Esto me lleva naturalmente a la tercera pregunta religiosa: ¿Es la religión parcial, o se sujeta todo y abarca todo, es universal en el sentido estricto de la palabra? Ahora, si la meta de la religión se encuentra en el hombre mismo y si su realización depende de mediadores clericales, entonces la religión puede ser solamente parcial. En este caso, sigue lógicamente que todo hombre limita su religión a aquellas ocurrencias de su vida que despiertan sus necesidades religiosas, y a aquellos casos donde encuentra la intervención humana a su disposición. El carácter parcial de esta clase de religión se demuestra en tres aspectos: en el órgano religioso por el cual, en la esfera en la cual, y en el grupo de personas entre las cuales, la religión tiene que prosperar y florecer.
La controversia reciente provee una ilustración pertinente de la primera limitación. Los hombres sabios de nuestra generación mantienen que la religión tiene que retirarse del recinto del intelecto humano. Tiene que expresarse o por medio de sentimiento místicos, o por medio de la voluntad práctica. Se exaltan las inclinaciones místicas y éticas con entusiasmo, en la esfera de la religión; pero en esta misma esfera, al intelecto hay que ponerle una mordaza porque supuestamente lleva a alucinaciones metafísicas. La metafísica y la dogmática son más y más tabú, y el agnosticismo es aclamado como la solución del gran enigma. Sobre los ríos del sentimiento y de la emoción, la navegación es libre, y la actividad ética se considera el único criterio para probar la religiosidad de alguien, pero la metafísica se evade como un pantano. Todo lo que se anuncia como un dogma axiomático, es rechazado como contrabando religioso. Y aunque el mismo Cristo al cual estos eruditos honran como un genio religioso nos enseñó enfáticamente: «Amarás a Dios, no solamente con todo tu corazón y con todas tus fuerzas, sino también con toda tu mente», sin embargo ellos, al contrario, se lanzan a despedir nuestra mente, nuestro intelecto, como inapropiado para ser usado en esta esfera sagrada, y como si no cumpliese los requisitos para ser un órgano religioso.
Entonces, (según ellos) el órgano religioso no se encuentra en nuestro ser entero, sino solamente en una parte, restringido a nuestros sentimientos y nuestra voluntad. En consecuencia, también la esfera de la vida religiosa adquiere este mismo carácter parcial. La religión se excluye de las ciencias, y su autoridad se excluye de la vida pública; desde ahora, la cámara secreta, la célula de oración, y la intimidad del corazón debe ser su morada exclusiva. Por medio de su «Du sollst» («Tú debes»), Kant limitó la esfera de la religión a la vida ética. Los místicos de nuestros tiempos restringen la religión a los sentimientos. Y el resultado es que, de muchas diferentes maneras, la religión que una vez era la fuerza central de la vida humana, está ahora marginada de ella; y lejos de la bulla del mundo, tiene que esconderse en un retiro distante y casi privado.
Esto nos lleva naturalmente a la tercera característica de este punto de vista parcial de la religión: la religión como algo que no pertenece a todos, sino solamente al grupo de gente piadosa entre nuestra generación. Así la limitación del órgano de la religión trae la limitación de su esfera, y la limitación de su esfera trae en consecuencia la limitación de su grupo o círculo entre los hombres. Igual como se cree que las artes tienen un órgano propio, una esfera propia, y por tanto también su propio círculo de devotos, así también, de acuerdo con este punto de vista, tiene que ser también con la religión. Así sucede que la gran mayoría de las personas son casi desposeídas de sentimientos místicos y de una fuerza enérgica de la voluntad. Por eso no tienen la percepción de la chispa del misticismo, o no son capaces de actos realmente piadosos. Pero hay también aquellos cuya vida interior rebosa con un sentido de lo infinito, o que están llenos de energía santa, y entre ellos florece la religión en su poder imaginativo y en su capacidad de realizar cosas.
Desde un punto de vista muy diferente, Roma llegó gradualmente a favorecer el mismo punto de vista parcial. Roma conoció la religión solamente en la forma como existía en su propia iglesia, y consideró que la influencia de la religión tenía que restringirse a aquella porción de la vida que fue consagrada a la iglesia. Reconozco plenamente que la iglesia romana intentó atraer toda la vida humana, hasta donde fuera posible, a esta esfera sagrada; pero todo lo que estaba afuera de esta esfera, todo lo que no fue tocado por el bautismo ni asperjado con su agua bendita, no tenía ninguna eficacia religiosa. Y como Roma trazó una línea entre el lado consagrado y el lado profano de la vida, también dividió su propio recinto sagrado según diferentes grados de intensidad religiosa – el clero y el monasterio constituyeron el lugar santísimo, los laicos piadosos formaron el lugar santo, y el atrio lo dejaron a aquellos que, aunque bautizados, seguían prefiriendo los placeres del mundo a la devoción eclesial. Este sistema de limitación y división terminó con poner nueve décimos de la vida práctica afuera de toda religión. Así la religión se hizo parcial, se trasladó de los días ordinarios a los días festivos, de los días de prosperidad a los días de peligro y enfermedad, y de la plenitud de la vida al tiempo cercano a la muerte. Un sistema dualista que se expresa más enfáticamente en la práctica del carnaval, dando a la religión un dominio pleno sobre el alma durante las semanas de la cuaresma, pero dejando a la carne una oportunidad para que antes de descender a este valle de tristeza, vacíe completamente la copa del placer, para no decir del gozo y de la locura.
