En BOLETÍN SEMANAL

“Yo y mi casa serviremos a Jehová”. —Josué 24:15

Lee las Escrituras y ora  por y con tu familia

Los padres deben leer las Escrituras a su familia y enseñar e instruir a sus hijos… en los asuntos y las doctrinas de la salvación. Por tanto, deben orar por y con sus familias.

Ningún hombre que no niegue las Escrituras puede negar el deber incuestionable de leer las Escrituras en nuestras casas, de que los gobernadores de la familia enseñen e instruyan a partir de la Palabra de Dios. Entre toda una multitud de versículos expresos, considera estos: “Y cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué es este rito vuestro?, vosotros responderéis: Es la víctima de la pascua de Jehová, el cual pasó por encima de las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios, y libró nuestras casas” (Éx. 12:26-27).

También hay muchas razones por las cuales los padres cristianos deben explicar a sus hijos las ordenanzas del Nuevo Testamento para instruirlos en la naturaleza, el uso y los fines del bautismo y la Santa Cena: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás—aguzar o afilar— a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes”, es decir, por la mañana y por la tarde (Dt. 6:6-7; 11:18-19). “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6:4).

 Dios [declara] que se agradó de Abraham: “Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová” (Gn. 18:19). Esto es, pues, innegable si la Palabra ha de creerse, recibirse como nuestra norma y si hemos de rendirle obediencia. Hasta los paganos enseñaron la necesidad de instruir a los jóvenes cuando aún hay tiempo.

Las razones

La razón de este resultado —de la lectura familiar y las enseñanzas de la oración en familia— es evidente (es necesario que supliquemos a Dios para recibir la iluminación de su Espíritu para que abra los ojos de todos en la familia, por su bendición sobre nuestros esfuerzos, sin la cual no habría beneficio de salvación) y será más manifiesta si consideramos y exponemos juntas todas las cosas que siguen:

En primer lugar, ¿de quién es la palabra que se ha de leer juntos en familia? Es la Palabra del Dios eterno, bendito y glorioso. ¿Y acaso no llama esto y requiere más oración previa, que si fuéramos a leer el libro de algún hombre mortal? La Palabra de Dios es esa por la que Dios nos habla. Es esa mediante la cual Él nos instruye y nos forma en las preocupaciones supremas y de mayor peso de nuestra alma. Es esa en la que debemos ir a buscar los remedios para la cura de nuestras enfermedades espirituales. Es esa de donde debemos sacar las armas de defensa contra nuestros enemigos espirituales que atacan nuestra alma y que debe dirigirnos en las sendas de la vida.

¿No es, pues, necesario que oremos juntos para que Dios prepare el corazón de todos ellos y obedezcan todo lo que les leamos, lo cual procede de la mente de Dios? ¿Es la familia tan seria y tan consciente de la gloria, la santidad y la majestad de ese Dios que les habla en su Palabra que ya no necesitan orar para que las cosas sean así? Y si es necesario, ¿no debería ser lo primero en hacerse? Y cuando ya se ha leído y se han escuchado las amenazas, los mandatos y las promesas del glorioso Dios y se han descubierto los pecados y la ira de Dios contra estos, los deberes impuestos, los preciosos privilegios abiertos y las promesas de un Dios fiel —“promesas grandes y preciosas” para aquellos que se arrepienten, creen y acuden a Dios con todo su corazón y sin fingimiento—, ¿no hay necesidad de que todos [en la familia] se postren juntos de rodillas; de que supliquen, lloren y clamen a Dios pidiendo perdón por esos pecados de cuya culpabilidad esta Palabra los ha convencido y de lamentarlos delante del Señor? ¿Y para que cuando se ordene el deber, todos puedan tener un corazón dispuesto para practicar y obedecer? ¿Que puedan arrepentirse sin fingimiento y acudir a Dios para poder aplicar esas promesas y ser partícipes de esos privilegios? Todo esto indica, pues, que existe una gran razón cuando leemos juntos, para que también oremos juntos.

En segundo lugar, considera las cosas grandes y profundamente misteriosas contenidas en la Palabra de Dios que se ha de leer en familia y surgirá la necesidad de orar juntos también. ¿No encierra esta Palabra la doctrina respecto a Dios, cómo se le puede conocer, amar, obedecer, adorar y deleitarse en Él? ¿Y en cuanto a Cristo, el Dios-Hombre, un misterio ante el cual se maravillan los ángeles y que ningún hombre comprende por completo ni puede expresar o desvelar por completo? ¿Respecto a los oficios de Cristo —Profeta, Sacerdote y Rey—, su ejemplo y su vida, sus milagros, sus tentaciones, sus sufrimientos, su muerte, sus victorias, su resurrección, ascensión e intercesión, y su venida a juzgar? ¿No existe en las Escrituras la doctrina de la Trinidad, de la desgracia del hombre por el pecado y de su remedio por parte de Cristo? ¿Del pacto de gracia, las condiciones de este pacto y sus sellos? ¿Los numerosos, preciosos y gloriosos privilegios que tenemos en Cristo: La reconciliación con Dios, la justificación, la santificación y la adopción? ¿Las diversas gracias que se han de conseguir, los deberes que se han de hacer y el estado eterno de los hombres en el cielo o en el infierno? ¿Están contenidas cosas como estas en la Palabra de Dios que deberías leer a diario en tu hogar? ¿Y todavía no ves la necesidad de orar antes y después de leer sobre esto? Sopésalo todo bien y lo harás.

