“No son los hijos de la carne los que son hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son considerados como descendientes” (Rom 9:8).
En el contexto, el apóstol habla sobre el rechazo de Dios por parte de los judíos y el llamado a los gentiles, lo cual era un punto peculiarmente doloroso para los primeros. Después de describir los singulares privilegios disfrutados por Israel como nación (9:4-5), señala la diferencia que existe entre ellos y “el Israel de Dios” antitipo (9:6-9), el cual es ilustrado mediante los casos de Isaac y Jacob. Aunque los judíos hayan rehusado (rechazado) al evangelio y asimismo fueron rechazados por Dios, no debe suponerse que Su palabra falló en su cumplimiento (v.6), porque no solo se cumplieron las profecías respecto del Mesías, sino que también la promesa de la simiente de Abraham estaba cumpliéndose con éxito. Pero era más importante aprehender correctamente, que, o quienes componían dicha “simiente.” “… porque no todos los que descienden de Israel [natural/carnalmente hablando] son israelitas [espiritualmente hablando], ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia” (9:6-7).
Los judíos erróneamente imaginaron (como hacen los modernos dispensacionalistas) que las promesas hechas a Abraham concernientes a su simiente involucraban a todos sus descendientes. Su jactancia era “linaje de Abraham somos” (Juan 8:33), a lo cual Cristo replicó, “Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais” (8:39; ver Rom 4:12). El rechazo de Dios de Ismael y Esaú fue una muestra decisiva de que la promesa no fue hecha a los descendientes naturales como tales. La elección de Isaac y Jacob enseña que la promesa estaba restringida a un linaje escogido.
“Esto es, no son los hijos de la carne los que son hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son considerados [contados] como descendientes. Porque esta es una palabra de promesa: Por este tiempo volveré, y Sara tendrá un hijo” (Rom 9:8-9).
Los “hijos de Dios” y “los hijos de la promesa” son uno y lo mismo, ya sea que fueren judíos o gentiles. Así como Isaac fue concebido de forma sobrenatural, también lo son todos los elegidos de Dios (Juan 1:13). Así como Isaac, por causa de eso, fue el heredero de la bendición prometida, así también lo son los cristianos (Gál 4:29; 3:29). “Hijos de la promesa” es idéntico a “herederos de la promesa” (Heb 6:17; cf. Rom 8:17).
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Extracto del libro: “La aplicación de las Escrituras”, de A.W. Pink