Recuerdan lo que se nos cuenta acerca de Moisés en ese gran capítulo once de la Carta a los Hebreos. Moisés ‘se sostuvo como viendo al Invisible.’ Esto es parte de la visión total, y nos es posible en esta vida. ‘Bienaventurados los de limpio corazón.’ Aunque imperfectos, podemos decir que incluso ahora vemos a Dios en un sentido; vemos al ‘Invisible.’ Otra forma de verlo es en nuestra propia experiencia, en su trato benigno con nosotros. ¿No decimos que vemos la mano de nuestro Señor en nosotros en esto o aquello? Esto es parte del ver a Dios.
Pero, claro que esto no es nada en comparación con lo que será. ‘Ahora vemos por espejo, oscuramente.’ Vemos como no veíamos antes, pero sigue siendo en gran parte oscuro. Pero entonces ‘veremos cara a cara.’ ‘Amados, ahora somos hijos de Dios,’ dice Juan, ‘y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.’ No cabe duda de que esto es lo más sorprendente que se ha dicho jamás al hombre, que ustedes y yo, tal como somos, con todos los problemas y dificultades de este mundo, vamos a verlo cara a cara. Si comprendiéramos esto, revolucionaría nuestras vidas.
Ustedes y yo estamos destinados a estar en la presencia de Dios; ustedes y yo nos estamos preparando para ir a la presencia del Rey de reyes. ¿Creen esto, están seguros de que así es? ¿Se dan cuenta de que llegará el día en que verán a Dios cara a cara? En cuanto comprendemos esto, claro está, todo lo demás palidece. Ustedes y yo vamos a disfrutar de la presencia de Dios y a pasar la eternidad en ella. Lean el libro de Apocalipsis y escuchen a los redimidos del Señor que lo alaban y le dan gloria. La felicidad es inconcebible, inimaginable. Y para esto estamos destinados. ‘Los de limpio corazón verán a Dios,’ nada menos que esto. Qué necio es privarnos de esta gloria que se exhibe ante nuestros ojos sorprendidos. ¿Han visto ustedes ya en forma parcial a Dios? ¿Se dan cuenta de que se preparan para ello, y ponen la mira en ello? ‘Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.’ ¿Contemplan estas cosas invisibles y eternas? ¿Dedican tiempo a meditar en la gloria que les espera? Si así lo hacen, la preocupación mayor de la vida será tener el corazón limpio.
Pero ¿cómo podemos tener el corazón limpio? Este tema ha atraído la atención a lo largo de los siglos. Contiene dos grandes ideas. Primera, hay quienes dicen que sólo hay que hacer una cosa, que debemos hacernos monjes y aislarnos del mundo. ‘Sólo esto es necesario,’ dicen. ‘Si quiero tener el corazón limpio, no me queda tiempo para nada más.’ Esta es la idea básica del monasticismo. No vamos a detenernos en esto; sólo lo menciono de paso por qué es completamente antibíblico. No se encuentra en el Nuevo Testamento, y es algo que ni ustedes ni yo hacemos. Esos esfuerzos de auto purificación están condenados al fracaso. El camino que indica la Biblia es más bien este. Lo que podemos hacer es caer en la cuenta de la negrura del corazón por naturaleza, y al hacerlo unirse a la oración de David, ‘Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.’ Uno puede comenzar a tratar de purificarse el corazón, pero al final de la vida seguirá estando tan tenebroso como al comienzo, o quizá más. ¡No! sólo Dios puede hacerlo, y, gracias a Dios, ha prometido hacerlo. La única forma en que podemos tener el corazón limpio es que el Espíritu Santo entre en nosotros y nos purifique. Sólo cuando El mora en el corazón y actúa en él se purifica, y así lo hace produciendo ‘así el querer como el hacer, por su buena voluntad.’ Esta era la confianza de Pablo, que ‘el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.’ Esta es mi sola esperanza. Estoy en sus manos, y el proceso está en marcha. Dios actúa en mí y me purifica el corazón.
Dios ha puesto manos a la obra, y sé, gracias a ello, que llegará el día en que seré irreprensible, sin mancha ni arruga. Podré entrar por la puerta de la ciudad santa, dejando todo lo impuro afuera, solamente porque El lo hace.
Esto no quiere decir que tenga que permanecer pasivo en todo este proceso. Creo que la obra es de Dios; pero también creo lo que dice Santiago, ‘Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros.’ Quiero que Dios me acerque a sí, porque, si no, mi corazón seguirá ennegrecido. ¿Cómo me acercará Dios a sí? ‘Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros,’ dice Santiago. ‘Limpiad las manos, y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.’ El hecho de que sepa que en última instancia no puedo purificar y limpiar mi corazón en un sentido absoluto no quiere decir que deba seguir viviendo como un desecho a la espera de que Dios me purifique. Debo hacer todo lo que pueda, consciente, sin embargo, de que no basta, y de que El es quien debe hacerlo.
Escuchemos lo que dice Pablo: ‘Dios es el que produce en vosotros así el querer como el hacer, por su buena voluntad.’ Sí, pero, hay que mortificar los miembros, desprenderse de todo lo que se interpone entre uno y la meta a la que se aspira. Hay que mortificar, dar muerte. Dice Pablo en Romanos, ‘Si el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.’
Todo lo que he tratado de decir se puede resumir así. ¡Van a ver a Dios! ¿No están de acuerdo en que esto es lo más importante y mayor que se nos puede jamás decir? ¿Es su meta, deseo y ambición supremos ver a Dios? Si así es, si creen este evangelio, deben estar de acuerdo con Juan en que, ‘todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.’ El tiempo es corto, no nos queda mucho tiempo para prepararnos. Está cerca el gran día; en un sentido la ceremonia ya está preparada; ustedes y yo estamos esperando ser recibidos en audiencia por el Rey. ¿Lo esperan? ¿Se preparan para ello? Ahora no se avergüenzan de perder el tiempo en cosas que de nada valdrán llegado ese momento, pero entonces sí se avergonzarán.
Ustedes y yo, criaturas temporales como somos, vamos a ver a Dios y a bañarnos en su gloria eterna para siempre. Nuestra única confianza es que El está actuando en nosotros y preparándonos para ello. Pero seamos activos también, purificándonos ‘así como él es puro.’
Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones