En BOLETÍN SEMANAL

“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”. —Efesios 5:25

Así como la esposa tiene que saber sus obligaciones, el esposo tiene que saber las suyas porque debe ser un guía y un buen ejemplo para su esposa. Debe vivir con ella sabiamente (1 P. 3:7). Mientras más elevado es su lugar, más sabiduría debe tener para andar digno de él. Descuidar sus obligaciones es sumamente deshonroso para Dios porque, en virtud de su posición, él es la imagen y gloria de Dios (1 Cor. 11:7).

Ese poder y esa autoridad que tiene, pueden ser perjudiciales, no sólo para su esposa, sino para toda la familia, pues puede abusar de ellos por su maldad. En su hogar no hay un poder superior que frene su furia, mientras que la esposa, aunque nunca tan malvada, puede por el poder de su esposo, ser sojuzgada y refrenada de sus maldades.

Acerca de ese amor que los maridos les deben a sus esposas. El amor es la principal obligación, ésta se estipula y menciona en éste y en muchos otros lugares de las Escrituras, siendo evidente que todas las demás obligaciones se desprenden de él. Sin tener en cuenta los otros lugares donde se insiste en este deber, el amor se menciona expresamente aquí, cuatro veces. Además, se indica usando muchos otros términos y frases (Ef. 5:25, 28, 33).

Todas las ramas que crecen de esta raíz de amor, en lo que respecta a los deberes de los maridos, pueden categorizarse bajo dos encabezamientos:

1) Un mantenimiento sabio de su autoridad y

2) Un manejo correcto de ella.

Estas dos ramas del amor del marido se hacen evidentes por la posición de autoridad en que Dios te ha colocado. Porque lo mejor que cualquiera puede hacer y los mejores frutos del amor que cualquiera puede demostrar, serán en su propia posición y en virtud de ella. Entonces, si un marido renuncia a su autoridad, se priva de hacer ese bien y de mostrar esos frutos del amor que de otra manera mostraría. Si abusa de su autoridad, es como si desviara el filo y la punta de su espada erróneamente y, en lugar de sostenerla sobre su esposa para protegerla, se la clava en el corazón para su destrucción, manifestando así más odio que amor. Ahora bien, pasemos a tratar estos dos temas más seria y particularmente:

1. En cuanto a que el marido mantenga sabiamente su autoridad

El precepto apostólico lo implica: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente” (1 P. 3:7), es decir, hacerlo lo mejor posible manteniendo el honor de la posición que Dios te ha otorgado, no como un necio que no entiende nada.

El honor y la autoridad de Dios y de su Hijo Jesucristo son mantenidos por el honor y la autoridad del marido, así como la autoridad del rey es mantenida por el concilio de sus ministros y por otros magistrados bajo su mando, sí, la autoridad del marido en la familia es mantenida por la autoridad de su esposa: “El varón… es la imagen y gloria de Dios; pero la mujer es gloria del varón” (1 Co. 11:7).

De este modo se promueve, en gran manera, el bienestar de la esposa, tal como el bienestar del cuerpo es ayudado debido a que la cabeza permanece en su lugar. Si se pusiera la cabeza debajo de cualquier parte del cuerpo, el cuerpo y todas sus partes no harían más que ser dañados por ello. De la misma manera, la esposa y toda la familia serían dañadas por la pérdida de autoridad del marido.

Pregunta: ¿Cuál es la mejor manera de que un marido mantenga su autoridad?

Respuesta: La enseñanza del apóstol a Timoteo de mantener su autoridad, ha de aplicarse para este propósito, en primer lugar, al marido: “Sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Tim. 4:12)… Así que la mejor manera como los maridos pueden mantener su autoridad es siendo un ejemplo de amor, seriedad, piedad, honestidad, etc. Los frutos de estas y otras gracias similares, demostradas por ellos delante de sus esposas y sus familias, no pueden dejar de producir un respeto reverente y consciente hacia él y, en consecuencia, podrán discernir con mayor claridad la imagen de Dios brillando en sus rostros.

Acerca de la pérdida de autoridad de los maridos: Producen el efecto contrario si por sus groserías, descontroles, borracheras, lascivias, irresponsabilidad, despilfarros y otros comportamientos similares generan desprecio, perdiendo así su autoridad. Aunque la esposa no debe aprovechar esto para despreciar a su marido, él bien merece ser despreciado.

Contrario también a las enseñanzas bíblicas es la conducta severa, áspera y cruel del marido quien pretende mantener su autoridad con violencia y tiranía. Esta conducta bien puede causar temor, pero un temor contraproducente, ya que genera más odio que amor, más desprecio interior que respeto exterior.

William Gouge (1575-1653)

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