En tercer lugar, considera cuánto le interesa a toda la familia conocer y comprender estas cosas tan necesarias para la salvación. Si las ignoran están acabados. Si no conocen a Dios, ¿cómo lo amarán? Podemos amar las cosas invisibles, pero no aquellas que desconocemos. Podemos amar a un Dios y a un Cristo invisibles (1 P. 1:8), pero no a un Dios desconocido. Si los que pertenecen a tu familia no conocen a Cristo, ¿cómo creerán en Él? Y, a pesar de ello, deben perecer y ser condenados si no creen en Él. Deben perder para siempre a Dios, a Cristo, el cielo y su alma, si no se arrepienten, creen y se convierten. Sin embargo, cuando leen ese libro por el cual deberían entender la naturaleza de la verdadera gracia salvífica, ¿no es necesaria la oración? Sobre todo, cuando muchos poseen la Biblia y la leen y, sin embargo, no entienden las cosas que tienen que ver con su paz.

En cuarto lugar, considera además la ceguera de su mente y su incapacidad de saber y entender estas cosas sin las enseñanzas del Espíritu de Dios. Y aun así, ¿sigue sin ser necesaria la oración?

En quinto lugar, considera algo más: El retraso de su corazón para estar atento a estas verdades de peso y necesarias de Dios y su falta de disposición natural para aprender, cosas que muestran que la oración es necesaria para que Dios los capacite y les dé la disposición para recibirlas.

En sexto lugar, considera una vez más que la oración es un medio especial para obtener de Dios el conocimiento y una bendición sobre las enseñanzas y las instrucciones del padre. David oró pidiéndole a Dios que abriera sus ojos para que pudiera contemplar las cosas maravillosas de la Ley de Dios (Sal. 119:18). En la Palabra de Dios existen “cosas maravillosas”. Que el hombre caído fuese salvo es algo prodigioso. Que un Dios santo se reconcilie con el hombre pecador es algo maravilloso. Que el Hijo de Dios adoptara la naturaleza del hombre para que Dios se manifestara en la carne y que el creyente sea justificado por la justicia de otro, ¡son cosas maravillosas! Pero existe oscuridad sobre nuestra mente, un velo que cubre nuestros ojos; las Escrituras son un libro cerrado, abrochado, de modo que no podemos entender de un modo salvífico esas cosas grandes y maravillosas, ni poner nuestro amor en ellas principalmente y deleitarnos en ellas, a menos que el Espíritu de Dios retire el velo, elimine nuestra ignorancia e ilumine nuestra mente. Esta sabiduría ha de buscarse en Dios mediante la oración ferviente. Tú que eres padre, ¿no te gustaría que tus hijos… conocieran estas cosas y que ellas influyeran en ellos? ¿No quieres que se graben en la mente y el corazón de ellos las grandes preocupaciones de su alma? Por esta razón, tú los instruyes. ¿Pero, puedes alcanzar el corazón? ¿Puedes despertar la conciencia? ¿No puedes? ¿No te corresponde entonces orar a Dios con ellos para que Él lo haga? Mientras oras con ellos, Dios puede estar disponiendo en secreto y preparando con poder sus corazones para que reciban su Palabra y tus instrucciones sacadas de ella.

Todo esto me hace argumentar, pues, a favor de la oración familiar. Si el deber de la familia, como tal, es leer y escuchar la Palabra de Dios juntos, también lo es orar juntos (esto se manifiesta en las seis últimas cosas mencionadas). Es el deber de la familia, como tal, leer la Palabra de Dios y escucharla juntos (esto se demostró antes a partir de las Escrituras). Por consiguiente, es el deber de las familias, como tales, orar juntas.

Tomado de “How May the Duty of Family Prayer Be Best Managed for the Spiritual Benefit of Every One in the Family?” (¿Cómo puede el deber de la oración familiar ser mejor administrado para el beneficio espiritual de cada uno en la familia?), Puritan Sermons 1659-1689. Being the Morning Exercises at Cripplegate (Sermones puritanos 1659-1689. Estando en los ejercicios matutinos en Cripplegate), Vol. 2, Richard Owen Roberts, Editor.

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Thomas Doolittle (1632 – c. 1707): Ministro no conformista inglés, nació en Kidderminster, Worcestershire, Inglaterra.


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