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  1. Como protección contra la dañina naturaleza de las doctrinas falsas

Un absceso en la cabeza puede ser tan mortal como en el estómago. Un juicio corrompido acerca de las verdades fundamentales mata tan ciertamente como un corazón podrido.

Muchos dicen que uno puede salvarse en cualquier religión si sigue la luz. No importa, según ellos, lo que creas con tal de que creas en algo. Pero su imaginación fabrica tantos caminos al Cielo como la Biblia dice que existen hacia el Infierno. Este razonamiento humanista puede parecer bueno, pero al final no lleva a Cristo, quien dice que no hay otro camino a la vida sino Él: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida (Jn. 14:6). Juan declara que aquel que no se aferra a la única y verdadera doctrina de Cristo está marcado eternamente como perdido. El que no acepta a Dios antes de morir, será llevado por el diablo en cuanto muera.

Por mucha bondad, lógica y religiosidad que se mezclen para corromper la verdadera doctrina, el que lo hace es un pecador obstinado ante Dios y recibirá la misma condenación a manos de Cristo que el borracho o el asesino impenitente. Ambos van camino al Infierno: “los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gál. 5:21).

Si la ignorancia de los fundamentos ya condena, el error es mucho más mortal. Si medio kilo de pecado basta para hundirte en el Infierno, no cabe duda que diez kilos lo harán más rápido. El error está más lejos de la verdad que la ignorancia y, además, se le opone con más vigor. El error es como la ignorancia con una guillotina invisible.

Uno que no come se morirá, pero el que traga veneno perderá la vida antes. El apóstol nos dice que las “herejías destructoras” y las “disoluciones” traerán una “destrucción repentina” (2 P. 2:1-2). Todos los ríos, tarde o temprano, desembocan en el mar, pero algunos corren más deprisa que otros y llegan antes. Si quieres un viaje más corto al Infierno que el que ofrece el pecado convencional, zambúllete en el río rápido de la doctrina corrompida y no tardarás en llegar.

2. Como protección contra la naturaleza sutil de los embaucadores

Los malvados embaucadores son bastante hábiles para destrozar la fe, de manera que hay que reforzar el juicio fundamentado en las verdades de Cristo. El apóstol describe a las víctimas de estos brujos como personas que “siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad” (2 Tim. 3:7).

Pero al fiel Timoteo le dice: “Pero tú has seguido mi doctrina” (v. 10). Es como si dijera: “No me preocupo por ti; estás demasiado persuadido para dejarte robar el evangelio ahora”.

Así, pues, los seductores acechan a los inestables que caen en la red del diablo por no estar firmes en la Palabra: “Porque en vano se tenderá la red ante los ojos de toda ave” (Pr. 1:17). El diablo decidió atacar a Eva en lugar de Adán porque era más fácil de engañar; y poco ha variado su estrategia desde entonces. Sigue entrando por donde más baja sea la valla y menor la resistencia.

Consideremos tres clases de personas que entran en esta categoría:

a. “Los ingenuos”

Los seductores emplean palabras suaves y convincentes para “engañar los corazones de los ingenuos” (Rom. 16:18). Estas personas son bienintencionadas, pero les falta discernimiento. Beben descuidadamente de cualquier copa sin sospechar que se les está envenenando lentamente.

b. “Los niños”

“Ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina” (Ef. 4:14). Los niños dan por sentado que cualquier cosa dulce es buena, de forma que no es difícil tentarlos a comer un veneno endulzado. Como el niño no tiene mucho conocimiento personal de la Palabra, le influye cualquier sugerencia, sea buena o mala. Como Isaac, los niños bendicen sus opiniones por la emoción y no por la vista, cayendo en la fosa del engaño por no cotejar sus sentimientos con la verdad de la Palabra de Dios.

c. “Los inconstantes”

Los falsos maestros “seducen [con éxito] a las almas inconstantes” (2 P. 2:14), cuyo entendimiento no está anclado en la Palabra. Estos inestables están a merced del viento y se alejan cada vez más, por las corrientes de los fenómenos religiosos de moda y otras tendencias actuales, como peces muertos en la marea.

2. El juicio fundamentado en la verdad influye de modo general en todo el hombre

Examinemos tres áreas:

  1. La memoria

La memoria es la tesorería donde se almacenan las imágenes recibidas. Mientras más presión se aplica al sello, más profundamente se marca la cera. Mientras más claro y seguro sea nuestro conocimiento de algo, más profunda será su huella la memoria.

b. Los sentimientos

Cuanto más firme esté la lente del entendimiento, desde donde la luz de la verdad brilla sobre nuestros sentimientos, antes se encenderán estos: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?”, decían los discípulos en el camino de Emaús (Lc. 24:32). Sin duda ya habían oído a Cristo predicar lo mismo antes, pero nunca quedaron tan satisfechos como cuando les abrió el entendimiento junto con la Palabra.

El sol envía su calor e influencia sobre la tierra aun cuando la luz no llega visiblemente. Pero el “sol de justicia” solo da su influencia cuando su luz llega a extender la verdad a nuestro entendimiento. Mientras el creyente permanece bajo estas alas, se enciende en su corazón un calor que lo aviva. El Espíritu Santo es el Consolador, pero también el que redarguye: Él nos consuela por medio de la enseñanza.

c. La vida y la conducta

El ojo dirige el pie: no se puede pisar sobre seguro si no se ve el camino. Tampoco podemos andar si la tierra tiembla bajo nuestros pies. Los principios de nuestro entendimiento son el terreno que pisa nuestro comportamiento; si estos se tambalean, nuestras acciones también lo harán. Es tan imposible trazar una línea recta con el pulso tembloroso como que un juicio enclenque se comporte debidamente. El apóstol vincula la firmeza y la estabilidad con que estemos “creciendo en la obra del Señor siempre” (1 Cor. 15:58).

El evangelio llegó a los tesalonicenses con “plena certidumbre” (1 Ts. 1:5), esto es, con pruebas de su veracidad. Y observemos como prevaleció en su vida diaria: “Vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo” (v. 6). Estaban seguros de que la doctrina era de Dios, y esta confianza los ayudó en la aflicción tanto como en el gozo.

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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