“Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. —Efesios 6:4
La fuente de los deberes del padre es el amor… Existen grandes razones para que este afecto esté firmemente fijado en el corazón de los padres hacia sus hijos. Porque grande es ese dolor, los esfuerzos, el coste y la preocupación que los padres tienen que soportar por sus hijos. Pero si el amor está en ellos, no hay dolor, ni esfuerzos, ni coste, ni preocupaciones que les parezcan demasiado grandes. Aquí aparece la sabia providencia de Dios, quien, por naturaleza, ha asegurado el amor con tanta fuerza en los corazones de los padres. Si hay alguno en quien no abunde, se cuenta como algo que no es natural. Si el amor no rebosara en los padres, muchos hijos estarían descuidados y se perderían… No son capaces de ayudarse a sí mismos.
Como Dios plantó, por naturaleza, el amor en todos los padres, los cristianos deberían nutrir, aumentar y avivar este fuego de amor en bien de la conciencia. Por este medio, pueden ser más impulsados a todo deber, con alegría. Cuanto más ferviente sea el amor, con mayor disposición se realizará cualquier deber… En mi texto, el Apóstol menciona a los padres. Salomón afirmó que su padre le enseñó, cuando aún era tierno (Pr. 4:3-4) y David sintió dolor por haber descuidado a sus otros hijos… Los padres deben, por tanto, hacer su mayor esfuerzo y cuidar que las madres también hagan el suyo porque son ellos quienes gobiernan sobre hijos, madres y toda su casa.
La amonestación
¿Cómo añadir la amonestación a la enseñanza?: Los medios para ayudar a que la buena obra de disciplina siga adelante son básicamente dos:
1.- La amonestación frecuente
2.- La corrección adecuada.
Ambos están implicados en este texto: Uno en la palabra traducida como amonestación que [según la anotación del término griego] significa poner algo en la mente, instar e insistir en algo. La otra es la palabra traducida por disciplina.
Ahora bien, ambas cosas deben unirse para ser muy útiles entre sí. Y es que, probablemente, la amonestación sin corrección no producirá más que mera vanidad y la corrección sin amonestación será demasiada austera. El deber que la primera de ellas expone es éste: Los padres deben instruir constantemente a sus hijos. Ellos no pueden pensar que es suficiente decirle a sus hijos lo que deben hacer, sino que para instruirlos deben añadir la amonestación y, por así decirlo, meter en la cabeza de sus hijos las lecciones que les enseñan, de manera que puedan dejar una huella más profunda en sus corazones.
Así, sus enseñanzas serán como las palabras del sabio que son como clavos bien clavados (Ec. 12:11). Permanecen firmes allí donde se clavaron y no pueden ser arrancados con facilidad. Así como damos muchos golpes en la cabeza de un clavo [cuando les hablamos], las muchas amonestaciones establecen las buenas enseñanzas en el corazón de un niño y hacen que su mente quede bien establecida sobre aquello que se le ha enseñado. Esto es algo en lo que hay que trabajar (Heb. 13:9)… Las directrices que se les dan a los padres, en particular, de grabar las palabras de Dios en la mente de sus hijos (Dt. 6:7)… pueden aplicarse a este objetivo.
Con este propósito, Salomón suele duplicar sus enseñanzas e insistir una y otra vez, como por ejemplo: “Oye, hijo mío, la enseñanza… no desprecies la dirección” (Pr. 1:8); “Si recibieres mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti… Haciendo estar atento tu oído… Si inclinares tu corazón” (Pr. 2:1-2). Sí, con frecuencia repite los mismos preceptos.
La comprensión de los hijos es poco fiable y su memoria es débil. Si sólo se les instruye una vez, rara vez o de forma ligera, pronto se escapará lo enseñado y de poco o nada servirá. Para desempeñar mejor este deber, los padres deben pensar en los mejores medios que puedan para aferrar sus enseñanzas a sus hijos, observar su inclinación y su disposición y comprobar qué los conmueve más.
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William Gouge (1575-1653): Pastor puritano inglés, teólogo y escritor.