A todo este punto de vista le contradice completamente el calvinismo, que reivindica el carácter universal de la religión, y su aplicación completa universal. Si todo lo que es existe por Dios y para Dios, entonces sigue que la creación entera tiene que dar la gloria a Dios. El sol, la luna, y las estrellas en el firmamento, las aves del cielo, la naturaleza entera alrededor de nosotros, pero sobre todo el hombre mismo, que como un sacerdote tiene que concentrar hacia Dios la creación entera, y toda la vida que se mueve en ella. Y aunque el pecado ha opacado una gran parte de la creación en cuanto a la gloria de Dios: la demanda – el ideal – permanece inalterable, que toda la creación tiene que ser sumergida en el río de la religión, y terminar como un sacrificio religioso sobre el altar del Todopoderoso. Por tanto, una religión limitada al sentimiento o a la voluntad, es impensable para el calvinista. La unción sagrada del sacerdote de la creación tiene que alcanzar su barba, y hasta el borde de sus vestiduras. Su entero ser, con todas sus capacidades y poderes, tiene que ser invadido por el sentido de lo divino, ¿y cómo entonces podría excluir su consciencia racional – el logos que está en él -, la luz del pensamiento que viene de Dios mismo para iluminarlo? Poseer a Dios para el mundo subterráneo de sus emociones, y en los actos exteriores de su voluntad, pero no en su ser interior, en el mismo centro de su conciencia, y en su pensamiento; tener puntos de partida establecidos para el estudio de la naturaleza y fortalezas axiomáticas para la vida práctica, pero no tener ningún soporte fijo en sus pensamientos acerca del Creador mismo – todo esto sería, para el calvinista, la misma negación del Logos Eterno.
La misma universalidad la ha reclamado el calvinista para la esfera de la religión y su círculo de influencia entre los hombres. Todo lo creado fue provisto por Dios, en el momento de su creación, con una ley inalterable de existencia. Y puesto que Dios ordenó plenamente estas leyes y ordenanzas para el todo de la vida, por tanto, el calvinista demanda que el todo de la vida sea consagrado a Su servicio, en obediencia estricta. El calvinista aborrece, por tanto, una religión restringida a la cámara, la celda, o la iglesia. Con el salmista, invoca a cielos y tierra, invoca a todos los pueblos y todas las naciones, a dar la gloria a Dios. Dios está presente en el todo de la vida, con la influencia de Su poder omnipresente y todopoderoso, y no se puede imaginar ninguna esfera de la vida humana donde la religión no demande que Dios sea alabado, que las ordenanzas de Dios sean observadas, y que toda labora (trabajo) sea penetrada con su ora (oración) ferviente e incesante.
Dondequiera que el hombre esté, cualquier cosa que haga, en la agricultura, en el comercio, y en la industria, o en la mente, en el mundo de las artes, en la ciencia, en cualquier cosa que sea – el hombre está constantemente parado ante el rostro de Dios, es empleado en el servicio de su Dios, tiene que obedecer estrictamente a su Dios, y sobre todo, tiene que apuntar hacia la gloria de Dios. En consecuencia, es imposible para un calvinista restringir la religión a un solo grupo, o a ciertos círculos entre los hombres. La religión concierne lo entero de nuestra raza humana. Esta raza es el producto de la creación de Dios. Es Su obra maravillosa, Su posesión absoluta. Por tanto, la humanidad entera tiene que ser impregnada con el temor a Dios, los ancianos así como los jóvenes, los inferiores como los superiores – no solo aquellos que fueron iniciados en Sus misterios, sino también aquellos que están todavía lejos. Y es que Dios no solamente creó a todos los hombres, no solo es todo para todos, sino también Su gracia se extiende, no solo como una gracia especial a los elegidos, sino también como una gracia común (gratia communis) a toda la humanidad. Por cierto, hay una concentración de luz y vida religiosa en la iglesia, pero entonces, en las paredes de esta iglesia hay grandes ventanas abiertas, y por estas ventanas tiene que iluminar la luz del Eterno sobre el mundo entero. Aquí hay una ciudad edificada sobre un monte, la cual puede ver todo hombre desde lejos. Aquí hay una sal sagrada que penetra en cada dirección y previene toda corrupción. Y aun el que todavía no percibe la luz superior, o quizás cierra sus ojos ante ella, sin embargo queda advertido que con el mismo énfasis, y en todas las cosas, dé la gloria al nombre del Señor. Toda religión parcial clava las cuñas del dualismo en la vida, pero el verdadero calvinista nunca abandona el estándar del monismo religioso. Un solo llamado supremo tiene que imprimir el sello de unidad sobre el todo de la vida humana, porque un solo Dios lo sostiene y preserva, como Él lo creó todo.
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Este documento fue expuesto en la Universidad de Princeton en el año 1898 por Abraham Kuyper (1837-1920) quien fue teólogo, Primer Ministro de Holanda, y fundador de la Universidad Libre de Ámsterdam.