En BOLETÍN SEMANAL

​La luz no sólo revela lo oculto de las tinieblas, sino que también explica la causa de las tinieblas.   Ya les he recordado que los mejores pensadores del mundo académico de hoy se hallan desorientados en cuanto a la raíz del mal en el mundo. Hace unos años fueron difundidas dos conferencias a cargo de dos llamados humanistas, el Dr. Julián Huxley y el Profesor Gilbert Murray. Ambos admitieron con toda franqueza que no podían explicar la vida como es. El Dr. Huxley dijo que no le podía encontrar fin ni significado a la vida. Para él todo era fortuito. El Profesor Gilbert Murray, tampoco sabía explicar la segunda guerra mundial y el fracaso de la Liga de Naciones. Como correctivo no tenía nada que ofrecer más que la ‘cultura’ que ha estado a nuestra disposición durante siglos, y que ha fracasado ya.

Ahí es donde los cristianos tenemos la luz que explica la situación. La única causa de los problemas del mundo actual, desde el nivel personal al internacional, no es nada más que la separación del hombre respecto a Dios. Esta es la luz que sólo los cristianos poseen, y que pueden dar al mundo. Dios ha hecho de tal modo al hombre que éste no puede vivir de verdad a no ser que tenga una relación adecuada con Dios.

Así fue hecho. Dios lo hizo, y lo hizo para sí. Y Dios ha establecido ciertas normas en su naturaleza y en su ser y existencia, y si el ser humano no se conforma a ellas, va a equivocarse.

Esta es la causa del problema. Todas las dificultades que el mundo de hoy experimenta se pueden atribuir, en último análisis, al pecado, egoísmo y búsqueda del provecho propio. Todas las disputas, conflictos y malos entendidos, todos los celos, envidias y malicia, todas estas cosas se deben a eso y a nada más. Así pues, somos ‘la luz del mundo’ en un sentido muy real en estos tiempos; sólo nosotros poseemos la explicación adecuada de la causa del estado del mundo. Todo se debe a la caída; todos los problemas empezaron ahí. Quiero volver a citar a Juan 3:19: ‘Esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.’ ‘Esta es la condenación’ y nada más. Esta es la causa del problema. ¿Qué ocurre? Si la luz ha venido a este mundo en la persona de Jesucristo, ¿qué anda mal en el mundo de mediados del siglo XX? El versículo que acabamos de citar da la respuesta. A pesar de todo el saber que se ha ido acumulando en los últimos doscientos años desde comienzos de la Ilustración a mediados del siglo dieciocho, el hombre caído por naturaleza todavía ama ‘más las tinieblas que la luz.’ La consecuencia es que, a pesar de que sabe qué es lo justo, prefiere el mal y lo hace.

Tiene una conciencia que le advierte antes de hacer nada malo. Sin embargo lo hace.  Quizá lo lamenta, pero lo hace. ¿Por qué? Porque le gusta. El problema del hombre no está en su intelecto, está en su naturaleza, las pasiones y los placeres. Este es el factor dominante. Y aunque se trate de educar y dirigir al hombre nada se conseguirá en tanto su naturaleza siga siendo pecadora y caída, en tanto que siga siendo criatura de pasiones y deshonestidad.

Esta, pues, es la condenación; y nadie puede advertírselo al mundo moderno excepto el cristiano. El filósofo no sólo no habla; no le gusta tal enseñanza. No le gusta que le digan que, a pesar de sus vastos conocimientos, no es más que un montón de arcilla humana ordinaria como cualquier otro, y que es criatura de pasiones, placeres y deseos. Pedro esta es la verdad. Como en el caso, en tiempos de nuestro Señor, de muchos de esos filósofos del mundo antiguo, que salieron de la vida por la puerta del suicidio, así sucede hoy día. Desconcertados, perplejos, sintiéndose frustrados, habiendo intentado todos los tratamientos sicológicos y de otras clases, y con todo yendo de mal en peor, los hombres se rinden desesperados. El evangelio los molesta en cuanto que hace que tengan que enfrentarse a sí mismos, y siempre les dice lo mismo, ‘Los hombres amaron más las tinieblas que la luz.’ Este es el problema, y el evangelio es el único que lo dice. Constituye una luz en el firmamento, y debería revelarse por medio nuestro en medio de los problemas de este mundo tenebroso, miserable e infeliz de los hombres.

Pero gracias a Dios que no nos detenemos ahí. La luz no sólo pone de manifiesto las tinieblas; presenta y ofrece la única salida de las tinieblas. Ahí es donde todo cristiano debería poner manos a la obra. El problema del hombre es el problema de la naturaleza caída, pecaminosa, contaminada. ¿No se puede hacer nada? Hemos probado el saber, la educación, los pactos políticos, las asambleas internacionales, lo hemos intentado todo para nada. ¿No queda esperanza? Sí, hay una esperanza abundante y perenne: ‘Hay que nacer de nuevo.’ Lo que el hombre necesita no es más luz; necesita una naturaleza que ame la luz y odie las tinieblas —lo opuesto del amor por las tinieblas y el odio a la luz. El hombre necesita volver a Dios. No basta decírselo, porque, si fuera así, lo dejaríamos en un estado de mayor desesperanza. Nunca encontrará el camino hasta Dios, por mucho que lo intente. Pero el cristiano está para decirle que hay un camino hasta Dios, un camino muy sencillo. Es conocer a Jesús de Nazaret. Él es el Hijo de Dios y vino del cielo a la tierra ‘a buscar y a salvar lo que se había perdido.’ Vino para traer luz a las tinieblas, para poner de manifiesto la causa de las tinieblas, para mostrar el camino nuevo para salir de ellas e ir a Dios y al cielo. No sólo ha cargado con la culpa de esta terrible condición de pecado que nos ha causado tantos problemas, sino que nos ofrece una vida y naturaleza nuevas. No sólo nos da una enseñanza nueva o una comprensión nueva del problema; no sólo nos procura perdón por los pecados pasados; nos hace hombres nuevos con deseos nuevos, aspiraciones nuevas, perspectiva nueva y orientación nueva. Pero sobre todo nos da esa vida nueva, la vida que ama la luz y odia las tinieblas, en lugar de amar las tinieblas y odiar la luz.

Los cristianos vivimos en medio de personas que envueltas en tinieblas. Nunca encontrarán luz ninguna en este mundo si no es en nosotros y en el evangelio que creemos y enseñamos. Nos observan. ¿Ven algo diferente en nosotros?

¿Son nuestras vidas un reproche silencioso de su vida? ¿Vivimos de tal modo que los induzcamos a venir a nosotros para preguntarnos? ‘¿Por qué parecen siempre tan gozosos? ¿Cómo se muestran siempre tan equilibrados? ¿Cómo pueden aceptar las cosas como lo hacen? ¿Por qué no dependen como nosotros de ayudas y placeres artificiales? ¿Qué tienen que nosotros no tenemos?’ Si lo hacen así entonces podemos comunicarles esas nuevas tan maravillosas, sorprendentes, aunque trágicamente omitidas, de que ‘Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores,’ y para dar a los hombres una naturaleza nueva y una vida nueva, y para hacerlos hijos de Dios. Sólo los cristianos son la luz del mundo de hoy. Vivamos y actuemos como hijos de la luz.


Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martin Lloyd-Jones

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