes de que el pueblo fuese llevado cautivo, señala el tiempo fijo de setenta años como término del cautiverio, ¿no fue menester que el mismo Espíritu Santo dirigiera su lengua para que dijese esto? ¿No sería gran desvergüenza negar que la autoridad de los profetas ha sido confirmada con tales testimonios, y que de hecho se cumplió lo que ellos afirmaron, para que se diese crédito a sus palabras?… a saber (Is 42:9): “He aquí se cumplieron las cosas primeras, y yo anuncio cosas nuevas; antes que salgan a luz, yo os las haré notorias. «.

Queda por decir que Jeremías y Ezequiel, aunque estaban muy lejos el uno del otro, sin embargo, profetizando a la vez, en todo lo que decían concordaban de tal manera, como si el uno dictara al otro lo que había de escribir y ambos se hubieran puesto de acuerdo. ¿Y qué diré de Daniel? ¿No trata de cosas que acontecieron seiscientos años después de su muerte, como si contara una historia de cosas pasadas y que todo el mundo supiera? Si los fieles pensaran bien en esto, estarían muy bien preparados para hacer callar a los impíos, que no hacen más que ladrar contra la verdad. Porque estas pruebas son tan evidentes que no hay nada que se pueda objetar contra ellas.


Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

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