«Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.» (Mateo 16:18)
En el versículo se nos hace mención de los tales: «Las puertas del infierno.” Y por esta expresión debemos entender el poder del príncipe del infierno, el diablo (Sal. 9:13; 107:18 e Is. 38:10). De una u otra manera, el diablo ha peleado continuamente contra la Iglesia. Las «puertas del infierno» han estado asaltando continuamente al pueblo de Cristo.
La historia de la verdadera Iglesia de Cristo registra una guerra continua. Satanás, el príncipe de este mundo, no ha cesado nunca en sus asaltos. El diablo odia la verdadera Iglesia de Cristo con odio eterno. Constantemente suscita oposición en contra de sus miembros. Siempre empuja a los hijos de este mundo para que hagan su voluntad, y perjudiquen y acusen al pueblo de Dios. Si no puede herir la cabeza, herirá al talón. Si no puede robar el cielo a los creyentes, los afligirá en su camino.
Por más de seis mil años el cuerpo místico de Cristo ha sostenido una lucha continua contra los poderes del infierno. Siempre ha sido como una zarza que arde, pero que no se consume; como la mujer que huyó al desierto, pero que no desapareció (Éxodo 3:2; Apocalipsis 12:6, 16). Las iglesias visibles tienen sus tiempos de prosperidad y sus períodos de paz, pero la verdadera Iglesia nunca ha tenido un tiempo de paz; su conflicto es perpetuo; su batalla nunca termina.
Esta contienda con los poderes del infierno es la experiencia de cada miembro individual de la verdadera Iglesia. Todos deben luchar. ¿Y qué es el relato de la vida de todos los santos, sino una continua batalla? Pablo, Santiago, Pedro, Juan, Policarpo, Crisóstomo, Agustín, Lutero, Calvino y Latimer, ¿no eran acaso soldados ocupados en una contienda constante? Algunas veces las personas de los santos han sido asaltadas, otras veces lo han sido sus propiedades. Algunas veces en persecución abierta. De una u otra manera, el diablo ha guerreado continuamente contra la Iglesia. Las «puertas del infierno» han estado asaltando continuamente al pueblo de Cristo. Los que predicamos el Evangelio podemos ofrecer a todos aquellos que acuden a Cristo, «preciosas y grandísimas promesas» (2 Pedro 1). En nombre de nuestro Maestro podemos ofrecerte, con toda confianza, la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento. La misericordia, la gracia gratuita y una salvación completa son ofrecidas a todos los que acuden a Cristo y creen en Él. Pero no os prometemos paz con el mundo o con el diablo. Antes, por el contrario, os avisamos de que mientras estéis en el cuerpo tendréis una contienda continua. No deseamos que te mantengas apartado, ni disuadirte del servicio de Cristo, pero sí queremos que «calcules el coste» y comprendas bien lo que el servicio a Cristo implica (Lucas 14:28).
No te sorprenda la enemistad de las puertas del infierno. «Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo» (Juan 15:19). Mientras el mundo sea el mundo, y el diablo sea el diablo, existirá esta contienda y exigirá el que los creyentes en Cristo sean soldados. El mundo odió a Cristo, y el mundo odiará a los verdaderos cristianos mientras permanezcan en la tierra. Y, como dijo el gran reformador Lutero: «mientras la Iglesia esté sobre la tierra, Caín continuará asesinando a Abel.”
Debes estar preparado para hacer frente a la enemistad de las puertas del infierno. Ponte toda la armadura de Dios. En la torre de David hay mil escudos, todos listos para ser usados por el pueblo de Dios. Las armas de nuestra contienda han sido probadas por millones de pobres pecadores como nosotros y nunca han fracasado.
Sé paciente ante la enemistad de las puertas del infierno. La contienda que el hijo de Dios tiene es una señal tan segura de gracia como lo es la paz interior de la que disfruta. ¡Sin cruz no hay corona! ¡Sin conflicto no hay verdadero cristianismo! «Bienaventurados sois» nos dice el Señor Jesús, «cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros.” Si por vuestra fe no sois perseguidos y todos los hombres hablan bien de vosotros, entonces bien podéis dudar de si pertenecéis a la «Iglesia fundada sobre la roca.” (Mateo 5:11; Lucas 6:26.)
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Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle