Volvamos una vez más al ejemplo supremo que tenemos en Cristo. Contemplémosle en la cruz, allí está el que nunca pecó, el que nunca hizo daño a nadie, el que vino a predicar la verdad; el que vino a buscar y salvar al perdido. Ahí está, clavado en la cruz, sufriendo agonías de muerte, y con todo ¿qué dice y cómo considera a los responsables de lo que está sufriendo? ‘Padre, perdónalos.’ ¿Por qué? ‘Porque no saben lo que hacen.’ No son ellos, sino Satanás; ellos son las víctimas; el pecado los domina. ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.’ Ustedes y yo hemos de llegar a ser así. Veamos a Esteban cómo llegó a serlo. Mientras lo lapidaban, ¿qué dice? Ora al Padre celestial y exclama, ‘Señor, no les tomes en cuenta este pecado.’ ‘No saben lo que hacen, Señor,’ dice Estaban; ‘están locos. Están locos debido al pecado; no me ven como a siervo tuyo; no te conocen a ti mi Señor y Maestro; los ciega el dios de este mundo. No les tomes en cuenta este pecado. No son responsables.’ Tiene compasión de ellos y se muestra misericordioso. Así, digo, ha de sentir y actuar el cristiano. Debemos sentir piedad por todos los esclavos del pecado. Así ha de ser nuestra actitud hacia la gente.
Me pregunto si creemos que esta es la actitud cristiana incluso cuando la gente nos trata con desprecio y nos difama. Como veremos luego en el Sermón del Monte, incluso en casos así, debemos ser misericordiosos. ¿Han pasado por alguna experiencia así? ¿No han sentido compasión por personas que muestran en la cara la amargura e ira que sienten? Ha de tenérseles compasión. Consideremos las cosas por las que se enfadan; tan distintos de Cristo, tan distintos de Dios que se lo perdona todo.
Deberíamos sentir una gran compasión por ellos, deberíamos pedir a Dios por ellos y suplicarle que tenga misericordia de ellos. Digo que todo esto se sigue necesariamente si hemos experimentado de verdad qué significa ser perdonado. Si sé que todo se lo debo a la misericordia, si sé que soy cristiano sólo por la gracia gratuita de Dios, no debería haber orgullo en mí, no debería haber espíritu de venganza, no deberíamos insistir en nuestros derechos. Antes bien, al ver a otros, si encuentro algo indigno o que es manifestación de pecado, debería sentir gran compasión por ellos.
Pero recuerden esto. Si, cuando pecan, se dan cuenta de ello y acuden a Dios arrepentidos, y de rodillas se dan cuenta de que no perdonan ustedes a alguien, no tendrán confianza en la oración. Como lo dice David, ‘Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado.’ Si uno no perdona a su hermano, se puede pedir perdón a Dios, pero no se puede tener confianza en la propia oración, y la oración no será escuchada. Esto es lo que dice esta Bienaventuranza. Esto es lo que dice nuestro Señor en la parábola del siervo injusto. Si ese siervo cruel e injusto no perdonaba a su consiervo, quería decir que no había entendido el perdón ni la relación con su señor. Por ello no fue perdonado. Porque una condición para el perdón es el arrepentimiento. Arrepentimiento significa, entre otras cosas, que me doy cuenta de que delante de Dios no tengo ningún derecho, y que sólo su gracia y misericordia perdonan. Y se sigue como la noche al día que aquel que se da verdadera cuenta de su posición delante de Dios y de su relación con El, debe por necesidad ser misericordioso con los demás.
Es algo solemne, grave y, en cierto modo, terrible decir que uno no puede recibir perdón a no ser que perdone. Porque la operación de la gracia de Dios es tal, que cuando se realiza en nuestro corazón con perdón nos hace misericordiosos.
Manifestamos, pues, si hemos recibido o no perdón con el perdonar o no. Si soy perdonado, perdonaré. Nadie tiene naturalmente espíritu misericordioso. Hemos visto lo que Dios ha hecho por nosotros a pesar de lo que merecemos, y decimos, ‘Sé que he recibido perdón; por tanto, voy a perdonar.’ ‘Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.’ Por haber recibido ya misericordia, son misericordiosos. Al vivir en el mundo, caemos en pecado. En cuanto esto sucede necesitamos misericordia y es entonces cuando la conseguimos.
En 2 Timoteo 1:16-18 Pablo menciona a Onesíforo al que recuerda por haber tenido compasión de él y porque lo había visitado cuando se hallaba prisionero en Roma. Luego añade: ‘Concédale el Señor que halle misericordia cerca del Señor en aquel día.’ Sí, entonces la necesitaremos. La necesitaremos al final, en el día del juicio cuando nos presentemos todos delante del tribunal de Cristo para darle cuenta de nuestros actos. No cabe duda que habrá cosas malas y pecaminosas, por las que necesitaremos misericordia en aquel día. Y, gracias a Dios, si la gracia de Cristo está en nosotros, si el espíritu del Señor está en nosotros, y somos misericordiosos, entonces conseguiremos misericordia en aquel día. Lo que me hace misericordioso es la gracia de Dios.
Por ello todo se explica así. Si no soy misericordioso hay una sola explicación; nunca he entendido la gracia y misericordia de Dios; estoy apartado de Cristo; sigo todavía en mis pecados, no he recibido perdón.
‘Que cada uno se examine a sí mismo.’ No les pregunto qué clase de vida llevan. No les pregunto si hacen esto o aquello. No les pregunto si tienen un cierto interés por el reino de Dios. Sólo les pregunto esto. ¿Son misericordiosos? ¿Tienen compasión por los pecadores incluso cuando los ofenden a ustedes? ¿Tienen compasión por todos los que son víctimas del mundo, de la carne y del demonio? Esta es la piedra de toque. ‘Bienaventurados —felices— los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.’
Extracto del libro: El Sermón del Monte, del Dr. Martin Lloyd-Jones