Todo cuanto la Escritura nos enseña de los diablos se resume en que tengamos cuidado para guardarnos de sus astucias y maquinaciones, y para que nos armemos con armas tales que basten para hacer huir a enemigos tan poderosísimos. Porque cuando Satanás es llamado dios y príncipe de este siglo y fuerte armado, espíritu que tiene poder en el aire y león que ruge, todas estas descripciones no nos quieren dar a entender sino que seamos cautos y diligentes en velar, y nos dispongamos a combatir; lo cual a veces se dice con palabras bien claras. Porque san Pedro, después de afirmar que el Diablo anda dando vueltas como un león que ruge, buscando a quien devorar, luego añade esta exhortación: que le resistamos fuertemente con la fe (I Pe. 5,9). Y san Pablo, después de advertirnos de que «no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad» (Ef. 6,12), manda que nos armemos de tal manera que podamos defendernos en una batalla tan grande y peligrosa.
Así pues, hemos de concluir de todo esto que debemos estar sobre aviso, ya que continuamente tenemos al enemigo encima de nosotros, y que es un enemigo muy atrevido, robusto en fuerzas, astuto en engaños, que nunca se cansa de perseguir sus propósitos, muy pertrechado de cuantas cosas son necesarias para la guerra, muy experimentado en el arte militar; y no consintamos que la pereza y el descuido se enseñoreen de nosotros, sino, por el contrario, con buen ánimo estemos prestos para resistirle.
Número de los diablos:
Y para animarnos más a hacerlo así, la Escritura nos dice que no es uno o dos o unos. pocos los diablos que nos hacen la guerra, sino una infinidad de ellos. De María Magdalena se refiere que fue librada de siete demonios que la poseían (Mc. 16:9); y Cristo afirma que ocurre con frecuencia que después de haber echado una vez fuera al demonio, si le abrimos otra vez la puerta, toma consigo siete espíritus peores que él, y vuelve a la casa que estaba vacía (Mt. 12:45). Y también leemos que toda una legión poseyó a un hombre (Lc.8:30). Por esto se nos enseña que hemos de luchar contra una multitud innumerable de enemigos; para que no nos hagamos negligentes creyendo que son pocos, y que tampoco nos descuidemos, creyendo que alguna vez se nos concede tiempo para descansar.
En cuanto a que alguna vez se habla de Satanás o del Diablo en singular, con esto se nos da a entender el señorío de la iniquidad, contrario al Reino de la justicia. Porque, así como la Iglesia y la compañía de los santos tiene a Jesucristo por cabeza, del mismo modo el bando de los malvados y la misma impiedad nos son pintados con su príncipe, que ejerce allí el sumo imperio y poderío. A lo cual se refiere aquella sentencia: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles» (Mt. 25,41).
El adversario:
También esto debe incitarnos a combatir perpetuamente contra el Diablo, que siempre es llamado «adversario» de Dios y nuestro. Porque si nos preocupamos de la gloria de Dios, como es justo que hagamos, debemos emplear todas nuestras fuerzas en resistir a aquel que procura extinguirla. Si tenemos interés, como debemos, en mantener el Reino de Cristo, es necesario que mantengamos una guerra continua contra quien lo pretende arruinar. Asimismo, si nos preocupamos de nuestra salvación, no debemos tener paz ni hacer treguas con aquel que de continuo está acechando para destruirla. Tal es el Diablo de que se habla en el capítulo tercero del Génesis, cuando hace que el hombre se rebele contra la obediencia a Dios, para despojar a Dios de la gloria que se le debe y precipitar al hombre a la ruina. Así también es descrito por los evangelistas, cuando es llamado «enemigo», y el que siembra cizaña para echar a perder la semilla de la vida eterna (Mt. 13,28).
En conclusión, experimentamos en todo cuanto hace, lo que dice de él Cristo: que desde el principio es homicida y mentiroso (Jn.8,44). Porque él con sus mentiras hace la guerra a Dios; con sus tinieblas oscurece la luz; con sus errores enreda el entendimiento de los hombres; levanta odios; aviva luchas y revueltas; y todo esto, a fin de destruir el Reino de Dios y de sepultar consigo a los hombres en condenación perpetua. Por donde se ve claramente que es por su naturaleza perverso, maligno y vicioso. Pues es preciso que se encierre una perversidad extrema en una naturaleza que se consagra por completo a destruir la gloria de Dios y la salvación de los hombres. Es lo que dice también san Juan en su epístola: que desde el principio peca (1 Jn. 3:8). Pues por estas palabras entiende que el Diablo es autor, jefe e inventor de toda malicia e iniquidad.
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Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino